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presos políticos, Nicaragua, crisis, protestas
/ Editorial

El Acuerdo de Sapoá

El 23 de marzo de 1988, después de tres días de tensas negociaciones los representantes del régimen sandinista y de las fuerzas contrarrevolucionarias firmaron el Acuerdo de Sapoá, llamado así porque fue negociado en la localidad de ese nombre situada en el departamento de Rivas, cerca de la frontera sur de Nicaragua.

Al cumplirse hoy el 30 aniversario de aquel histórico acuerdo que abrió el camino a la paz en Nicaragua después de diez años de sangrienta guerra civil, LA PRENSA publica en sus páginas de opinión los artículos conmemorativos de dos de sus firmantes: Alfredo César Aguirre, quien fuera uno de los representantes de la Contra en la negociación de Sapoá, y el general retirado Humberto Ortega Saavedra, uno de los delegados del gobierno sandinista.

Otro firmante del Acuerdo de Sapoá por parte de la Contra fue el ya fallecido Adolfo Calero Portocarrero, un auténtico luchador por la implantación de la democracia en Nicaragua a quien es justo y necesario recordar y honrar en esta ocasión. En su libro Crónicas de un Contra (página 265), Calero escribió acerca del Acuerdo de Sapoá: “Pensé de que la guerra ya era intolerable, de que el triunfo por las armas se tornaba inalcanzable, de que había que darle una oportunidad a la paz y que no quedaba otra alternativa que apoyarnos en el mismo (Acuerdo de) Esquipulas II que también exigía la democratización del país, a lo cual se habían comprometido los dirigentes sandinistas con los gobiernos centroamericanos”.

Lo escrito por Calero Portocarrero sobre el Acuerdo de Sapoá deja claro que el objetivo no era alcanzar la paz a cualquier precio, sino a cambio de la implantación de la democracia. De allí que en el artículo 5 del Acuerdo de Sapoá el gobierno sandinista quedó comprometido a garantizar la libertad de expresión irrestricta; en el artículo 7, a permitir el regreso de todos los exiliados y su libre actividad política; y en el artículo 8, a respetar la participación de todos los nicaragüenses reintegrados a la vida pacífica en elecciones como las indicadas en el Acuerdo de Esquipulas II, es decir, genuinas, libres y transparentes.

El Acuerdo de Sapoá fue exitoso porque abrió el camino para alcanzar la paz, entendida esta como ausencia de guerra. Sin embargo no se puede ni se debe olvidar las graves violaciones cometidas por los sandinistas contra el Acuerdo de Sapoá, incluyendo los asesinatos del coronel Enrique Bermúdez (Comandante 3-80) y otros ex comandantes y combatientes de la Contra.

En la actualidad, 30 años después de Sapoá Daniel Ortega está violando aquel histórico compromiso, lo mismo que el Acuerdo de Esquipulas II, según el cual la paz debe ser sustentada en la democracia genuina y la celebración periódica de elecciones libres, justas y limpias. Esos compromisos, que fueron avalados y garantizados por la comunidad democrática internacional, no son cumplidos por el régimen de Daniel Ortega que ha derivado en una nueva dictadura, inclusive con la pretensión declarada de perpetuarse en el poder.

Editorial acuerdo Sapoá archivo
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