La frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda se reveló de nuevo este miércoles como el tema más complicado de las negociaciones del Brexit, y llevó a Londres a acusar a Bruselas de jugar con su integridad nacional.
De este modo, la primera ministra británica Theresa May rechazó la propuesta de la Comisión Europea de dejar a Irlanda del Norte en la unión aduanera para evitar que vuelvan unos controles fronterizos que traerían ecos del pasado norirlandés, cuando la línea estaba militarizada y unionistas protestantes y republicanos católicos se mataban.
La frontera, la única terrestre entre el Reino Unido y la UE, existe, pero hoy en día es virtual e Irlanda no quiere ni oír hablar del regreso de los puestos de control. Atraviesa campos, pueblos e incluso casas.
Fronteras a pocos pasos
En diez minutos en auto se puede llegar a cruzar varias veces sin darse cuenta, y para saber en qué país se está, hay que mirar las señales de velocidad: si están en millas, estamos en el lado británico, si están en kilómetros, en el irlandés.
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“El borrador legal que ha publicado la Comisión (Europea), si se aplica, socava el mercado común británico y amenaza la integridad constitucional del Reino Unido”, dijo May en el Parlamento, subrayando que “ningún primer ministro daría jamás su acuerdo” a esta propuesta.
Controles fronterizos
Hasta ahora, ni Bruselas ni Londres dan con la tecla para combinar la salida británica de la UE con el compromiso de no restaurar una frontera que se convirtió en prácticamente invisible gracias al Acuerdo de paz de Viernes Santo de 1998, facilitando una notable mejoría de la economía de la zona.
Una de las ideas era recurrir a la tecnología para los controles fronterizos, pero “ninguna de ambas partes tiene una idea clara” de cómo hacerlo, dijo Frennhoff Larsen.
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En un discurso pronunciado este miércoles denunciando el Brexit en general, el ex primer ministro conservador John Major reclamó a May que proponga algo concreto para Irlanda del Norte.
“Necesitamos una política para proteger al Acuerdo de Viernes Santo. Y la necesitamos urgentemente. Y la responsabilidad de hallar una es nuestra, no de la Unión Europea”, dijo Major.
Entre tanto, el tiempo corre, y falta sólo un año para que se consume la salida británica, aunque ambas partes podrían acordar un periodo de transición en que todo seguiría igual.
Major reclama un plan cuanto antes
Para May, la solución europea equivaldría a convertir Irlanda del Norte en un territorio diferente al Reino Unido.
Anticipando la reacción británica, Barnier ya había avanzado que no pretendía “cuestionar el orden constitucional e institucional” británico.
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“No hay precedentes”, explicó Magdalena Frennhoff Larsen, profesora de la Universidad londdinense de Westminster, refiriéndose a la posibilidad de que una parte de un país esté en el mercado único europeo y la otra no. “Por eso es tan complicado”, añadió la profesora.
Dos economías intrincadas
La profesora Frennhoff Larsen recordó que en Irlanda causó sorpresa lo poco que se habló del asunto durante la campaña del referéndum de junio de 2016.
Inquieta el impacto económico en una zona donde el desempleo es hoy de 3 por ciento, en contraste con el 25 por ciento de los años del conflicto.
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Las dos economías están imbricadas de tal manera que, por ejemplo, el 40 por ciento de la producción de leche norirlandesa se trata al otro lado de la frontera.
May necesita apoyo parlamentario
El tejido político británico no es ajeno al problema: para gobernar, May necesita el apoyo parlamentario de los diez diputados unionistas norirlandeses del DUP y éstos, temerosos de la reunificación con Irlanda, no van a tolerar que la provincia se aleje de Gran Bretaña.
Además, su gobierno está dividido entre partidarios de seguir en la órbita económica europea o romper amarras. A éstos últimos pertenece el ministro de Relaciones Exteriores, Boris Johnson, que este miércoles fue acusado de frivolidad y de doble juego.
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La razón fue su comparación de esa frontera con la que separa cualquier barrio de Londres y una carta a May, filtrada por Sky News, en la que minimizaba la importancia del regreso de los controles, sembrando dudas sobre la seriedad del compromiso del gobierno de una frontera “sin fricciones”.