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José, Egipto y Nicaragua

Existe una pintura de Sandro Botticelli que representa a la calumnia y a la envidia basada en otra obra famosa pintada por Apeles, el pintor preferido de Alejandro el Magno, que no sobrevivió al tiempo pero que fue narrada por el sofista griego Luciano de Samósata, narración que le sirvió a Botticelli para elaborar La calumnia de Apeles maravilla del arte renacentista.

Se dice que la envidia va de la mano y sirve de guía a la calumnia ambos pecados denominados capitales no por su intensidad, pero porque pueden arrastrar al ser humano a cometer otros errores como el crimen, la mentira y la hipocresía.

Son vicios que destruyen el alma y el cuerpo más del que los practica que de la víctima que los sufre.

No en vano Bertrand Russell considera a la envidia como una de las causas más potentes de infelicidad.

La Santa Biblia desde su comienzo nos relata muchos ejemplos de cómo la envidia carcome y destruye al hombre.

Aparece como serpiente que hace a nuestros primeros padres desobedecer a Dios. Le sigue con Caín que lo lleva a asesinar a su propio hermano.

En el Génesis (Cap. 37-50) se narra una historia fascinante cargada de envidia, de celos, de calumnia y de codicia, pero también llena de amor paternal y celestial, de humildad, de perdón y por sobre todo de un paralelismo profundo con la realidad nicaragüense.

José, el hijo preferido de Jacob, envidiado por sus hermanos es vendido como esclavo y llevado a Egipto. Allí es codiciado y calumniado por la mujer de su amo Potifar y sufre cárcel, pero Dios, ese silencio muchas veces incomprensible e irracional, no lo abandona haciéndolo triunfar para luego salvar a sus hermanos y a su padre de la hambruna que se desata en Canaán país de su origen.

José, en un acto de humildad y amor los perdona y se los lleva a Egipto, país en ese tiempo riquísimo, no solo por su agricultura, sino por su ciencia, filosofía, astrología, arquitectura, matemáticas y medicina. Era los Estados Unidos de ahora.

Al final cuando su padre muere feliz de haberlo visto de nuevo, lo regresa embalsamado a su tierra de origen y les dice a sus hermanos que no se sientan culpables que Dios así lo quiso para poder luego salvarlos a ellos.

Miles de nicaragüenses han tenido que salir de su país exiliados por causa de la envidia y la calumnia de sus propios hermanos.

Arriesgando su propia vida han llegado al Egipto de hoy a sufrir discriminación, a hablarles a sus hijos y nietos en otra lengua, pero también aprovechando las bondades del país que los acoge, han prosperado, igual que José; logrando triunfar hasta colocarse en posiciones importantes para salvar con sus remesas, con sus visitas de turistas extraños en su propia tierra a miles de sus hermanos que se han quedado en el Canaán nicaragüense sufriendo pobreza y pagando por las malas políticas de engorrosos gobernantes ensoberbecidos.

Los Caínes que, maldecidos, pululan vagando en la tierra de Sandino y de Rubén.

Muchos se han llevado a sus familiares e igual que Jacob al morir en un país ajeno, retornan embalsamados o en cenizas a su Nicaragua para ser enterrados en la tierra que los vio nacer.

Emulando a José hay humildad y perdón en la diáspora nicaragüense que contrarresta la envidia que los arrastró al exilio y al sufrimiento.

Por último, a aquellos pocos que se avergüenzan de sus malos vicios y sus consecuencias, la diáspora contesta con un nicaragüense castizo y sincero: “No hay bien que por mal no venga”.

Que es igual a lo que José les explicó a sus hermanos apenados por el sufrimiento que le causaron.

Yo estoy aquí por la voluntad de nuestro Dios que quiso de esta manera enseñarles una lección de amor y perdón para poder luego salvarlos no solo del hambre, pero también de la condenación eterna.

Luchemos pues contra esos vicios horrorosos como la envidia y la calumnia que ya nos han hecho llorar por muchos siglos y que como una aberración genética cargamos ahora errantes por el mundo entero.

El autor es médico.

Opinión Egipto José archivo
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