14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Somos templos vivos

No sé si has caído en la cuenta que lo más bello de un templo no son sus muros, sino cada uno de nosotros que somos imagen de Dios. Dios se hace presente en el Templo, cuando en el Templo se hace presente el amor hecho comunión.

Acostumbrados a ver a un Jesús todo amor y misericordia, un día en cambio vemos a Jesús con un látigo en la mano (Jn. 12, 5), nos impacta bastante; no entra en nuestra cabeza un Jesús así. Algo grave, pero muy grave, tuvo que ocurrir.

Cuando David pretende construirle un Templo a Yahvé, el mismo Dios, por medio del profeta Natán, se dirige a él para decirle: “¿Quién te ha dicho a ti que yo quiero un templo? Lo mío no es estar encerrado en cuatro paredes sino caminar junto a mi pueblo” (2 Sam. 7, 5-7).

No obstante, su hijo Salomón construyó el Templo y le llamó casa de Dios, morada de Dios (1 Rey. 6.1; 8, 12-13), casa de oración (1 Re. 8, 43) y de sacrificios de animales en honor a Yahvé.

La verdad es que el Templo se convirtió en lo que Dios había previsto y, por eso, rechazó la idea de David. Por eso los profetas llamaban duramente la atención al pueblo y le decían: “No se crean seguros porque van al templo. Cambien su conducta y sus acciones, y habitaré con ustedes en este lugar”, como dice el profeta Jeremías (Jer. 7, 3-7).

Dios no quiere sacrificios de animales; lo que Dios quiere es que sigamos el camino que Él nos ha enseñado (Jer. 7, 21-24). Dios no quiere inciensos ni ritos sin vida; lo que Dios quiere es que dejemos de hacer el mal y aprendamos a hacer el bien, como dice el profeta Isaías. (Is. 1, 11-17).

Jesús, viendo la historia corrupta en que se había metido el Templo, toma la misma actitud de los profetas. Por eso cuando los discípulos pretendieron ensalzarle la belleza del templo de Jerusalén, Jesús les respondió: “No quedará piedra sobre piedra” (Mc. 13, 1-2).

Su actitud con el látigo en la mano fue porque el Templo se había convertido en una “cueva de ladrones”, en un “refugio de hipócritas” (Jn. 2, 16) y no en un lugar de encuentro con Dios y con los hermanos, como ya había dicho Dios por medio del profeta Jeremías (Jer. 7, 8-15). Porque el Templo se había convertido en un mercado y matadero de animales y de ritos que no respondían a la vida y quienes acudían a él menospreciaban el amor, la justicia y la misericordia (Mc. 12, 32-34; Mt. 12, 6-7).

Con esta acción que era todo un símbolo, desde ahora el verdadero Templo, la verdadera casa donde Dios mora será el mismo Jesús (Jn. 2, 19.21). En Él está el Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn. 10, 30), quien le rechaza, rechaza a Dios (Mt. 10, 40).

Serán las personas humanas, los hijos de Dios (Mt. 25, 40.45), es por eso que San Pablo nos dice que todos somos “templos vivos de Dios” (2 Cor. 6, 16).

Las Comunidades Cristianas de los primeros siglos lo sabían y nunca se preocuparon de construir templos, pues por encima del Templo de piedra estaban los Templos vivos de Jesús y de cada uno de los hombres y allí es donde se demostraba el amor a Dios (1 Cor. 3, 16). Por encima de los cultos y los sacrificios hipócritas, estaba el amor a los hermanos (Mc. 12, 32-34). Por encima de los poderes y castas sacerdotales, estaba el servicio hecho comunión (Lc. 10, 25-36).

Nosotros, al reunirnos como hermanos, a la escucha de la Palabra, en la Fracción del Pan, somos los verdaderos Templos de Dios que somos cada uno de los hermanos en comunión, los unos con los otros y con Jesús.

El autor es sacerdote.

Opinión Dios Iglesia Católica templos archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí