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Managua,Nicaragua.22-10-1998.Sistema Penitenciario La esperanza y la Modelo

Así es la vida de los reos después de la cárcel en Nicaragua

Salir de la cárcel no es tan fácil. Los ex reos sufren discriminación y los traumas de haber estado presos en condiciones hostiles, luchando por sobrevivir.

Después de 16 años encerrado en la cárcel, Managua era una desconocida para él. Había una pista suburbana donde antes solo existía monte y lo que recordaba como un predio polvoso lleno de basura pestilente se había convertido en un centro comercial llamado Plaza Ínter. Él tampoco era el mismo. Y ahora se sentía un completo extraño en una ciudad que solía conocer como la palma de su mano.
Sun Sun quiere omitir su nombre para evitarse problemas. Sentado en el porche de su casa mientras atiende su venta de ropa, trata de explicarme que de todas formas nadie lo llama por su nombre real desde que era un niño en el barrio El Edén. El mote de Sun Sun se lo ganó porque ese era el nombre de la marca de un utillaje de beisbol que su hermano le envió de Canadá, y que él terminó perdiendo en uno de los juegos del barrio. Preguntando a sus vecinos si alguien había visto un bate y un guante que decían Sun Sun terminó ganándose un apodo de por vida.

Ni siquiera la Policía o el resto de reos del Sistema Penitenciario La Modelo lo llamaban por el nombre de su partida de nacimiento. Fue Sun Sun hasta el día en que lo liberaron. Fue Sun Sun hasta aquel miércoles, a eso de las cinco de la tarde, cuando el funcionario Jaime llegó pegando alaridos.

—Oe, Sun Sun, ¡dale levantate! –le gritó. El reo había regresado de su jornada laboral como fontanero y ya estaba acostado. Los gritos lo aturdieron.

—¿Dónde voy maje? –contestó.

—Dale hombre, qué te importa dónde vas —sentenció el oficial—. Apurate, vas donde el director.

Lo primero que pensó fue que los demás presos lo habían involucrado en algún lío. Pero después le dieron la buena noticia de que saldría libre. Y para retar a quien cree en supersticiones, Sun Sun hace énfasis en que eso le sucedió un 13 de febrero de 2013, cuando se encontraba encerrado en la celda número 13.

Le dieron raid en un vehículo y todavía no podía asimilar su libertad. Iba bien sentadito, con la espalda recta como si alguien estuviera vigilando su postura y las manos juntas como si aún las tuviera enchachadas. Después que se bajó del carro, en La Subasta, empezó a caminar por las calles de aquella ciudad desconocida. Todavía no podía creer que por fin era libre.

“Salir de ahí es como resucitar”

“Cuando uno entra a la cárcel se muere. Pierde todo lo que tiene. Y cuando sale, vuelve a vivir. Es como resucitar. Yo salí sin nada. Con una mano adelante y otra atrás. Solo con la ropa que traía puesta y una Biblia que me había regalado un compañero”.
El Negro, como era conocido en La Modelo, estuvo tres años y siete meses en prisión por un delito que, según él, no cometió. Él tampoco quiere decir su nombre por miedo a represalias. Vamos a llamarlo Andrés.

Son las 10:00 de la mañana y no quiere que la entrevista sea en su casa. Prefiere caminar unas cuantas cuadras y sentarse en la banca de un parque. Las nubes de polvo revolotean alrededor mientras una docena de niños vestidos de uniforme juegan en la cancha de basquetbol.


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El 15 de febrero de 2016 a eso de las 8:00 de la noche llegaron a buscar a Andrés a la celda en la que estaba. El guarda gritó sus apellidos. Él, creyendo que se trataba solo de un conteo de prisioneros, no hizo nada más que responder: “¡Aquí!” “¿Y qué no pensás moverte? Vos hijo de la tal por cual”, le gritó el oficial Pablo Miranda después de unos segundos. Cuando Andrés se asomó, Miranda se puso a reír.

—Con esa gran barba no podés ir a la oficina mañana –le dijo el oficial.

—¿A hacer qué? –dijo Andrés– si yo no me meto a problemas con nadie.

—Llamá a un familiar que mañana vas libre –sentenció Miranda.

Andrés llamó a una de las dos personas por las que ansiaba tanto la libertad: su madre. “Mi mamá no me creía. Pero al día siguiente llegó y nos sacó, a mí y a mi hermano que también estaba ahí”, cuenta.

