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/ Pinita Gurdián Mántica

Yo no puedo callar

A finales de los 60 y principio de los 70 del siglo pasado, empezamos a escuchar las canciones de protesta de Carlos Mejía Godoy, que tantas conciencias golpearon y ayudaron a abrir nuestros ojos a la realidad que se vivía en aquel entonces. Una realidad irónicamente parecida a la actual.

Yo vivía en León y veía cómo la Universidad era el centro de la rebeldía, de la protesta. Donde se desarrollaba el pensamiento crítico. Donde se arraigó el FSLN. El lugar donde tantos muchachos y muchachas de todos los estratos sociales abandonaron las aulas de clase para sumarse a la liberación de Nicaragua, aun a costa de sus propias vidas.

Tantas vidas jóvenes y generosas llenas de ideales en busca de un mundo más justo y más humano. Donde las autoridades servirían para protegernos. Donde los puestos públicos existirían para servir y no para servirse. Soñábamos con una sociedad en donde las torturas y los vejámenes fueran referencias de una vieja historia.
Una de esas canciones era: “Yo No Puedo Callar”. No puedo pasar indiferente ante el dolor de tanta gente.

Yo no puedo callar. Es por eso que hace algunos días me presenté ante el Ministerio Público, junto con un grupo de mujeres y hombres, varios jóvenes, a interponer una denuncia por los asesinatos que el Ejército ha venido cometiendo en las montañas y zonas rurales de Nicaragua. Uno de ellos en La Cruz de Río Grande, donde también asesinaron a dos adolescentes de 12 y 16 años y luego enterraron en una fosa común. Doña Elea Valle, su madre, se desplazó hasta Managua para denunciar los hechos y pedir le entreguen los cadáveres para darles cristiana sepultura. Por la forma en que las fotos presentan los cadáveres, hay indicios de que, además, la niña fue violada.

Hace unos días apareció en LA PRENSA la noticia del monstruoso maltrato que recibió Juan Rafael Lanzas, acusado por el presunto robo de una bomba de fumigar. Las golpizas y las condiciones antihigiénicas en que permaneció arrestado en Matagalpa, le provocaron tal condición, que tuvieron que amputarle sus dos piernas y tiene llagas en todo su cuerpo.

Yo no puedo callar. Yo, una mujer de 73 años, viuda y retirada, es lo menos que puedo hacer. No puedo pasar indiferente ante el dolor de tanta gente. Tengo que dar la cara, no voltearla y hacerme la loca. No puedo pasar indiferente viviendo mi vida tranquilamente solo porque a mí todavía no me ha sucedido. Porque si lo pensamos bien, a cualquiera le puede llegar el turno acusándonos de cualquier calumnia. Inventando cualquier pretexto. Me pongo en el lugar de ella, de doña Elea. Tengo dos nietos y una nieta de esas mismas edades.

Mientras cada nicaragüense, hombre o mujer, viejo o joven no proteste por los atropellos que sufren nuestros hermanos y hermanas. Mientras nos quejamos y no hacemos nada esperando que otros hagan lo que nos corresponde hacer, la violencia y los atropellos irán en aumento. En ese caso nos podemos poner cualquier etiqueta pero por favor, no digamos que somos cristianos. Hijos de un mismo Dios, que es Padre y Madre y que padece en su propio cuerpo el dolor de los que sufren.

Mateo 25: Tuve hambre y no me diste de comer. Masacraron a mi hija y a mi hijo y no me acompañaste, ni me defendiste.

La autora es empresaria cristiana.
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