Todo comenzó con una promesa y terminó en el Óscar. Guillermo del Toro prometió que dedicaría su vida a los monstruos si dejaban de acosarlo en pesadillas. Los monstruos cumplieron su parte del trato y fue así que en esos primeros años de vida, el aclamado director mexicano construyó ese mundo de seres fantásticos que hoy llegan al cine.
Ganó el domingo el Óscar a mejor dirección por “La forma del agua”, una historia de amor en plena Guerra Fría entre una mujer muda que trabaja como limpiadora y un humanoide anfibio, que el director considera “su primera película adulta”.
Y han pasado 25 años desde que comenzó a hacer cine.
“Desde la infancia he sido fiel a los monstruos, me han salvado. Porque los monstruos, creo, son los santos patronos de nuestra dichosa imperfección. Y permiten y encarnan la posibilidad de fallar y vivir”, dijo al recibir el Globo de Oro en enero.
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Del Toro nació en 1964 en un hogar católico plagado de imágenes religiosas. Su madre, una poetisa aficionada que leía el tarot; su padre, un hombre de negocios que se ganó la lotería y montó un imperio de concesionarios de autos.
Y dice, con mucha precisión, que construyó lo que es hoy en sus primeros 11 años de vida.
Las criaturas, los vampiros, los superhéroes, todo viene de la mente de un niño que amaba merodear por las cloacas de su natal Guadalajara y disolver babosas con sal y que a los 5 años pidió de Navidad una planta mandrágora para hacer magia negra.
En su habitación había extraterrestres, monstruos que brillaban en la oscuridad y un hombre lobo de peluche. Ahora hay una estatuilla del Óscar.