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Mujeres migrantes en resistencia

Consideremos que una mujer decide emigrar en ausencia de empleos dignos en su comunidad. Hacerlo significará tomar una decisión asociada al deseo de mejorar su situación económica, lo cual provoca en ella satisfacción y alegría. Sin embargo, su elección es concebida también como imposibilidad para quedarse y cumplir con las labores de cuidados de los hijos e hijas, a quienes ella deja bajo la tutela de su madre, que de ahora en adelante se convertirá en abuela cuidadora.

Esta decisión, que vislumbra como una posibilidad de proveer, se convierte —en contraposición— en imposibilidad para quedarse a cuidar a sus hijos e hijas, lo que provoca tristeza e impotencia en ambas: en el caso de la abuela cuidadora, por el cansancio derivado de los cuidados que realiza a la tercera edad; y en el caso de la mujer, por el duelo inherente a la migración.

El drama migratorio planteado anteriormente es parte de los resultados obtenidos en una investigación realizada por el Servicio Jesuita a Migrantes de Nicaragua (SJM-NIC). Esta ahonda en las cadenas transnacionales de cuidados y migración femenina en Chinandega, desde los casos de las abuelas cuidadoras y las mujeres migrantes retornadas.

Las mujeres entrevistadas en la investigación conciben la migración interna, transfronteriza o transnacional, como un espacio para liberarse de las diferentes manifestaciones de la violencia de género. Asimismo, la migración como espacio emocional implica —para ellas— movilización física, que está asociada a la alegría por el cambio de entorno, el intercambio cultural y la oportunidad de conocer nuevos sitios. Sin embargo, la liberación física y emocional que representa para estas mujeres la migración en un principio, se fue disipando con el tiempo.

Las mujeres migrantes retornadas que fueron entrevistadas por el SJM-NIC, comparten que los lugares de destino a los que migraron se convirtieron en espacios de reclusión, donde contaban con empleos y condiciones básicas para sobrevivir, pero sin libertad para movilizarse por la violencia generalizada, la discriminación o la violencia de género a manos de sus parejas. En los relatos, algunas de ellas afirman que en los lugares de destino debían regirse por la ley de “ver, oír y callar”.

Los resultados de esta investigación nos ayudan a acercarnos a la realidad migratoria de Nicaragua desde una mirada femenina, para reconocer las resistencias que las mujeres van integrando a sus identidades en el proceso migratorio. Algunas de estas resistencias son la valoración de sí mismas como sujetas de derechos, el reconocimiento de su autoestima, los cuestionamientos a algunos roles de género interiorizados desde la niñez como la perpetuidad del matrimonio y la naturalización de la violencia de género.

¿Cómo podemos crear espacios para que las mujeres migrantes retornadas sigan integrando estas resistencias, frente a un sistema patriarcal que continúa desafiando esta “nueva mirada” en ellas, en torno a lo que socialmente significa ser buena mujer, madre y esposa? ¿Es prioridad del Estado de Nicaragua la creación de empleos dignos y estables que posibiliten a las mujeres autonomía económica y emocional, para satisfacer sus necesidades básicas y la de sus hijos e hijas y ser libres de la violencia y codependencia de parejas machistas?

Conmemorar el Día Internacional de la Mujer ha sido una ocasión para descubrir cómo podemos esforzarnos en la construcción de una Nicaragua mejor para tantas mujeres, que encuentran en la migración un camino para alcanzar autonomía económica y emocional. Mientras tanto, celebramos que a través de la reconfiguración de sus identidades se plantean un proyecto de vida libre de violencia.
El autor es comunicador social.
Twitter: @julioquetzal

Opinión migrantes mujeres archivo
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