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Ser fiel es un valor

Un valor que jamás debemos de abandonar en nuestra vida: “La fidelidad”. Ser fiel es una cuestión de honor. El infiel no solo es infiel al otro sino también a sí mismo. La fidelidad se da la mano con la firmeza de carácter, con la madurez humana, con la solidez, la lealtad y honradez. El infiel no tiene derecho a exigir y se gana a pulso la desconfianza del otro.

El fiel es leal, el honrado, el que cumple lo que promete. La fidelidad, la lealtad, es un valor esencial en la vida y convivencia humana. La fidelidad es parte de nuestro ser y no se encierra en el solo y pequeño círculo de unos esposos. La fidelidad abarca la vida entera humana.

La fidelidad debe estar presente: allí donde unos ideales los ponemos como ejes y metas de nuestra vida. Allí donde surge una amistad verdadera. No puede haber amistad sin lealtad, sin fidelidad. Allí donde se dan compromisos adquiridos y deberes asumidos. Donde no hay fidelidad, se rompe todo compromiso.

Allí donde un obrero se ha comprometido a realizar un trabajo y un empresario a dar un justo salario. Sin fidelidad del obrero y del empresario ninguna empresa hecha para adelante. Allí donde unos esposos se han comprometido ante Dios de vivir juntos una vida de amor. La fidelidad va de la mano del amor.

Allí donde se construye un hogar para que las relaciones entre padres e hijos sean leales. Un hogar construido por padres e hijos infieles es un pobre hogar. Allí donde un gobernante ha sido elegido por el pueblo. Quien es infiel al pueblo que le eligió, el mismo pueblo le rechazará. Allí donde haya un cristiano, una comunidad que se haya comprometido a seguir a Jesús y vivir su mensaje. Una Iglesia infiel no da testimonio vivo de la fidelidad del Señor en quien dice creer.

Ser fiel es una cuestión de honor. El infiel no solo es infiel al otro sino también a sí mismo. La fidelidad se da la mano con la firmeza de carácter, con la madurez humana, con la solidez, la lealtad y honradez. El infiel, sin embargo, no tiene derecho a exigir y se gana a pulso la desconfianza del otro. La fidelidad tiene un corazón. El infiel, al traicionar su palabra se destruye a sí mismo (Jn. 12, 25).

Jesús fiel hasta la muerte con su Padre, permanece fiel, aún por encima del riesgo de perder su vida, permanece fiel a pesar del miedo (Jn. 12, 27) que le supone enfrentarse a ese bautismo de sangre que es su muerte en cruz (Jn. 12, 24). Por encima del riesgo de ser crucificado está su compromiso de vivir siempre haciendo la voluntad de su Padre (Jn. 12, 27).

Una de las características que identifican a Jesús es la “fidelidad” a su Padre Dios (Mc. 4, 36) y a sus hermanos, los hombres: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin” (Jn. 13, 1).

Jesús antes de ser infiel prefirió la muerte. Jesús se ganó a pulso ese bello título que le da el libro del Apocalipsis: “El testigo fiel” (Ap. 1, 5). Jesús fue siempre fiel, como su Padre (Dt. 7, 9) que nunca se echó atrás, a pesar de nuestras infidelidades: “Aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, yo no me olvidaría de ti” (Is. 49, 15).

La Iglesia, “la esposa de Cristo”, como la llama el libro del Apocalipsis, no puede sino ser fiel como su esposo (Ap. 21, 9): “Sé fiel hasta la muerte” (Ap. 2, 10). Es verdad, la fidelidad, muchas veces, cuesta sangre.

El autor es sacerdote.

Opinión fidelidad valores morales archivo
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