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cincuenta sombras

Crítica de cine: Cincuenta Sombras Liberadas

La virgen modesta y el millonario pervertido han avanzado hasta un genuino estado de gracia heteronormativo: el matrimonio, con todo y vestido blanco

La larga pesadilla del cine erótico llega a su final. La franquicia de películas basada en las novelas de E.L. James llega a su anti-climax con “Cincuenta Sombras Liberadas”. Si ha leído los libros y/o a visto las películas anteriores, lo más probable es que complete el trámite y vea cómo termina la “saga” de Anastasia Steele (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan). La virgen modesta y el millonario pervertido han avanzado hasta un genuino estado de gracia heteronormativo: el matrimonio, con todo y vestido blanco.

La pareja todavía practica el sadomasoquismo, pero el anzuelo sensacionalista es ahora una distracción marginal. Hay mucha trama que procesar: ella trata de probar en su trabajo que su ascenso no es un regalo de bodas, él resiente sus amagos de mantener cierta independencia. Protagonizan una agria discusión sobre sus reparos ante el uso del apellido “de casada”. A pesar de sus pretensiones de atrevimiento erótico, en el fondo “Cincuenta sombras…” es un melodrama de los años cincuenta. La arquitecta Gia Matteo (Arielle Kebbel) les construirá una mansión que llamaran hogar, pero hace algunos amagos de quedarse con el patrón. Más violentos son los avances de Jack (Eric Johnson), el ex jefe de Anastasia, que ahora no sólo actúa por despecho romántico. También tiene una conexión problemática con Christian, que anticipa su involucramiento con nuestra heroína.

La verdadera agenda de la serie nunca fue hacer una exploración genuina del erotismo en clave sadomasoquista. Solo lo utiliza como para darle un matiz de escándalo a una fantasía aspiracional eminentemente materialista. De ahí, el énfasis en los lujosos juguetes adultos que Christian puede proveer. No me refiero a los columpios, los látigos y las esposas; sino a los aviones, yates, helicópteros, carros, mansiones, apartamentos de ciudad y casas de campo. La trama se detiene virtualmente cada vez que la pareja se sube en un vehículo. En sus peores momentos, “Cincuenta Sombras…” parece un catálogo dramatizado. Es contenido patrocinado, como si un influencer hubiera sido contratado para producir una película.

Si la serie realmente quisiera ser atrevida a la hora de explorar la sexualidad humana, no se casaría con esta visión ultra-conservadora, donde el matrimonio tradicional se plantea como el único final feliz posible – y en el cual la capacidad reproductiva de la mujer prevalece como el factor mas importante para su plenitud. Y todo esto, justo en el momento en que la cultura popular empieza a reconocer el poli amor, las relaciones abiertas y la fluidez de la identidad sexual. Pero “Cincuenta Sombras…” quiere que nos sigamos sonrojando por una gaveta de vibradores. Es la versión de atrevimiento que sólo una beata del siglo pasado puede conjurar.

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Por lo menos, ahora Dakota Johnson puede migrar a mejores oportunidades. Si en la primera parte logró hacer algo interesante con un personaje risible, su brillo se fue apagando a medida que la película la despojaba de más prendas de ropas. Hacen falta los pequeños vestigios de humanidad que otras actrices aportaban. Jennifer Ehle aparece en los créditos, pero apenas la vemos en una toma fugaz de la fiesta de bodas. No tiene ni siquiera una línea de diálogo. Recuerdo haber visto en el trailer promocional a Kim Basinger, quien apareció en la película previa en el papel de la “mujer mayor” que había abusado de Christian. Una supuesta reunión con ella se convierte en punto de contención, pero el encuentro sucede fuera de cámara. Lo que haya pasado ahí, es más interesante que todo lo que vemos en pantalla.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA / Óscar Navarrete

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