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Iglesia misionera
/ Oscar Chavarría

Todos somos tentados

La tentación llega a todo ser humano durante el camino de la existencia. La vida es una constante tentación, una permanente insinuación a traicionar nuestros principios y valores; pero, eso sí, siempre con apariencias de bien y de felicidad. Como nos dice el apóstol Santiago: “Todos y cada uno somos tentados por nuestros propios apetitos que nos atraen y seducen” (St. 1, 14). Nadie se ve libre de la tentación y pone a prueba la solidez de nuestros principios y valores, la firmeza de nuestra honradez, fidelidad y lealtad para valorar hasta donde llega nuestra fe.

Jesús asumió nuestra naturaleza humana con todas sus consecuencias y, su vida se desarrolló en medio de una tentación permanente, como la nuestra. Como nos dice la carta a los Hebreos: “Ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Heb. 4, 15).

Su vida fue una prueba permanente. A Jesús se le presentó la tentación para que cayera en la idolatría del poder, como muchas veces se nos presenta a nosotros; pero Jesús la rechazó: “Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn. 6, 15). Jesús sabía que había venido a servir (Mc. 10, 45) y se mantuvo fiel a su misión.

Se le presentó la tentación para que cayera en la idolatría del yo, del aparentar, del orgullo, como muchas veces se nos presenta a nosotros. Los fariseos le pedían un signo del cielo (Mc. 8, 11), pero Jesús no cayó en sus trampas, se mantuvo fiel a su misión. Él sabía que no había venido a este mundo a echárselas de Dios.

A Jesús se le presentó la tentación de abandonar la cruz que la veía encima, como muchas veces se nos presenta a nosotros. Pedro no quiere que Jesús siga hablando de cruz y “tomándole aparte, se puso a reprenderle diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” (Mt. 16, 22); pero Él prefirió llamar a su amigo “Satanás”, antes que ser infiel a sus principios (Mt. 16, 23).

A Jesús se le presentó la tentación de huir de la cruz al ver que ya la tenía cerca: “Mi alma está turbada. ¿Y qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre” (Jn. 12, 27); pero Él se mantuvo fiel porque rechazar la cruz hubiera conllevado ser infiel a Su misión y Su mensaje.

A Jesús se le presentó la tentación de aplastar a los sumos sacerdotes que se burlaban de Él y le provocaban para que se bajara de la cruz y poder creer en Él: “Los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos, junto con los escribas, diciendo: ‘A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos’ (Mc. 15, 31-32); pero Jesús no cayó en sus trampas, se mantuvo fiel, en la cruz, porque su misión no era aplastar sino salvarnos”.

La tentación fue compañera permanente en la vida de Jesús; pero Él no cayó en sus trampas: fue el hombre fiel. Jesús no podía ni quería traicionar el compromiso hecho con el Padre: “Padre: he aquí que vengo a cumplir tu voluntad” (Heb. 10, 7).

Todos somos tentados; pero ¡qué difícil se nos hace a nosotros la fidelidad! Todos, cuando la prueba se nos hace presente, fácilmente caemos en la idolatría del poder, del tener, del placer y del aparentar.

Por eso, Jesús nos dice también hoy a nosotros: “Vigilen y oren”, para no ser víctimas de los halagos de la tentación porque “el espíritu puede estar pronto, pero la carne es débil” (Mc. 14, 38).

El autor es sacerdote.

Opinión Jesús tentación archivo
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