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Risa, llanto, alegría y cruz

Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, y los misterios de los que hacemos memoria pueden ser simplemente recordados o plenamente vividos.

La pasión, muerte y resurrección de Jesús no pueden reducirse a un simple recuerdo del pasado. No vivimos de añoranzas. Cristo no solo fue, es y será siempre. Cristo no solo vivió, Cristo vive y vivirá por los siglos, Cristo no puede ser reducido a un personaje del pasado. Cristo vive y está entre nosotros.

La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo no se pueden reducir a un espectáculo en cuyo drama nosotros somos los espectadores. Una Semana Santa sin vivir en carne propia la muerte y resurrección de Cristo se convertiría en una mascarada ritual.

La Semana Santa es una buena oportunidad para que viendo a Cristo crucificado dejemos morir en nosotros todo aquello que es muerte y resucitemos a la nueva vida del hombre nuevo que se lleva a cabo en comunión con Cristo y los hombres, nuestros hermanos. Los misterios de la Semana Santa son para vivirlos porque la cruz y los crucificados siguen existiendo, así como la esperanza en la resurrección de una vida mejor.

Cristo sigue sufriendo, padeciendo y siendo crucificado en muchos de nuestros hermanos y en muchos de nuestros pueblos. Las muertes injustas no han acabado. Las cruces insoportables se siguen fabricando y poniendo en los hombros de mucha gente inocente, buena y honesta.

La Pasión de Cristo sigue siendo actual en la pasión de muchos hombres cristianos o no y porque la cruz sigue siendo una realidad entre nosotros, no podemos quedarnos mirando de una manera indiferente el dolor de los demás. El cristiano no puede olvidar el Viernes Santo, pero no se puede quedar en él. Tras la cruz viene la resurrección. Por eso, la esperanza tiene que estar ahí, en el corazón de cada uno de nosotros: el cristiano es sembrador de esperanza por encima de todo.

Los crucificados tienen que estar convencidos de que la cruz no es lo último; lo último es la Resurrección y, por eso, es necesario seguir luchando contra todo cuanto o cuantos hoy se siguen crucificando. Los muertos en vida tienen que estar convencidos de que lo último no es la muerte sino la vida; por eso, no podemos dejar de luchar contra todo cuanto o cuántos siembran la muerte o maltratan la vida.

Mientras haya cruces que quitar y vidas que plantar, no podemos reducir la Semana Santa a un espectáculo ritualista, ni a un simple recuerdo del pasado. Solo quien hace vida en su vida los misterios de la Semana Santa, es capaz también de celebrarlos.

Este Domingo de Ramos se nos invita a recordar aquello que nos decía el profeta Zacarías: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. (Zac. 9, 9) y cómo se hizo realidad esta profecía. Jesús entra a Jerusalén en un burro y la gente con ramos de olivo en sus manos (Mt. 21, 8) gritaba “¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mc. 11, 7-9).

Pero, por otra parte, hay una segunda cara: No podemos olvidar que ese Jesús que entra victorioso en Jerusalén, el Viernes Santo ese mismo pueblo lo matará. Por eso, se hace la lectura de la pasión. (Mc 14, 1-15).

El Domingo de Ramos es, pues, un resumen de la vida de Jesús: palmas y olivos, sentimientos de alegría; pero también la sombra de la cruz. Esa es también nuestra vida: Risa y llanto, alegría y cruz. Pero, como Cristo resucitó, lo nuestro será también Resurrección.

El autor es sacerdote.

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