14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

¿Opositor o antiorteguista?

Sin pensamiento no hay partido político. Ciriaco De Mita

Un régimen absolutista, sin ideología, deforma inconscientemente el lenguaje, aunque deforme la sociedad con plena culpabilidad, en una época en que se ha consolidado en el orden jurídico de los países dominantes la participación ciudadana institucional. O bien, en una época en que la naturaleza del poder se define en torno a una estrategia racional, con medición de resultados para la nación.

Alterar el significado de la comunicación, en la dictadura orteguista, no responde a un plan coherente, o a una finalidad lingüística de dominación ideológica, sino al hecho prosaico que la discrecionalidad y el capricho totalitario aplica una obediencia ciega, negligente y servil, que se impone irracionalmente a la sociedad. El poder discrecional (absolutista y holgazán, además de profundamente burocrático), hace a un lado cualquier norma lógica o de método en la toma de decisiones. De modo que, por instinto, justifica esa forma errática de opresión, recubriéndola de un primitivo mesianismo sobrenatural, que rebasa de forma metafísica la lógica.

Cuando el tinglado del poder caprichoso se derrumbe, solo restará entre los escombros del tiempo perdido la plena conciencia de la degradación cultural sufrida por la sociedad.

La tragedia, decía Camus, reside en la conciencia del absurdo. En tal sentido, vivimos por el momento una contradicción insoluble, sin lógica ni pensamiento, que se convertirá en tragedia cuando adquiramos conciencia, y desechemos la patraña estrafalaria esotérica como un cambio de piel cargada de parásitos.
La propaganda del régimen repite sin fin dos o tres frases cursis en permutación infinita de las mismas palabras. Es una manifestación de la subcultura caótica que destruye en su vorágine cualquier indicio de sensatez, y que embota la conciencia con el tedio.

El paso del tedio a la tragedia implica un despertar, un salto insurrecto de la conciencia.
Ciertamente, todos queremos ver el progreso, pero, lo importante es que esta etapa aciaga del orteguismo se desvanezca para siempre de la memoria colectiva, ante las perspectivas de una sociedad libre que invierta en formación humana.

Los allegados al régimen llaman opositor a todo aquel que es independiente. Y ello les basta para descalificar cualquier prueba, opinión o análisis, porque asumen que desde esa perspectiva nada es imparcial.
La imparcialidad es una cualidad de la abstracción, no de la realidad en cambio. Se es combativo con solo que uno se proponga contribuir, concretamente, a mejorar la realidad. Máxime si la realidad es repugnante.

Mejorar la realidad es parte de la evolución humana. La verdad sobre la naturaleza de un régimen político ni se construye, ni se reafirma, con una supuesta imparcialidad, sino que se define con apego a una teoría política. Lo que da origen al debate ideológico y, posiblemente, a la lucha con los ojos abiertos, no a la imparcialidad.

La coherencia implica considerar la esencia de las cosas, no solo las manifestaciones ocasionales o parciales. Todo régimen corrupto, dictatorial, sanguinario, alguna vez hará alguna acción presentable, pero, ello no contradice su esencia repudiable, ni altera la lucha efectiva por superarle. Relegar la tortura porque en una pausa de los torturadores se recibe un trozo sucio de pastel, no es objetividad, sino perder de vista la esencia de las cosas. En ese pensamiento parcial se incuba la disposición inconsciente al síndrome de Estocolmo, por el cual, aunque parezca paradójico, el rehén coopera de buen grado con el secuestrador.

El opositor convive bajo determinadas reglas, que desea cambiar a partir de las reglas mismas, aunque sean sesgadas por Ortega en propio favor. El antiorteguista, en cambio, rechaza las reglas de Ortega, y excluye la convivencia con la tiranía. Por ello, el antiorteguista conspira, como el prisionero que sueña con aserrar los barrotes, y diariamente hace cálculos sobre su libertad.

La tiranía es, por contraste, un estímulo constante a los sueños de libertad. El antiorteguismo, en consecuencia, nace en las reservas de dignidad que revalorizan la existencia. Porque rebelarse a la tiranía es una actitud humanizante, en la que interviene la conciencia.

Opositor, en un régimen dictatorial, es aquel que comparte la ficción del orden jurídico pervertido. El resto, los ciudadanos independientes, son antiorteguistas, en la medida que censuran frontalmente la destrucción del Estado de derecho, la impunidad, la corrupción, la sumisión total de las instituciones estatales al dictado del cabecilla en el poder.

Cuando los derechos políticos vienen conculcados, los ciudadanos no hacen oposición, sino que se rebelan, callada o activamente, según las circunstancias. Y anhelan desmontar completamente el sistema dictatorial antes de proponer una solución alternativa a los problemas del país. El rechazo a la dictadura no es una actitud de oposición, sino, una disposición combativa contra la opresión.

La inmensa mayoría de la población, incluidos muchos sandinistas, son antiorteguistas, no opositores. Su visión va más allá de la negación, apunta hacia la superación definitiva del problema. El opositor ve el presente como realidad total; el rebelde, cualitativamente antiorteguista, ve el futuro que crece inexorablemente como superación en curso de la dictadura actual.

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión ccorrupción Daniel Ortega sociedades archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí