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¡Cuidado!

E n Julio de 1944, y en anticipación de la derrota de Alemania y Japón y del fin de la Segunda Guerra Mundial, se reunieron representantes de 44 países en Bretton Woods, New Hampshire, para trazar la arquitectura económica y financiera del mundo posguerra. Con titanes como John Maynard Keynes, el prominente economista británico, se llegó a la conclusión de que la Gran Depresión y el colapso del comercio internacional habían contribuido enormemente al clima que facilitó la llegada al poder de demagogos populistas como Adolfo Hitler. Y para evitar una repetición de la Gran Recesión y permitir la reconstrucción de la economía mundial, se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario y las reglas del juego para estimular, de nuevo, un comercio internacional fluido. De hecho, en Bretton Woods se sentaron las bases para una economía de mercado con alcance mundial y la interdependencia económica que ahora conocemos como la globalización que aseguraron un nivel de prosperidad mundial jamás antes visto.

La Gran Recesión de 2007 resultó ser una fuerte prueba de estrés para el modelo Bretton Woods. Aunque algunos países como la China y la India lograron seguir creciendo rápidamente, en otras partes del mundo —como Estados Unidos (EE. UU.), la Unión Europea y Japón— la recesión fue profunda y la recuperación fue lenta y débil. Todo esto fue ampliamente comentado por los medios y publicaciones como La Perspectiva de la Economía Mundial (PEM) publicada semestralmente por el Fondo Monetario. Este último informe fue francamente pesimista por años y aún en los últimos 18 meses, cuando comenzó a repuntar la economía en los países industrializados, sus autores enfatizaron que la recuperación mundial seguiría expuesta a muchos riesgos que la podrían descarrilar.

Durante los sesenta años después de la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional había consistentemente crecido mucho más rápidamente que el Producto Interno Bruto (PIB) global. En otras palabras, había sido uno de los principales motores del exitoso desempeño mundial. Pero las estadísticas “enterrada” en la (PEM) señalan que en 2009 el comercio mundial colapsó 10.5% y en los años 2012-2016 creció pero más lentamente o al mismo nivel que el PIB mundial. Es decir en lugar de impulsar a la reactivación de la economía, el comercio internacional se convirtió en parte del problema afectando a la economía mundial.

Adelantando la película, las acciones económicas agresivas que tomaron los países desarrollados cuando estos se encontraban en cuidados intensivos comenzaron a surtir efecto. En 2017, por ejemplo, comenzamos a ver niveles de crecimiento más robustos gracias, en parte, a la aceleración del comercio mundial. Pero había un pelo en la sopa: la predilección del nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, por políticas económicas nacionalistas. Durante la campaña electoral se pronunció a favor de libre comercio, pero solo en la medida que fuese “justo y recíproco”. En buen cristiano, Trump le ofreció a su base erradicar el déficit comercial que su país tenía décadas de tener con el resto del mundo. Con esto, prometió, restablecer la base manufacturera norteamericana y proteger empleos estadounidenses.

Durante 2017, el señor Trump canceló el respaldo de su país al Tratado de Libre Comercio Transpacífico, conocido como el TPP por sus siglas en inglés. Comenzó, también, a renegociar el tratado de libre comercio con Canadá y México. Y la Unión Americana mantuvo su política de una tasa de cambio bajo lo cual es favorable a mayores exportaciones. A pesar de estas medidas, el déficit comercial norteamericano no solo no bajó sino que subió a US$800 mil millones el primer año de la Era de Trump.

De cara a esta realidad, el presidente Trump anunció recientemente que EE. UU. tomaría medidas más drásticas para reducir su déficit imponiendo aranceles de 10 y 25% para importaciones de aluminio y acero, respectivamente. A pesar de que el presidente Trump justificó estas medidas argumentando que la China estaba “dumping” su acero en el mercado mundial, la realidad es que la China no está ni siquiera entre los primeros diez exportadores de acero a EE. UU. Esto me hace pensar que lo que está realmente buscando es ganar puntos políticos con su base sobre todo en un distrito cerca de Pittsburgh —antiguo corazón de la industria de acero de su país— que tendrá una elección especial para un escaño en la Cámara Baja del Congreso en marzo.

La reacción a la acción proteccionista del presidente Trump fue instantánea. Su asesor económico, Gary Cohn, renunció por estar en desacuerdo con este abandono de la política de libre comercio seguida por su país desde Bretton Woods. Más de 100 congresistas republicanos le escribieron a la Casa Blanca pidiendo que repensase la acción argumentado que esta acción sería un impuesto que castigaría a los consumidores norteamericanos al subir el precio desde carros hasta las latas de cerveza y gaseosas. Y las bolsas de valores del mundo se cayeron. Quizás por este repudio, el jefe de Estado norteamericano optó por modular su posición. Por ejemplo, flexibilizó la aplicación de los aranceles a Canadá y México anunciando que ambas naciones tendrían un tiempo para adelantar en la renegociación —satisfactoria a Washington, por supuesto— de su tratado de libre comercio con EE. UU.

Para concluir, el nacionalismo económico de Trump podrá hacerle un gran daño a la frágil recuperación económica mundial que se comenzó a ver el año pasado con consecuencias nefastas para el mundo entero, incluyendo nuestra pequeña economía. Es precisamente el tipo de riesgo al que se referían los PEM del Fondo Monetario. Cierro con una última reflexión histórica que todos economistas conocen. En 1930, EE. UU. impuso un arancel para proteger a sus exportaciones agrícolas. Estas provocaron medidas proteccionistas en los otros socios comerciales norteamericanos colapsando el comercio internacional y profundizando y prolongando aún más a la Gran Depresión. Este fenómeno perfectamente se podría repetir ahora. Por eso esperemos que el gobierno del presidente proceda a recapacitar en cuanto a su política proteccionista. Este no es el momento para acciones temerarias. Es el momento de actuar con cuidado, mucho cuidado.

El autor fue canciller y embajador en Washington.

Opinión Segunda Guerra Mundial archivo
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