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¿A dónde va el país a 30 años de Sapoá?

Aunque es cierto que ya no hay guerra, pero sí ha habido pequeños levantamientos de rearmados en el norte del país a quienes la Policía y el Ejército los han tildado de “bandas delincuenciales”, Nicaragua enfrenta una severa crisis institucional marcada por la confrontación social y la falta de institucionalidad democrática, muy deteriorada por el caos verticalista que ha generado el presidencialismo de Daniel Ortega y su estructura partidaria, así como por la vergonzante complacencia del capital y ¿por qué no decirlo? por la adormilada pausa de la “oposición” aglutinada en los partidos políticos y la abulia ciudadana, lo que obliga a replantear la necesidad de un diálogo nacional y un nuevo entendimiento político después de aquellos históricos Acuerdos de Paz de Sapoá que hoy 23 de marzo de 2018 arriban a sus 30 años.

Se impone sociológicamente eso que el filósofo Alejandro Serrano Caldera llama “la bicicleta estacionaria”, es decir, pedaleamos pero no avanzamos.

Mucho de eso ocurre a tres décadas en las que los nicaragüenses, como después de toda guerra, pensamos en que era viable un paraíso social donde trabajar y vivir en reconciliación para alcanzar la búsqueda de la felicidad; pero esa, de la que hablan los fragmentos bíblicos y la propaganda gubernamental no llega del todo.

Claro está que hay estabilidad en la macroeconomía, avances en cierto orden social y en una plausible estabilidad laboral; en las inversiones, en el desarrollo del país, en carreteras, estadios modernos, en el boom de las construcciones y en el desarrollo turístico. Pero eso no es todo. Y aunque si bien es cierto —como algunos dicen— que mucha gente, la mayoría, prefiere su plato de comida a empaparse de articulados constitucionales, se hace necesario una reflexión paradigmática, precisa, ética, limpia, transparente, insuflada de espíritu de nación y enrumbar el país hacia una visualización de un nuevo porvenir, antes de que sea tarde.

Antes de que volvamos a repetir la triste historia de sacar a un gobierno por las balas, por las redes sociales, por la intermediación internacional o bajo fúnebres regaderos de sangre que, por respeto a todos nuestros muertos, dichos métodos no deberían de volver a darse.

Nicaragua fue en Centroamérica el primer país en acogerse al Plan de Paz de Esquipulas II con Sapoá, en la que sandinistas y contras, ya apesadumbrados unos por la fuga soviética y otros por la falta de ayuda estadounidense, se vieron en la necesidad de poner fin a la guerra y buscar la paz.

Eso fue honorable a pesar de los achaques políticos de ambos bandos, de la terquedad belicista sandinista, capaz de sacrificar a toda una generación de muchachos para defender “su” revolución y a una Contra que nunca supo entenderse entre desacuerdos.

Recuerdo cuando aún leía a Ernesto Cardenal, unos versos en los que justificaba la revolución aun armándose con la compra “de armas a los gánsteres”, y la Contra (que también tuvo poetas y cantores), cuya lucha fue histórica, nunca supo defenderse de los ataques verbo-culturales de aquellos.

En fin, la pregunta vuelve al redil, ¿hacia dónde vamos a XXX años de Sapoá?

La respuesta pareciera más sencilla: a un diálogo.

El autor es poeta y periodista. Preside la Fundación Esquipulas por la Paz y la Cultura.

Opinión aniversario aucerdo paz Sapoá archivo
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