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Elecciones, Francisco Alvarado, Costa Rica, diálogo nacional
/ Joaquín Absalón Pastora

Apertura en Granada

Pretendo tocar al cielo con las manos del profano. Ningún pecado libra esa actitud de admiración. Pero la excentricidad no ha dejado de ser negativa donde solo cabe la integración del verdadero arte. No es posible hermanar —opinión personal— probablemente purista los mismos honores luctuosos y en vida entre Pablo Neruda y Nicanor Parra. El tiempo se encargará de separarlos y poner a cada cual en la cumbre de la perennidad o en la llanura del olvido

En la coyuntura de la ausencia debe sentirse el dolor que ha motivado el fallecimiento de Claribel Alegría, que acaba de dejar la hermosura otoñal de 93 años.

En toda esa relación la poesía ocupa un espacio protagónico en la creación. A ella se ha integrado el décimo cuarto festival entre el 11 y 17 de febrero testigo eufórico y lírico del señorío añoso de Granada en la unidad convergente de 130 representantes. Ignoro el origen de esta preciosa y estable tradición. Presumo que los poetas de antaño se reunían en los parques inspirados por el canto ineludible de la armonía, de tantas euritmias concomitantes con la belleza y no solo de ella —la estética—, sino de la que lleva la bizarría de la crítica con los fundamentos de la ética donde tanto terreno hay que ganar con la vibración lírica. El Festival de Granada no es solo el espectáculo poético puesto en el balcón distante de la superficie o en los círculos solariegos del elitismo donde solo se juntan los letrados de postín.

Conozco desde hace un dilatado tiempo a Francisco de Asís Fernández y a Gloria Gabuardi, los fundadores. Conozco a los progenitores de la pareja representados por los respectivos apelativos: Enrique y Humberto.

Debo reconocer los méritos que ellos tuvieron desde el alba de la evolución poética de estos eventos en aquella majestad colonial, no tanto por ser los mentores de la idea, sino por el empeño y el espíritu progresivo de consolidación durante el tiempo que según el modernista, discípulo de Darío, Justo Sierra no existe porque no se palpa con el tacto de las manos, pero sí se siente con autoridad silente para dictaminar con su transcurrir los actos realizados, uno de los cuales es comprobado cada año sin que la continuidad sufra mengua alguna, por el contrario creciente en el desarrollo, en la importancia de ser cada vez más expedito a nivel de orbe con la participación no solo nativa, sino que internacional, con lo cual queda enaltecida la imagen de Nicaragua, acontecimiento que debemos congratular con agasajo nacionalista en el sentido de ser beneficiarios del orgullo de ser la sede del evento considerado como la capital de la poesía más allá de los límites geográficos de Centroamérica. El Festival vivifica la memoria de los poetas cuando cada año se postula a cada uno de sus valores, se les erige como reconocimiento de ser los protagonistas, siendo dueños de esa distinción el nicaragüense Fernando Silva y el hondureño Roberto Sosa en la demostración de que el abanico lírico se extiende al istmo. La ampliación de los méritos excluye al egoísmo intestinal. Debe consignarse también el temple popular y no selectivo del encuentro al ser gratuito no solo para los consagrados, sino por los que aspiran a serlo, puertas abiertas para la juventud que ha nacido con la estrella de la vocación.

El autor es periodista.

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