14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El modelo masculino y la cultura machista

¿Qué sucede cuando se crece en una familia donde está ausente o desfigurada la figura paterna como modelo de complementariedad hombre/mujer?

Los niños necesitan interiorizar un sentido de pertenencia: ser hijo, tener una identidad sexual, adquirir aprendizaje de valores y normas de comportamiento. Estas figuras parentales crean en el niño una base segura en la cual crecer y desarrollarse con confianza y madurez.

La familia da este sentido de pertenencia. Pero si llega a faltar un modelo masculino —o femenino positivo— con quien poder identificarse, una parte del proceso de crecimiento integral hace falta. Peor aún, cuando esta figura adulta es maltratante, rechazante, presente pero ausente, la identidad que se va formando en el crecimiento es de poca consideración consigo mismo y respeto hacia la propia persona. Se crece con muchas inseguridades y con la expectativa de que antes o después, alguien te maltrata o te abandona. Las niñas/mujeres, son las principales víctimas de este modelo.

Esta interiorización cognitiva y emocional influye en las futuras relaciones de pareja. A menudo, quien sufre el abandono, en su adultez antes de repetir la experiencia del abandono, abandona. Sucede a menudo en el futuro joven adulto quien recibió además el modelo de la no responsabilidad frente a su pareja y a sus hijos. Generalmente el impacto negativo que surge en estos niños y adolescentes se debe, en la mayoría de los casos, a la falta de participación activa de los padres dentro de la familia ya que estos básicamente no han desarrollado una actitud responsable frente a ella.

En cambio, cuando han habido modelos positivos de paternidad, según Lebovici (1983), el deseo de ser padre tiene que ver con los efectos de la paternidad sobre su vida psíquica cuando este ocupó el lugar de hijo.
Generalmente el impacto negativo que surge en estos niños y adolescentes se debe, en la mayoría de los casos, a la falta de participación activa de los padres dentro de la familia ya que estos básicamente no han desarrollado una actitud responsable frente a ella.

En una sociedad como la nicaragüense, aún hoy en día los padres transmiten a sus hijos que la masculinidad consiste en ser los proveedores del hogar, subyugar a la pareja, usar la violencia como forma de poder. Esta espiral de transmisión de una cultura violenta, lleva a terribles consecuencias, siendo el abuso sexual y el feminicidio los casos extremos.

El filósofo francés Jean Paul Sartre (revista Latinoamericana 2002), decía que “las sociedades latinoamericanas se caracterizan por ser machistas y patriarcales, el padre es el jefe de familia, lo cual es una construcción cultural del varón. Además, es la autoridad y puede ejercer la violencia contra su esposa e hijos.

La mujer está subordinada a diversas formas de dominio. Esta situación se liga a la estructura social. Es decir, esta situación fomenta de una forma sutil la violencia, pues la mujer es ignorada históricamente, violando los derechos humanos y, por ende, a los valores de libertad, dignidad, igualdad y seguridad”.

Cuando vivimos en sociedades machistas, donde la figura paterna desaparece, hace falta la imagen de una figura masculina que transmita valores de autoestima, de dignidad y respeto hacia la niña/mujer que se está formando y hacia el niño/hombre que respete y valorice a la mujer.

Según Kliksberg (2000) en América Latina donde el jefe-hogar es una mujer, aumenta el fenómeno de la “feminización de la pobreza” porque la mujer, para mantener a los hijos, abandona generalmente los estudios y entra a un mundo laboral mal retribuido y marginalizado. Es la desigualdad de género que continúa a perpetuarse.

Kliksberg usa también la expresión de los “efectos de la familia incompleta sobre los hijos” donde relaciona la importancia de las funciones del rol del padre que no se presentan en estas familias: modelo forjador de la identidad, complemento de la afectividad —o inteligencia emocional— , complemento de asunción de responsabilidades frente al mundo laboral y social. El sufrimiento que queda en la mujer maltratada por su pareja, provoca a menudo inseguridad, baja autoestima y ansiedad que también se repercute en las hijas/os que no comprenden el porqué de este maltrato y/o abandono, más aún cuando sucede en etapas tempranas de su vida. A largo plazo, estas niñas y niños, fácilmente repetirán el modelo vivido y seguirán de esta manera reproduciendo los valores culturales de la sociedad machista.

Cabe también señalar que cuando la familia se constituye como monomaternal, cuyo único sostén económico es la madre que debe trabajar, implica que el tiempo libre para dedicarle a los hijos disminuye y con esto, los modelos de crianza afectivos. Se corre el riesgo de no poder ofrecer el suficiente sostén emocional necesario por estar en búsqueda de la supervivencia cotidiana.

De igual manera, las relaciones sexuales en edades tempranas, determinadas por factores múltiples, son bases para que se produzca el madresolterismo adolescente que puede afectar la relación entre madre e hijo frente a la ausencia del otro progenitor que generalmente no asume la responsabilidad de esta paternidad. A menudo también, en países como el nuestro donde la violencia y maltrato intrafamiliar hacia la niña/mujer está en aumento, muchas niñas/adolescentes, buscan en relaciones tempranas de sexualidad, una forma de fuga de una situación familiar emocionalmente insostenible, creándose un imaginario donde la pareja la comprenderá y amará.

Es así que se perpetúa, de generación en generación, el ciclo de la pareja y padre abandónico ya que él mismo es fruto de carencias y modelos paternos afectivos en las primeras etapas de su vida psíquica donde no pudo desarrollar adecuadamente ese sentido de responsabilidad y de control de sus propios impulsos y donde el mismo ambiente maternal transmite, contradictoriamente, una cultura machista.

Crear una cultura de la responsabilidad y de equidad de género es posible y es necesario. Es la mejor manera para prevenir tanta violencia intrafamiliar y social. Las niñas y niños necesitan de una madre y de un padre que ofrezcan modelos de relaciones estables y equilibradas donde prevalezca el sentido de respeto y valorización de la dignidad humana.

La autora es doctora en Psicología

Opinión familia masculinidad sociedad archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí