Un 26 de febrero como hoy, en 1550, unos treinta sujetos, jefeados por dos hijos del magnate Rodrigo Contreras, se dirigieron llenos de odio a la residencia del obispo de León, Antonio Valdivieso. Desde su llegada de España, seis años atrás, el prelado había dirigido doce cartas al emperador Carlos V, al príncipe Felipe, y al Real Consejo de Indias, denunciando las tropelías que el clan de los Contreras cometía contra los indios. Las gestiones epistolares surtieron efecto, pues la corona los despojó de sus encomiendas (derecho al uso de mano de obra local) y ordenó que acataran las Leyes Nuevas que protegían a los naturales. Esto había sido demasiado para la poderosa y arrogante familia. Su turba, armada de palos y espadas, asesinó sin contemplaciones al obispo. La fractura de su brazo derecho, visible en su esqueleto encontrado en las ruinas de León Viejo, testimonia que fue muerto a golpes de espada.
Valdivieso, empero, no fue el primer mártir católico en suelo nicaragüense. En 1543 otra turba, jefeada por María de Peñalosa, esposa de Contreras e hija del primer gobernador, Pedrarias, había atacado el templo de la Merced matando con un disparo de ballesta al religioso franciscano Pedro de Chávez y a tres fieles más. El motivo era similar: detener las denuncias que el entonces obispo, el también español Pedro de Mendavia, hacía sobre los atropellos de la familia.
Los anteriores incidentes son testimonio de un capítulo tan importante como conmovedor de la historia colonial latinoamericana: el de la lucha tenaz, y a ratos heroica, que la Iglesia protagonizó en defensa de los aborígenes.
Como ocurre en todas las conquistas, los colonizadores tienden a cometer innumerables abusos. En el caso de la colonia española un elemento que frenó considerablemente esta tendencia fue el peso de la Iglesia católica.
Sus teólogos, entre ellos Francisco Vitoria, fundador del derecho internacional, argumentaron brillantemente que los indios no eran solamente hombres y mujeres hechos a imagen de Dios, sino que no podían ser convertidos a la fuerza ni privados de sus derechos básicos.
Muchos de estos y similares exhortos fueron desoídos, pero los frailes y misioneros, entre ellos el célebre Bartolomé de las Casas, junto con Valdivieso y centenares más, alzaron la voz en su defensa a lo largo y ancho del nuevo continente, arrostrando riesgos y martirios.
Influido por estas denuncias, en 1535 el papa Paulo III, advirtió que muchos indios eran tratados por los conquistadores con “aflicciones que raramente infligirían a los animales salvajes” y amenazó con excomunión a todo aquel que intentara reducirlos a la esclavitud, o despojarlos de sus bienes. Luego la corona aprobó, en 1542, la Leyes Nuevas, las cuales reiteraban la prohibición de esclavizarlos y limitaban significativamente las potestades de los encomenderos. Fue precisamente por desafiar estas leyes que los Contreras perdieron sus encomiendas.
Esta militancia de la iglesia a favor de los menesterosos, hija directa del evangelio cristiano, ha sido una de sus marcas distintiva a través de la historia. Expresada en términos contemporáneos, ella fue la mayor defensora de los derechos humanos en el período de gestación de nuestras sociedades, y aún bien entrado el siglo XX. La Teología de la Liberación quiso capitalizar a su favor esta tradición, pero erró al querer hacerla aliada de la revolución marxista.
El sacrificio de monseñor Valdivieso es un llamado a los cristianos a ejercitar su vocación profética; enfrentando con verdad y valentía todos aquellos poderes y políticas que atenten contra la dignidad humana y los derechos de los más débiles. Ojalá lo tuviéramos hoy con nosotros.
El autor fue ministro de Educación y pronto publicará un libro sobre la historia de Nicaragua.