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Otra olvidada entre las olvidadas

En LA PRENSA del 9 de marzo apareció un interesante escrito de Eddy Kühl, titulado Más sobre “las olvidadas”. Creo que a propósito del Día de la Mujer, Kühl escribe sobre las poetisas poco conocidas hoy.
De los relatos que oía cuando era niña, en Chinandega, mi ciudad natal, a mis acuciosas tías y a mi padre, de eso hace ya unos ochenta años, recojo lo siguiente: A fines del siglo XIX y principios del pasado siglo XX existió un raro grupo de poetas trashumantes en occidente. Infiero que eran una especie de “poetas malditos”, como se decía entonces de los románticos perdidos que no pocas ocasiones acababan en suicidas. Con estos juglares deambulaba también una poetisa, Rosa Umaña Espinoza. Se decía que era originaria de Estelí, en ese tiempo pequeñísima ciudad perdida entre los múltiples villorrios segovianos.

Afirmaba mi padre Miguel Ángel Úbeda, escritor humorista y también poeta, con estudios superiores y con capacidad crítica, que la más poeta del consabido grupo era precisamente Rosa Umaña. No se supo que su poesía fuera recogida en un libro, posiblemente no, dada su condición de bohemia, insólita para su tiempo, pero que lo conocido de su producción desordenada era de valor poético y formal. La forma correcta de sus versos acusaba que esa mujer perdida para la historia pudo haber poseído cierta cultura ajena a las féminas de Nicaragua en aquel tiempo.

Un curioso señor de Chinandega, don Antonio Riveralainez, cuando yo adolescente pretendía escribir una antología de poetisas nicaragüenses (1941) me abordó un día al salir del colegio para darme el poema brevísimo de Rosa Umaña que transcribo: “Cuántas veces al ir por un camino al empuje fatal de mi destino —he detenido mi paso— para ver en la cerca o en la vera —la azulada, graciosa veranera— que ha nacido al acaso…” y agregó don Antonio Riveralainez, “niña, Rosa Umaña Espinoza era una flor nacida y vivida al acaso”.

Infortunadamente, los viejos de entonces que pudieron conocer a la poetisa y recordar sus versos, todos son desaparecidos, sin duda.

Cierto, que por un solo poema incompleto, no se puede juzgar como valiosa la producción de alguien.
Don Francisco Vaca, el primer poeta laureado de Chinandega, de quien fui secretaria, cuando le pedí informes sobre Rosa Umaña me respondió que él sabía de ella, que la consideraba muy poeta, conoció de su producción, pero que no guardaba nada escrito por ella, ni recordaba verso que pudiera reconstruir. De manera que esta poetisa que pudo ser grande, hoy olvidada, así quedará olvidada, y de la que aún el nombre se perderá.

Lástima grande que este caso de total olvido no sea, único en este país de poetas. Cuántos y cuántas estarán durmiendo en el eterno olvido sin que haya una voz que como a Lázaro le diga levántate y anda.
Los monjes del medioevo realizaron una verdadera proeza copiando a mano y con mayúsculas floridas, tantos libros que en pergaminos y tablillas, en pieles y posiblemente en estelas, rodaban por el mundo antiguo.

Ellos rescataron el saber ancestral que de otra manera se hubiera perdido. Los estudiosos modernos tendrían menos conocimientos sobre la cultura de pasados siglos sin la dedicación virtuosa de aquellos hombres de Dios.
La autora es maestra jubilada.

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