Su madre era la única que iba a visitarlo cuando estuvo preso. Ella le preguntaba cuándo le tocaba ir a visitarlo y Andrés, para ahorrarle el viaje y el dinero que gastaba comprando comida y víveres para él, le respondía que no sabía. O le decía directamente que no llegara. “Es una persona mayor, de casi 70 años. Pero ella no entendía y ahí llegaba… Y además de ese gran trayecto, sufría la humillación que les hacen al entrar. Las manosean, las tocan, las hacen bajarse su ropa”, cuenta Andrés.

Lo primero que quería hacer en cuanto saliera era caminar. Caminar y caminar desde La Modelo, en Tipitapa, hasta su casa, ubicada en un barrio de la Carretera Norte. Había tantas cosas que quería ver. Su madre fue a recogerlo y no lo dejó caminar. Se montaron en un bus y Andrés no dejaba de observar esas estructuras de metal luminosas y coloridas que se dejaban ver en toda la ciudad. Tampoco reconocía esos celulares enormes que la gente llevaba en las manos. “Me sentía raro cuando salí. Veía esos grandes teléfonos y decía ¿qué es eso? Cuando yo entré tenía un Sony Ericson normal, de teclas y estaban de moda los Blackberry”, cuenta el exreo.

Lo primero que hizo cuando llegó a la casa fue salir de ella. Se fue con su mamá al mercado para comprar los ingredientes de la sopa de pollo que harían para celebrar. La palabra que usa para describir aquella sopa es “riquisisísima”.

Durante tres años y siete meses, Andrés tuvo que comer la comida de la prisión. Arroz con patitas de cucaracha, frijoles con gorgojo y un trozo de pollo de cuatro onzas, describe. Cuando su madre le llevaba un saco con “las mejoras” para la comida, podía echarle cebolla, chiltoma y mejorar el platillo. Si no, también tenía la opción de comprar crema, pan y hasta vaho en las ventas y restaurantes que había en las celdas. Él conseguía dinero porque había puesto un bar en su celda. Hacía licor de chicha y lo vendía a los reos. Tenía que buscar la forma de sobrevivir.

En la cárcel, los reos tienen que buscar como sobrevivir, vendiendo comida, drogas, alcohol, etc. LA PRENSA/ Archivo de Óscar Navarrete

Los primeros días fuera de la cárcel fueron difíciles para Andrés. No quería salir de su casa. Pasaba el día entero encerrado en su cuarto, escuchando a su mamá decirle: “Vos, ¿y por qué no salís? ¿Qué creés? ¿Qué estás preso?” No era fácil para él. “Tenía un complejo, quería pasar encerrado todo el día”, cuenta.

A Andrés le gustan los perros y ahora vive de eso. Vende perros de raza porque dice que nadie le va a dar trabajo a alguien que tiene en su récord policial tres años y siete meses de cárcel por posesión de droga.

Él admite que algún tiempo estuvo involucrado en la venta de drogas por necesidad, “porque aquí nadie vive con el salario mínimo y uno tiene que buscar la forma”. Sin embargo, explica que cuando cayó preso, fue por conocer a una familia que se dedicaba a la venta de drogas a quienes él no quería delatar. Cuenta, pues, que la Policía llegó a su casa a amenazarlo, le colocaron tacos de marihuana en su vivienda y lo amenazaron con quitarle a su hijo y echar presa a la madre de este si él no se entregaba. Cuando llegaron los canales Andrés tuvo que entregarse.

“La cárcel me salvó la vida”

A pesar de que las celdas están destinadas para cierta cantidad de reos, los funcionarios de los sistemas penitenciarios de Nicaragua meten más y más reos en las celdas. Muchas veces hay 20 personas en una celda donde debería haber solo cinco. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

Sun Sun dice que él también pagó 16 años de su vida por un crimen que no cometió. Está esperando que su hija llegue de clases, mientras se entretiene revisando su celular y contestando a quienes le preguntan por los precios de los shorts y camisas que cuelgan del portón de su casa.

A los 24 años, Sun Sun se mantenía bebiendo alcohol bajo un árbol de Guanacaste que quedaba cerca de su casa. “Estaba colorado”. Por eso, dice, fue fácil que la Policía lo culpara de un atroz asesinato que había ocurrido cerca del Country Club: un hombre había sido asesinado de 34 puñaladas.

