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Un mes después que regresó a su casa, su mamá cubrió todos los espejos de la casa. Foto: La Prensa. O/Navarrete

Beyra Cano, la mujer que vive con dos rostros

Se le desfiguró la mitad de su cara en un accidente de tránsito. Cuando volvió a su vida cotidiana todo fue diferente. Las personas se asustaban al verla y no podía conseguir empleo.

Beyra Cano iba dormida cuando el microbús en el que viajaba chocó frente a una rastra. Era 28 de marzo del año 2015 y sus recuerdos son como escenas del tráiler de una película: gritos, silencio, mucha sangre, médicos en bata blanca. Lejos de despertarse del sueño en el que creía estar, su realidad a partir de aquel momento sería su peor pesadilla.

A Beyra Cano le hicieron 10 cirugías en nueve meses. En el mismo tiempo que una mujer gesta a un bebé, las cirujanas que la atendieron intentaron darle forma a la mitad de su rostro. Tenía abierta una herida desde la frente hasta el pómulo izquierdo que le hizo perder los párpados. Ambas cejas se le habían desaparecido y expulsaba tanta sangre y piel que sus facciones no se diferenciaban.

El estado en el que estaba el rostro de Beyra Cano, luego del accidente de tránsito. LA PRENSA /Cortesía

Ese día la doctora Cynthia Batres, cirujana plástica reconstructiva, estaba a cargo de Emergencia del hospital Lenín Fonseca. De los 16 lesionados del microbús, Cano era de las más graves. “Había perdido mucha sangre y tenía incrustado vidrio en la cara”, recuerda Batres. “Durante la operación se le bajó la presión y se complicó”, agrega la cirujana.

Una de las muchachas que viajaba en el asiento detrás de donde venía Cano, murió quince días después del accidente por la gravedad de los golpes que sufrió. “Yo casi me morí, pero gracias a Dios estoy viva”, dice Cano, a casi tres años del golpe que cambió su vida.

Espejos tapados

A los 10 días del impacto regresó a su casa con la mitad del rostro vendado. Un mes después, por instrucciones de las cirujanas, debía quitarse la venda para que la herida se ventilara y no se infectara. Elizabeth Cano Rodríguez, su mamá, colgó una sábana en todos los espejos de la casa para evitar que Beyra mirara su rostro desfigurado.

“Me quité despacio la venda frente al espejo. Empecé a verme. Me asusté un poquito cuando me miré. No te voy a mentir. Pero no me miré tan mal”, dice Cano.

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Beyra Cano solo tiene un apellido, el de su mamá, pues su padre nunca la reconoció como su hija. Y a pesar de que se dio cuenta del choque que sufrió, dice Beyra, no la llegó a ver al hospital. Siempre ha vivido con sus cuatro hermanos por parte de madre, y su abuelita, quien a raíz del accidente se empeoró de cáncer y murió un año después.

La doctora Batres se conmovió con el caso de Beyra y desde ese primer día ha sido quien ha moldeado el rostro con intervenciones quirúrgicas. “A ella le hemos hecho varios procedimientos reconstructivos. Le hemos quitado piel de otras áreas, por ejemplo de la frente, para ponérsela en la parte afectada”, dice Batres.

Antes del accidente, Beyra Cano estudiaba el último año de la universidad. LA PRENSA /Cortesía

Quedó tan golpeada del accidente que en el hospital le detectaron anemia. En las tardes, cuando estaba sentada en la sala de su casa, se quedaba dormida sin querer. “Tenía debilidad y sueño en todo el día. No podía levantar ni las manos”, dice Beyra

Su mamá, Elizabeth Cano, era quien la ayudaba a levantarse y acostarse. La cambiaba de mudadas. Le cocinaba y la acompañaba al baño. “Sin mi mamá me hubiera muerto”, dice Beyra.


Un mes después que regresó a su casa, su mamá cubrió todos los espejos de la casa. LA PRENSA / Óscar Navarrete

Deudas

Debido al accidente, Beyra Cano dejó de estudiar el último año de la carrera de Mercadeo y Publicidad. También dejó de estudiar inglés los domingos. Los tratamientos eran demasiados costosos, dice, y ha preferido optar por invertir en su salud.

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Calcula que en estos tres años ha hecho préstamos que ascienden a los ocho mil dólares. Todavía está pagando las deudas. Dice que la doctora Cynthia Batres no le ha cobrado nada por las intervenciones quirúrgicas y que ha sido “un ángel” en su vida.

Todavía recibe tratamiento de colágenos, pues la piel que le injertaron en la parte afectada necesita seguimiento para que no se le maltrate o se le hagan úlceras.


Gloriángeles Darce, propietaria del estudio Toque de Ángel, es quien le realizó la micropigmentación y le enseñó técnicas de maquillaje. Foto: LA PRENSA / Óscar Navarrete

Regreso a la vida

Estuvo nueve meses de subsidio. El día que salió por primera vez a las calles, las personas la miraban de forma extraña. “Los niños eran los únicos sinceros. Me decían: “huy, ¿Qué te pasó en la cara?”, pero también en los adultos he visto esa reacción de susto y rechazo que tienen al verme”, dice Beyra.

