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Néstor Somarriba, hijo de Lilliam Guillén, no ha podido aprobar el tercer año de secundaria desde que murió su mamá hace más de cinco años. LA PRENSA/O. NAVARRETE

Hijo de mujer que falleció tras operación en 2012 no supera la muerte de su madre

El hijo de Lilliam Guillén, quien murió días después que se practicó una cirugía bariátrica en el Hospital Lenín Fonseca, todavía tiene traumas psicológicos

Néstor Somarriba Guillén, de 19 años, no ha podido aprobar el tercer año de secundaria desde que murió Lilliam Guillén, su madre, tras una cirugía bariátrica que le practicaron hace más de cinco años en el hospital público Antonio Lenín Fonseca.

A Néstor lo han expulsado de tres colegios. Estuvo internado un mes en el Hospital Psiquiátrico, y ahora lo asiste una psiquiatra que le receta pastillas y unas gotas para los ataques de histeria. “Todavía no está bien definida la enfermedad. Porque no es bipolar, no es esquizofrénico. Hay una mezcla toda rara”, dice Ernesto Somarriba, su papá.

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Tenía 13 años de edad cuando murió su madre. No había repetido año en el colegio. Se promocionó con notas sobresalientes del American Study Center y reprobó una que otra materia en segundo año de secundaria. Iba a clases de taekwondo, natación y tocaba la guitarra eléctrica en su cuarto.

“Maldecía a todos”

Unos ocho meses después de la muerte de su madre, Néstor cambió su carácter. Todos los días, como a las seis de la tarde, se desvestía afuera de la clínica veterinaria propiedad de su padre y corría desnudo por las calles. Gritaba a los que caminaban en la acera o iban conduciendo sus automóviles.

En sus propias palabras: “fue un tiempo que maldecía a todo mundo”. Un día se marchó a las siete de la noche y lo encontraron al día siguiente, caminando a unos kilómetros de su casa.

Cinco años después, Néstor ha engordado bastante con respecto a la fotografía de cuando tenía 13 años. Es alto y blanco como su padre, al que le apoya las manos en el respaldar de la silla en que está sentado, mientras escucha de pie la entrevista.

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En la tumba de su mamá, Néstor Somarriba. Ha sufrido traumas psicológicos a raíz de la inesperada muerte de Lilliam Guillén.
LA PRENSA/O. Navarrete

¿Qué pasó después que ella murió?, se le preguntó a Ernesto Somarriba, su padre.

Antes de que conteste el papá, Néstor salta en la conversación: “A mí me compraron un PlayStation, pero me lo quitó mi abuela porque estaba viendo mucho contenido pornográfico”. Ernesto interrumpe sin hablar, pero mueve la cabeza negando que haya sucedido. “Y después me fui al psicólogo y después me curé. Ahora… estoy vivo, loco, porque fíjate que… tengo una compañera de clases que era de preescolar, que no te puedo decir el nombre pues… Entonces era el rey feo yo, entonces yo dije: no, tengo que seguir estudiando”.

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“Ha sido seria la cosa”, dice Ernesto, en referencia a las palabras sin sentido que acaba de decir su hijo, cinco años después de la muerte de Lilliam Guillén.

Néstor miró salir a su mamá el 6 de septiembre, el día de la operación, acompañada de su papá y su abuela, Ana Luisa Mendoza. Estuvo 41 días sin verla, hasta que lo llevaron a Salud Integral. Ella estaba acostada, conectada a una sonda, en la sala de Cuidados Intensivos. Martha Guadamuz, amiga de su mamá, la miró ese mismo día por la mañana.

“Cuando la miré, me impacté. Ella no era así. La cara era como una sandía, yo me quedé… Ella no era china y estaba china de la inflamación. Las manos: horribles. Sus dedos eran finos y su mano parecía un guante inflado. Supergrandes cada dedo. Una cosa es que uno lo cuente y otra cosa es que usted mire”, dice Guadamuz, con los ojos llenos de lágrimas. “Esa es la última imagen que tiene ese muchachito de su madre. Si esa no era su madre, era una muñeca inflada”.

Depresión

Néstor gritó mientras estaba en su cuarto, el día que LA PRENSA estuvo en su casa. Luego caminó a la sala, donde estaba su papá. Ernesto, con los ojos rojizos, encendió un cigarrillo y lanzó el humo hacia la sala de la casa, envolviéndolo todo en tabaco y ron.

Tras la muerte de su pareja, Somarriba dice que estuvo en estado depresivo durante tres años. Bebía mucho alcohol y despilfarró mucho dinero. Desde hace unos meses convive con una señora de 56 años. Dice que es la tercera pareja que tiene desde que murió Guillén, pero es la única que intenta cuidar a su hijo.