Lo llevaron preso. Detuvieron a tres menores de edad y, según cuenta, la Policía hizo que las tres lo involucraran en el crimen. Fue condenado a 30 años de cárcel. “Entrar a la cárcel es fácil, salir es lo difícil”, dice.

Sun Sun era “insoportable” en la cárcel. Tenía que buscar la forma de sobrevivir durante los 30 años que iba a estar allá dentro, por eso se hizo líder de una banda y era el jefe al que todos le obedecían. “Yo entré y varias personas que eran de mi barrio me fueron a ver y me decían que allá había problemas con el Reparto Schick y Hialeah”, dice. Entonces armó una pandilla para defenderse.

Cuando sus amigos se iban libres le dejaban televisores, comida, dinero. Tenía poder. Allá incluso tuvo la oportunidad de conocer al ahora diputado del partido APRE, Byron Jerez. Sun Sun era muy querido en la prisión y Jerez de vez en cuando le regalaba dinero u objetos, como pelotas de beisbol, etc. “Tomá, pero no le digás a nadie que tengo reales aquí”, le decía Jerez.

Él perdió su juventud en la cárcel y dice que ni a su peor enemigo le desea estar ahí encerrado. Vio como hombres grandes y fuertes se quebraban y lloraban de miedo, de tristeza y piden perdón. Él mismo sufrió una transformación allá. Después de ser líder de una banda, se convirtió en parte del cuerpo médico y hasta fontanero de la prisión. Debía portarse bien para obtener lo que quería. Como fontanero, le tocaba meterse en una pila llena de excrementos que le llegaba hasta el pecho, a veces hasta la barbilla y una vez ahí destapar las tuberías.

Cerca de las fechas en las que salió libre, Sun Sun estaba pidiéndole a los directivos que le concedieran su visita conyugal nocturna para el 14 de febrero de 2013. Quería ver a su esposa, a la que había conocido desde la infancia en el barrio El Edén y que lo llegaba a visitar cada vez que podía. Es la madre de su última hija. En esos trámites estaba cuando el oficial Jaime llegó a llamarlo.

Lo sacaron de la celda y le pusieron las esposas a la espalda, tan ajustadas que casi sintió que le cortaban la mano. Todos los directivos estaban en la oficina.

—¿Qué bronca tengo aquí señor? Hasta me van a cortar las manos –le dijo Sun Sun al director. Este ordenó que le quitaran las esposas inmediatamente. Sun Sun temblaba de miedo y de frío. Estaba metido en una oficina con aire acondicionado y solo estaba usando un par de chinelas, una camisola y un short.

—Mira, Sun Sun, ¿querés nocturna para el 14? ¿Qué decís, Evenor? ¿Se la damos? –preguntó el director a alguien más.
—A mí me van al chile, no me estén bromeando –reclamó Sun Sun, temblando desde la silla.

—Sun Sun… usted va libre –le dijo el director.

Ahí comenzó la paranoia. No creía en su libertad. Pensó que lo estaban molestando y volvió enojado a su celda, diciéndoles que por favor no jugaran con su libertad. Los funcionarios le dijeron que no hablara con los reos de las otras celdas o iban a buscar cómo hacerle daño.

En la cárcel, los reos tienen que hallar la forma de ganar dinero y sobrevivir: vendiendo licor, comida, drogas, etc. LA PRENSA/IStock

Sun Sun habló con sus compañeros de celda. Entre todos recogieron dinero y le regalaron mil córdobas cuando salió libre. Alistó una maleta con sus motetes y el oficial llegó a traerlo de la celda.

Iba pensando de todo. Cada vez que pasaba por los puestos de mando, Sun Sun volteaba a ver a todos lados porque creyó que estaban bromeando. Cuando por fin estuvo en la calle, tenía miedo porque estaba seguro de que en los palos de chilamate había hombres que lo iban a matar.

La señora que vendía gaseosa en las afueras del penal le prestó un celular y llamó a su esposa para que llegara a buscarlo. Ella no creía. La señora de las gaseosas tuvo que confirmarle la noticia para que terminara de creerla.

Un hombre que también iba saliendo del penal le ofreció raid y Sun Sun iba con miedo. Se bajó en La Subasta y ahí esperó a que su esposa lo llegara a traer.

Los días siguientes fueron difíciles para Sun Sun. Se despertaba todos los días a las 4:00 de la mañana, confundido y desorientado. Se levantaba y tocaba la cama para asegurarse que era su esposa la que estaba ahí.

