A lo largo de su historia, los pueblos siempre se sorprendieron y respetaron aquellos fenómenos propios o del universo que no podían entender y mucho menos dominar.
Para controlar el miedo a lo desconocido y poderoso, desarrollaron creencias que respetaban fuerzas superiores, pidiendo a través de tributos o rituales, respuestas y favores a las necesidades y expectativas.
De ahí crecieron las creencias religiosas y mitológicas que pusieron en las manos de seres superiores, que todo lo saben, manejan y controlan, la suerte o destino de todo lo inexplicable.
Las historias nacidas a la luz de los sucesos importantes son los mitos y creencias. Ellos describen las acciones y decisiones llevadas a cabo por dioses representativos de las distintas fuerzas y fenómenos.
Observados desde nuestros tiempos modernos, ellos son la recreación de lo humano, de la complejidad de su sentir y temer, trascendido a lo intangible, a lo inexplicable y a lo todopoderoso.
Los dioses son entidades con poder supremo y divino, pero apasionados e imperfectos como los mortales, y en consecuencia, susceptibles y caprichosos, capaces de hacer daño, destruir o cambiar la suerte de quienes les sirven, disgustan o reverencian.
Todos los hombres y mujeres y sus valores más representativos, están convenientemente integrados en un dios o diosa que los propicia, protege, persigue o castiga según se lo merezcan.
Desde Demeter, madre de la fertilidad de la tierra, pasando por Orfeo (la música), hasta Jesucristo, Dios padre de todos los cristianos en el cielo, nos inspiran para hacerlos parte de nuestra experiencia. Vivir lo que cada uno de ellos representa nos conecta y nos transmite la esencia que de ellos, todos llevamos dentro.
Estas representaciones fueron llamadas “arquetipos” por Carl G. Jung, prestigiado investigador y psicólogo, pues se convierten en figuras universalmente identificables, tales como los ángeles, para la bondad, la cruz como señal del sacrificio, la espada, de la guerra…
Es así como Zeus, figura suprema de la mitología griega, castiga mandando su rayo de fuego cuando se enfurece, o Ares, su hijo, combate a la par de los soldados en la guerra. O Dionisio celebra la vida con danzas orgiásticas, vino y doncellas. O Afrodita se muestra en su belleza y esplendor en las ondas del mar enviando a su pequeño hijo Eros, ciego y travieso, con su arco y su flecha a atravesar corazones juntándolos en el amor.
O el Minotauro, mitad hombre y mitad bestia, ávido devorador de humanos representando nuestros miedos… retos… transgresiones… y poderes.
Rolando Toro, creador de la biodanza, toma de diversos dioses, personajes de leyendas, o mensajes que estas transmiten, la parte humana que poseen para que concienciemos a través de la vivencia, la fuerza universal que representan y la sacralidad de la vida palpitando en cada fenómeno de la naturaleza.
En biodanza como en las mitologías, hay danzas que invitan a la celebración y al gozo, a perder la conciencia y entrar en lo divino como en la concepción dionisíaca.
Como también hay danzas que estimulan nuestra esencia más espiritual y nos transportan en un viaje que trasciende nuestro cuerpo y nos contacta con la mística.
Biodanza es pues una experiencia que parte de lo individual a lo colectivo y de ahí al despertar de la conciencia cósmica y universal. La integración de las fuerzas naturales, los animales, los sentimientos, la música y los movimientos que los representan nos hacen parte del gran todo, donde los personajes mitológicos y los arquetipos viven en cada uno de nosotros con amor, gozo y universalidad.
La autora es presidenta de la Fundación Biocéntrica y Biodanza Nicaragua.