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¿Quedar bien con Dios y con el diablo?

Sobra quienes sostengan que es imposible quedar bien con Dios y con el diablo. Que los vivarachos que intentan hacerlo consiguen exactamente lo opuesto: quedan mal con ambos. Pero, junto con estos pesimistas, es innegable que también existen quienes creen que sí se puede. Como el usufructuario de la silla presidencial de nuestro país. Para aquellos que tengan dudas voy a contar aquí, a riesgo de aburrir, dos conocidas y simpáticas historias.

La primera: había una vez un señor que se sentía muy feliz, pues disfrutaba de la fastuosa manera de vivir que desde joven anhelaba, imposible de alcanzar —lo sabía muy bien— mediante las labores que realizaba para cierto religioso, su protector, y menos por medio de los relativamente modestos ingresos que acaso le deje una finca de café. Pero, cosas de la vida, el religioso y cierto poderoso individuo, que nada bien se llevaban, un buen día se reconciliaron, a tal grado que, olvidando pasadas injurias, protector y protegido pasaron a formar parte de la numerosa servidumbre del individuo en cuestión. Y la gran vida comenzó.

Brotaron las espléndidas mansiones, dispersas en dos continentes y varios países, rugieron los aviones a chorro, deslumbraron las ostentosas fiestas con elegantes meseros, finos licores y exquisitas viandas… y abundaron los fraudes electorales. El amo rebosaba de felicidad…

Pero de pronto apareció un diablo, por cierto portador de un raro nombre, Magnitsky, creo. Y la agarró con nuestro hombre feliz. Algo que no le gustó nada al amo y su cortejo, pues no se les ocultaba que el tal diablo sin duda también tenía entre ceja y ceja, por muy parecidas razones, a muchos de ellos, si no todos. Una nada reconfortante perspectiva. Era preciso, pues, encontrar una solución salomónica; y la encontraron. O creyeron haberlo hecho, el tiempo dirá.

Puesta en práctica la bendita solución, el hombre, aunque algo menos feliz, sigue conservando la parte del botín que el amo le puede preservar; a lo más, perdió algo de su importancia personal, pero a cambio ganó bastante tiempo libre. No salió tan mal parado, y si es comprensivo, debería estar agradecido. De seguro eso espera el amo. Y, lo mejor de todo, las potenciales víctimas del diablillo, centenares de ellas hay, respiraron aliviadas. Cuando, y si, les llega el turno, no estarán desamparadas, el jefe les buscará una salida igual de cómoda. No es, pues, cosa de pensar todavía en rebelarse, ni siquiera en recurrir al ¡sálvese quien pueda!…

Por el otro lado, los azuzadores del diablillo —con la indudable excepción de un puñado de sujetos de origen cubano—, no estando demasiado interesados o involucrados emocionalmente en el asunto, probablemente quedarán conformes con la cariñosa nalgadita recibida por el hombre feliz; dejarán de ocuparse del asunto, no jocharán más a la infernal criatura y similares. Y la vida loca, relegado al pasado el fastidioso incidente, de seguro seguirá igual…

La segunda historia: el amo del hombre feliz, a su vez servidor de un atravesado “comandante eterno” y su sucesor, hace pocos días tuvo que tomar una decisión espinosa: en un importante organismo regional se votaría sobre un asunto trascendental para la eternidad del flamante sucesor. Algunos años atrás nada hubiera tenido de espinoso el asunto, y, sin ninguna vacilación, el amo hubiera votado como le indicara el sucesor. Mas no ahora.

Pues sería una solemne tontería olvidarse de que este, sin haber dejado de ser generoso, está atravesando —su bolsa ni remotamente tiene la profundidad que en mejores días tuvo— por serias dificultades de orden económico. Y político: casi totalmente aislado por la comunidad internacional, y repudiado por un pueblo hambreado y sin medicinas, cuyos derechos ha pisoteado sistemáticamente… Y, encima de eso, el imperio en cualquier momento puede dejar sueltos a sus perversos demonios, que los tiene. No, no es este un hombre al que vamos a atar nuestros destinos: conviene abstenernos. Pero como nunca se sabe, y además, a algunos de mis siervos puede inquietar esta nueva muestra de una flojera que amenaza su felicidad, necesitamos aclarar…

¡Y tan bien aclaró que un alto funcionario imperial dijo haber visto positivo “el mensaje”! Pero, ¿qué pensará en su fuero interno el sucesor? ¿Se puede?

El autor es presidente del Partido Acción Ciudadana Autor de La maldición del Güegüense.

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