En su trabajo anterior, dice, después del accidente no la comprendieron. “Yo pedía permisos especiales para ir hacerme tratamientos diario”, dice Beyra. “Y parece que eso no les gustaba. A ninguna empresa le gusta estar lidiando con un empleado que está impedido de hacer varias cosas. Yo no me podía asolear ni agitarme mucho”.

Su plaza anterior había sido ocupada por alguien más y ella fue ubicada en la recepción de la empresa. Ahí miró los gestos de desagrado que hacían las personas cuando le miraban la cara desfigurada. “Me presionaron tanto en la empresa que no me quedó de otra que renunciar”, dice Beyra.

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Antes del accidente era una muchacha de 24 años, alegre, que le gustaba bailar y escalar volcanes. Trabajaba de lunes a viernes y estudiaba los sábados la carrera de Mercadeo y Publicidad. De hecho, el día del accidente regresaba a las cuatro de la tarde a San Rafael del Sur, donde nació, desde la universidad que estudiaba en Managua.

Actualmente se siente bien pero todavía va al psicólogo. A las personas que sufren impactos tan grandes, como el de ella, caen en depresión y son propensos a suicidarse. “Nunca he pensado en suicidarme porque me gusta vivir. Pero sigo yendo al psicólogo porque los médicos creen que es lo mejor para mí”, dice Cano.

Hace dos meses, por medio de un contacto de la doctora Batres, conoció a Gloriángeles Darce, dueña de la clínica Toque de Ángel, quien le ofreció reconstruirle ambas cejas, lo que le faltaba para darle mejor forma a la cara. “Hicimos una técnica para simular pelitos de forma manual para que no se vea algo grotesco como un manchón y que sus cejas se miren de lo más natural”, dice Darce.

“El volumen en esa área (donde sufrió el impacto) de su rostro no es igual. Así que tuvimos que hacer un truco visual para que las cejas se vean muy parecidas cuando no es así”, dice Darce.

Junto a Gloriángeles Darce, quien le dio empleo en Toque de Ángel. LA PRENSA / Óscar Navarrete

Durante dos años Beyra Cano buscó empleo, pero ninguna empresa la volvía a llamar después de la entrevista presencial. “Las personas miraban mi currículum y luego me miraban a mí y ya no me volvían a ver. Me decían que me iban a llamar pero por sus expresiones yo sabía que esa llamada nunca iba a llegar”, dice Cano.

Por esta razón, hace un año, viajó a España donde una prima que le había prometido que se haría los tratamientos allá. Beyra durante ocho meses cuidó casas y ancianos. Ganaba bien pero la herida se le estaba inflamando. El frío hacía que se madurara y meses después tuvo que regresar a Nicaragua con una infección.


Secuelas y cicatrices

Utiliza una gorra especial, que cuesta sesenta dólares, ya que no puede recibir sol. Antes de que le hicieran la reconstrucción de párpados, aunque quisiera, no podía cerrar el ojo izquierdo, el cual se le resecaba. Para evitarlo, todavía tiene que utilizar lágrimas artificiales.

Además de la piel del ojo izquierdo, tiene cicatrices en el hombro. Y aunque dice no tener secuelas mentales, cada vez que mira por la televisión un accidente similar al que sufrió no puede evitar llorar.


Vive en Managua pero es originaria de San Rafael del Sur. LA PRENSA / Óscar Navarrete

Algo bueno vendrá”

La última operación que le hicieron fue en noviembre de 2017. No tenía calentura, pero cuando la doctora Batres la intervino hubo filtración de pus en el pómulo izquierdo. “Tuve que ser más consciente porque si seguía descuidándome iba a perder mi ojo”, dice Beyra.

Hoy está detrás del mostrador de la clínica Toque de Ángel, donde además de hacerle gratuitamente la intervención y enseñarle técnicas de maquillaje para tapar las cicatrices, también le ofrecieron trabajo. Es la cara que recibe y atiende a los clientes. El pelo castaño le ha crecido hasta la cintura después de que hace tres años le habían rapado todo su cabello para que no estorbara en las cirugías, y de paso no infectara las puntadas.

Le gusta conversar y es detallista, sobre todo, con los pormenores del accidente. Dice que antes del golpe podía ir a las reuniones de trabajo sin agenda ni lapiceros y era capaz de grabarse todo en la mente. Ahora es diferente: le cuesta retener datos y prefiere preguntar dos veces.

Lo que no cambia es su sonrisa. La que aparece en la foto de antes que la rastra impactara al microbús. La que muestra sus dientes y suaviza su cara, a pesar de que viva sola en Managua y el salario le ajuste apenas para sobrevivir. Que haya bajado de peso y que por la noche no tenga a quien contarle lo que hizo en el día. “Si he podido aguantar todo lo que te he contado, aguantar un poco de hambre y soledad no es mucho. Pienso que es por un tiempo. Mi pensamiento es así: solo por un tiempo estaré así. Algo bueno vendrá”.

Un mes después que regresó a su casa, su mamá cubrió todos los espejos de la casa. Foto: La Prensa. O/Navarrete

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