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Música, educación y cultura

Los nicaragüenses hemos apreciado con sumo beneplácito el crecimiento de la actividad cultural que expone a los ojos del mundo nuestro rico patrimonio. Festivales de poesía como el de Granada, simposios sobre Darío como el de León, muestras de arte con lo mejor de nuestra pintura, escultura y tejidos, cumplen la doble función de promover lo que hemos conseguido y de inspirar a las generaciones siguientes.

En nuestro acervo sobresale, sin duda, el quehacer literario en todas sus manifestaciones, y prueba de ello es el destacado auge editorial que presenciamos en los últimos años, además de la proyección internacional de nuestros escritores, reconocidos con los más prestigiosos galardones como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes.

Cabe, no obstante, preguntarse ¿por qué los nicaragüenses nos distinguimos en la escritura y no tanto en otras artes? Tenemos pintores de proyección internacional como Morales y el Grupo Praxis, sobre todo Aróstegui, y también escultores como Belli Rivers y Ortiz de Manzanares. En música, sin embargo, a pesar del legado de Delgadillo, Vega Matus, y de José la Cruz Mena, nuestro mayor exponente sigue siendo la música popular que abordó en su momento temas costumbristas y revolucionarios. ¿Por qué no acuden compositores nicaragüenses a grandes festivales internacionales de música clásica contemporánea, como sí acuden nuestros escritores a festivales de poesía y ferias de literatura?

En las reuniones anuales del Foro Latinoamericano de Educación Musical (Fladem), del cual soy fundadora a nivel nacional e internacional, esa pregunta me ha sido planteada en muchas ocasiones, y tiene una explicación bastante sencilla —nuestro pueblo obligadamente estudia lengua y literatura, pero las artes plásticas siguen siendo optativas, y dentro de ellas, la educación musical está relegada a los planos más bajos—. Nuestro aprecio por la música apenas sobrepasa el nivel de una gracia social, aducida al talento innato. Y si bien otros países han invertido más en este rubro educativo, la contracorriente es fenómeno global. Así lo exponía el maestro argentino-hispano-israelí Daniel Barenboim en un artículo publicado el 18 de enero recién pasado.

Y es verdad. “Hoy en día alguien puede ser considerado una persona culta sin tener el más mínimo contacto con la música” y si esto sigue así en cincuenta años no habrá educación musical”. En Nicaragua el fenómeno es aún más grave porque la educación musical como política de estado no ha logrado consolidarse. Valga recordar, no obstante, que, en los años anteriores a la Revolución de 1979, el Estado sí apoyó el desarrollo de planes de educación musical a nivel primario y secundario, además del fortalecimiento del Conservatorio Nacional y la fundación de una orquesta sinfónica en toda regla, con la participación de músicos nacionales y extranjeros que laboraban como docentes en el Conservatorio. En esto destacan los aportes de la OEA, de la entonces primera dama doña Hope Portocarrero, y del maestro Ernesto Rizo Castellón, con quien tuve el gusto de trabajar por muchos años desde la Dirección de Educación Cultural del Ministerio de Educación y después desde el Conservatorio, del cual fui también directora.

Tengo conocimiento de proyectos muy nobles para fomentar la afición de los jóvenes por la música académica. Ninguno de ellos puede llegar muy lejos si no hay público capaz de apreciar y entender. Valdría la pena replantearse la utilización de la cooperación internacional para la formación de grupos juveniles y reencauzarla a la educación formal en las aulas escolares de todo el país. Entonces sí, la música será un medio no solo para conservar la paz, sino también para impulsar el desarrollo económico y social del país.

La autora es presidenta honoraria del Foro Latinoamericano de Educación Musical de Nicaragua.

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