A las 4:00, en La Modelo, llegaba el carrito que les llevaba el desayuno. Sun Sun nunca ha escuchado la carreta Nahua, pero dice que aquel carrito sonaba como sonaría la legendaria carreta. Era como una máquina hecha de latas que despertaba a todos los reos.
A esa hora se despertaba Sun Sun y tenía que correr a la ventana o a la puerta de su casa para asegurarse de que no estaba preso, para asegurarse de que ya era libre. Después de eso, tuvo que enfrentar la discriminación de las personas que lo rodeaban, personas que le ofrecían cometer crímenes, y otros que le decían a su esposa que no estaba salvo en esa casa porque vive con un exreo.

Pero Sun Sun dice que la cárcel le salvó la vida. Él cree que si hubiese pasado más tiempo bebiendo alcohol bajo aquel árbol de guanacaste, quizás ya estaría muerto. Quizás no tendría la vida que tiene ahora. Quizás no estaría en su casa, revisando la vitrina llena de ropa porque alguien llegó a preguntarle los precios de los calcetines. Quizás no pudiera acariciar a su conejo y a la ardilla que tiene por mascota. Quizás, a los 46 años, no podría decir que vive tranquilo y que es plenamente feliz.


Las consecuencias de la cárcel

Los reos aseguran que dependiendo del delito cometido, unos tienen más libertades que otros. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

Para la psicóloga Clara Nimia Cáceres, durante la cárcel se ven relevadas las otras necesidades del ser humano como son las de afiliación (amistad, afecto, intimidad sexual). También el reconocimiento (autorreconocimiento, confianza, respeto) y de autorrealización porque es casi imposible obtenerlas si las necesidades de seguridad que involucran la seguridad física, mental y emocional no están satisfechas.

Después de la prisión, los exreos pueden desarrollar estrés postraumático, ansiedad generalizada, fobias al encierro que ellos enfrentaban. Y desde su interior, explica Cáceres, se enfrentan también a la discriminación.

Traumas y discriminación

La psicóloga explica que cuando una persona privada de libertad sale de la cárcel, enfrenta una serie de retos muy difíciles. “La sanación de heridas emocionales, muchas muy profundas. Al estar privado de libertad, se priva una de las necesidades básicas del ser humano que pueden servir para la introspección, así como una oportunidad para ayudarse a sí mismo. A la vez, puede ser un detonante de traumas preexistentes que agravan su vivencia”, dice.

Y aunque las consecuencias no son iguales en todas las personas, la mayoría puede llegar a desarrollar síntomas clínicos referidos a la angustia, ansiedad, depresión, insomnio, ataques de nervios, etc.

Yanessa Escampini, de la Fundación Ángeles en la Oscuridad, explica que en los exreos que ellos han atendido, una de las consecuencias que más sufren estos es la discriminación. Son callados, un poco tímidos y de vez en cuando siguen hablando en señas, como en la prisión. El programa llamado Inocente yo, y que está organizado con el penal, se encarga de apoyar con programas psicológicos a los exprisioneros; además de la rehabilitación social y laboral de estos: les dan clases de electricidad residencial, los gradúan y los emplean.

“Tenemos abogados que donan su tiempo para reabrir casos”, explica Escampini. Josué Nahúm Zelaya es el ingeniero que se encarga de capacitarlos, más tarde, él los emplea en su empresa eléctrica.

Violencia, heridas y suicidios

Sun Sun y Andrés fueron testigos de cómo los reos, frustrados, se quitaban la vida o se herían como forma de protesta. Los Donados, como se llama a los reos a los que nadie visita, solían cortarse los brazos hasta hacerse en un charco de sangre. Sun Sun, que era del cuerpo médico de la prisión, recuerda que en una ocasión un reo incluso se cortó la lengua y a él le tocó zurcirlo. Normalmente hacían ese tipo de cosas para exigir sus derechos a los oficiales a los que les pedían ayuda.

Andrés fue testigo también de asesinatos y suicidios. Recuerda, por ejemplo, cuando por una discusión, uno de sus compañeros, a quien conocían como Moneda, fue asesinado a puñaladas.

Los reos a los que condenaban por 10 años o más se ahorcaban con las sábanas en las mismas celdas. Sun Sun recuerda haberle salvado la vida a uno de ellos.


 

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