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/ Nasere Habed López

“Estoy aburrida de vivir”

Así oía decir a mi abuelita Panchita, “estoy aburrida de vivir”. Para entonces yo era joven y mi abuelita tenía más de 100 años de edad. Me parecía una “locurita” lo que mi abuelita decía, pues la vida es el bien más valioso en este mundo y mi abuelita no tenía por qué desear la muerte. Pese a su edad, era una persona sana, lúcida, sin impedimentos físicos. ¿Por qué entonces quería morir?

No hallé ninguna explicación a esta pregunta, hasta que yo, entrando también en años, empecé a comprender por qué mi abuelita estaba aburrida de tanto vivir.

La respuesta podría estar en la vida monótona, fastidiosa que llevaba, de repetir lo mismo día a día: levantarse, bañarse, comer, sentarse a tejer, ayudar en algún quehacer doméstico, acostarse nuevamente, levantarse… y así día a día, sin nada nuevo que despertara su interés por esta vida.
¿Será así en todos los ancianos? ¿De ser actores, pasar a ser espectadores pasivos en el gran teatro del mundo? ¿Resignarse a cumplir con el ciclo vital de nacer, crecer, reproducirse y morir?

Realmente, la senectud es triste. La vejez conlleva una serie de situaciones difíciles: la jubilación, la pérdida de familiares cercanos, la marcha de los hijos, las enfermedades crónicas propias de la edad, discapacidades, la depresión y sentimientos de soledad.

El despertar de la niñez, los bríos de la juventud, los desafíos de la vida adulta, pasaron a la historia. Solo le queda al anciano entrado en años, esperar pacientemente y con resignación, la muerte. Eso es lo que podría desprenderse de lo que sentía y pensaba mi abuelita Panchita, cuando decía “estoy aburrida de vivir” ¿Será así en todos los ancianitos, esperar con resignación y paciencia la muerte, porque con la muerte accederán a una nueva vida, más feliz y placentera?

El caso de mi abuelita no necesariamente se repite y hay otros a quienes les horroriza pensar que van a morir, que la muerte es el fin irreversible de la existencia humana, que priva para siempre de bienes y placeres.
Todas esas conductas reflejan diferentes actitudes de los ancianos frente a la vida y la muerte.
Algo podemos hacer para que los ancianos tengan siempre una visión positiva de su existencia, un motivo para vivir y crecer. Y paz y serenidad para morir.

Desde ya, debemos considerar que los ancianos son personas valiosas en el hogar. Nunca una carga. Tomarlo en cuenta en las decisiones importantes de la familia. Que no se sientan marginados e inútiles.
Está científicamente comprobado que con los años se adquiere mayor sensatez y se manejan mejor los sentimientos y las relaciones interpersonales, por lo que los ancianos pueden dar buenas opiniones y consejos, gracias a su experiencia y buen juicio.

La conducta hacia los ancianos deber ser similar a la conducta que de nosotros necesitan los niños: paciencia, comprensión, cariño y delicadeza en el trato. Bien se merecen eso y más los ancianos.

El autor es psicólogo, Orden Mariano Fiallos Gil, del Consejo Nacional de Universidades y Doctor Honoris Causa de la UNAN-Managua.
[email protected]

Opinión Ciclo de vida archivo
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