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presos políticos, Nicaragua, crisis, protestas
/ Editorial

El guerrero que murió por la paz

Enrique Bermúdez Varela, el Comandante 3-80 de las fuerzas armadas que combatieron contra la dictadura del FSLN de los años 80, no murió en el campo de batalla, perdió la vida en la paz a la que se acogió sin más garantía que la promesa de un gobierno promotor de la democracia y la reconciliación nacional, y confiando en la palabra de sus enemigos de que respetarían los acuerdos pacíficos.

Pero el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro no tenía la fuerza necesaria para hacer respetar los compromisos de paz y de reconciliación nacional, ni los enemigos políticos de Enrique Bermúdez estaban dispuestos a respetarlos ni a renunciar a su ideología del odio y la intolerancia política.

Enrique Bermúdez fue parte del Acuerdo de Sapoá del 23 de marzo de 1988, que, inspirado en los Acuerdos de Esquipulas II de agosto de 1987, sentó las bases para la pacificación de Nicaragua sustentada en un proceso de democratización y reconciliación nacional. Bermúdez volvió a Nicaragua y se reintegró a la vida pacífica cuando doña Violeta Barrios de Chamorro ganó la elección presidencial del 25 de febrero de 1990. Pero sus enemigos no lo perdonaron y el 16 de febrero de 1991 lo asesinaron a balazos en el estacionamiento de un hotel en el centro de Managua.

Enrique Bermúdez Varela fue coronel de la Guardia Nacional de la época somocista y después lideró militarmente la guerra contra la dictadura sandinista, la cual se libró con el apoyo financiero, logístico y militar de los Estados Unidos (EE.UU.). Lo mismo que ocurrió con la guerra de los sandinistas contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, que triunfó por el respaldo político y en dinero y armas de Cuba, Venezuela, Panamá, Costa Rica y otros países.

La historia de Nicaragua siempre ha sido así. Las insurrecciones y guerras civiles desatadas para “liberar” al pueblo de sus opresores, siempre fueron apoyadas por fuerzas extranjeras y al final el bando triunfante, al que solo le interesaba tomar el poder, sustituyó la dictadura derrocada con otro régimen dictatorial igual o peor que el anterior.

Habiéndose conseguido la paz y comenzado el proceso de democratización y reconciliación nacional después de la guerra civil de los años ochenta, el asesinato de Enrique Bermúdez Varela no tenía ninguna justificación. Más bien a Bermúdez y a todos los líderes de la Contra y del sandinismo que firmaron los acuerdos pacíficos, había que tenerlos como héroes de la paz, así como habían sido héroes de la guerra para sus partidarios respectivos.

Sin embargo los enemigos políticos de Enrique Bermúdez Varela no lo entendían y hasta ahora no lo entienden así. Lo asesinaron hace 27 años y no satisfechos con eso quieren también borrarlo de la memoria histórica de los nicaragüenses. Por eso el 23 de enero recién pasado, después que el FSLN se apoderó de la Alcaldía de Waslala que por ser una zona emblemática de la Contra era el único lugar de Nicaragua donde se erigió un monumento a Enrique Bermúdez, este fue destruido por los sandinistas.

Pero la historia no se puede cambiar y a sus protagonistas tampoco se les puede matar otra vez después de muertos. Esta estupidez política solo indica que la paz justa y la reconciliación nacional verdadera siguen pendientes en Nicaragua, igual que la democracia por la cual muchos nicaragüenses derramaron la sangre y dieron su vida.

Editorial Guerrero morir paz archivo
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