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Hace unos cuatro años los primeros gritos de Néstor alarmaron a toda la familia. Isabel Castillo, cuñada de Guillén, dice que un fin de semana de aquel tiempo lo llevó a su casa para que cambiara de ambiente y pasara con sus hijos.

Tras la muerte de su pareja, Somarriba dice que estuvo en estado depresivo durante tres años. LAPRENSA/O. Navarrete

Esa noche, en la cama donde estaba acostada, Néstor abrazó a Castillo y le dijo:

—Le voy a decir algo, pero no se lo diga a nadie: En las noches, mi papá, tomado, pone la ropa de mi mamá sobre la cama y me dice que allí está ella, que está viva, que la abrace.

“Hay que recordar a mi mamá con mucha alegría”, dice Néstor, con una sonrisa, y agrega: “Porque ella era una persona así, más o menos como que la esté comparando con Miley Cyrus o Jennifer López. Era alegre”.

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Un día después de la muerte de Guillén, fue retirado su cuerpo de la bóveda por órdenes de sus hermanos, quienes acordaron hacerle una autopsia en el Instituto de Medicina Legal para que esta sirviera de prueba en la denuncia. El entierro se suspendió y se hizo un día después.

Néstor estuvo frío en el entierro de su madre. Aquel día abrió el ataúd, le aventó una rosa y dio la espalda al borde del hoyo en el que segundos después depositaron el féretro.

Grupo privado

Los doctores Adolfo José Díaz Ruiz, Francisco Javier Núñez López y otro cirujano forman parte de un grupo privado que se llama Pro Salud, el cual puede comprobarse entrando a la página web www.grupolaparoscopica.com. El doctor Adolfo Díaz aparece de gabacha blanca y lentes, a la par del médico Núñez López, principal señalado en el caso de Lilliam Guillén. El equipo privado se define “como especialistas en cirugía general y laparoscopía, con más de 20 años de experiencia en el tratamiento de enfermedades quirúrgicas”.

Los doctores ofrecen los servicios de by pass gástrico y manga gástrica, de vesícula, biliares, hernia hiatal, reflujo gastroesofágico y acalasia, quistes, tumores del hígado, bazo, páncreas, colon y recto; úlceras, sangrado y tumores; hernias inguinales, umbilicales e incisionales, glándulas suprarrenales, hiperhidrosis, de cuello y tiroides, de tumores gastrointestinales, apendicitis aguda y toroscopía diagnóstica.

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En medio de las fotos, donde aparecen en plena operación, están los currículos de los dos doctores que operaron a Guillén. Ninguno de ellos, según su propia página, tiene estudios en cirugía bariátrica.

En la parte inferior de la página, antes de la dirección de la clínica y los teléfonos de contacto, están los hospitales privados a los que están adscritos.

Adolfo Díaz es el primero de los médicos que aparece en la página web del Hospital Metropolitano Vivian Pellas, como parte de su staff de cirujanos. Díaz se presenta como especialista en Cirugía General y Vascular. Cuando se busca a los doctores especialistas en Cirugía Bariátrica de este centro se abre una lista de cinco doctores. Ninguno de ellos es el doctor Díaz.

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Díaz fue el cirujano que operó a Reynaldo Ruiz, comediante de INN. Si se entra a YouTube y se escribe “manga gástrica cirugía laparoscópica de Reynaldo Ruiz INN”, a partir del minuto 1:18 se ve a Díaz hablando sobre la operación que realizó. En el video el comediante habla de los beneficios de la cirugía y en el minuto 4:47 agradece al doctor: “Así que si a usted le interesa hacerse una operación como esta y quiere bajar de peso, llame al doctor Adolfo Díaz, del Hospital Lenín Fonseca. Promoción por tiempo limitado, aplican restricciones…”.

“Esa no era ella”

Martha Guadamuz, amiga de Lilliam Guillén, la vistió cuando la entregaron en Medicina Legal. Según ella, ninguna prenda le ajustaba y fue por eso que la enterraron con la camisa y el pantalón de veterinario: una gabacha y una pijama ancha; una bufanda para que le cubriera un poco la inflamación del cuello.

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“Yo llegaba a su casa y me metía al cuarto. Tal vez ella se estaba vistiendo y la miraba en calzón y brasier. Yo le conocía el cuerpo. Pero esa mujer que estaba en la camilla no se parecía a ella”, dice Guadamuz.

Guillén era una mujer rolliza, de cinco pies y tres pulgadas de estatura. Tenía los huesos finos, pero las más de 200 libras que pesaba se le notaban en los pechos y las caderas anchas. A los 37 años no padecía de enfermedades crónicas, o por lo menos no hay expediente que lo confirme. Sus amigos y familiares dicen que la suya —la operación de manga gástrica— era estética y que desde hacía unos meses le obsesionaba.

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