Lady Bird (2017), debut como directora de la actriz estadounidense Greta Gerwig, es un eslabón más en el desarrollo del cine meta-moderno.
Decía Orson Welles que el mayor enemigo del cine como arte son los noticieros. Al hablar de cine como arte se refería al cine de ficción (y algunos documentales planteados en términos cinematográficos), que equivale, en el mundo del cine, a la novela en el mundo de las letras.
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Pero los noticieros y los documentales tienen su propio campo de acción y nunca han constituido una amenaza para el cine de ficción (surgido precisamente de los documentales, el teatro y la novela).
El mayor enemigo de este es la telerrealidad: el boom de este género televisivo ha hecho perder a muchos espectadores jóvenes la sensibilidad y el sentido estético necesarios para asimilar el desarrollo dramático de una obra de ficción.
De factura profesional pero vocación de home-movie, Lady Bird muestra influencia de este subgénero televisivo. La protagonista, Christine McPherson, autollamada “Lady Bird” (Saoirse Ronan), es una joven estudiante que reside en el sector menos favorecido económicamente de una pequeña comunidad católica en Sacramento, California.
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El filme se centra en las relaciones tirantes de Lady Bird con sus padres, con sus compañeros de escuela y con ella misma.
Situada fuera de la dicotomía tradicional de izquierda y derecha, la película se abstiene de manipular a los espectadores. La protagonista no es particularmente simpática y su comportamiento agresivo ante sus padres es injustificado.
Como directora, Gerwig comparte la tendencia anti-cine de nuestra Florence Jauguey (La yuma, La pantalla desnuda), aunque el impacto dramático de los filmes de la cineasta franco-nicaragüense es mayor que el producido por el distanciamiento porfiado de Gerwig.
Lucha de sexos y controversia generacional
El hilo fantasma (2017), escrita y dirigida por el estadounidense Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, Petróleo sangriento) y ambientada en el mundo de la moda londinense en la década de 1950, es el extremo opuesto de Lady Bird.
Se trata de un filme apolíneo (no termita), con un hilo argumental bien construido, excelentes actuaciones y fastuosos decorados.
La trama tiene mucho en común con Pigmalión de Bernard Shaw, no porque Alma (interpretada por la luxemburguesa Vicky Krieps) sea la Galatea del exitoso diseñador de modas Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis); sino por la relación de la pareja con ángulos de conflicto de clases, lucha de sexos y controversia generacional.
Woodcock es misógino y misántropo, además de obsesivo, compulsivo, depresivo, neurótico, ansioso y egocéntrico. La primera parte sigue el romance espontáneo de Alma y Woodcock, quien le dobla la edad a la muchacha, y presenta un tercer personaje: Cyril (Lesley Manville), hermana del diseñador, similar en muchos aspectos a la Mrs. Danvers de Rebecca, pero enamorada platónicamente, no de la esposa muerta de su patrón, sino del patrón mismo, en este caso, su hermano.
La segunda parte narra el matrimonio de la pareja y es anticlimática, por recorrer caminos ya recorridos en la primera parte: el viejo cariñoso que se convierte paulatinamente en el “Ogro”.
El espectador espera que la muchacha, sensible e inteligente, se fugue con el joven médico que la adora. El inesperado “final feliz” (para la pareja protagonista) hace énfasis en el amour fou de la muchacha por el artista excéntrico y megalómano, como tema central de la película.
Curiosamente, en El hilo fantasma, el final feliz, que suele ser un recurso convencional, se convierte en un elemento sorpresivo y anticonvencional.