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¡Una guerra donde nadie gana!

Estoy escribiendo este artículo en Washington, la tarde del jueves 22 de marzo. En Nicaragua, mis compatriotas están preparándose para Semana Santa. Pero aquí hay una actividad febril. Para muestras algunos botones. El Congreso estadounidense está tratando de aprobar —de nuevo a último momento— fondos para que el Gobierno continúe operando hasta septiembre, cuando concluye el año fiscal 2018 sin un presupuesto formal. El jefe del equipo jurídico personal que estaba defendiendo al presidente Trump en temas relacionados con irregularidades electorales acaba de renunciar —o quizás fue despedido—. No está claro.

Anoche pidió disculpas Marc Zuckerberg porque Facebook se prestó, por negligencia, a que una firma de consultoría utilizase datos personales de 50 millones de norteamericanos cosechados de Facebook para modular mensajes políticos que el entonces candidato Donald Trump usó en la campaña más controversial de la historia moderna estadounidense. Y como que si todo esto fuese poco, hoy apareció el presidente Trump —rodeado de su vicepresidente y miembros de su equipo económico— anunciando la imposición del equivalente de US$60 mil millones en aranceles en contra de la China.

Se puede criticar a la era de Trump de muchas cosas, pensé al sentarme frente a mi computadora, ¡pero no de que es aburrida!

De todas estas noticias, considero que potencialmente la más impactante —y definitivamente la más preocupante para el mundo— fue el anuncio de las alzas arancelarias de Estados Unidos (EE. UU.) en contra de la China. Sigue en los pasos de otras medidas tomadas por el señor Trump para asegurar un comercio mundial “libre pero justo”. Estas incluyen la renegociación del tratado de libre comercio con Canadá y México, conocido como NAFTA por sus siglas en inglés, y la imposición de aranceles de 25 y 10 por ciento, respectivamente, sobre importaciones de acero y aluminio.

Este abandono de la tradicional política de libre comercio norteamericana no debería de sorprendernos. El entonces candidato Trump se quejó continuamente que EE. UU. sufría de déficits comerciales con el resto del mundo que superaban los US$550 mil millones al año. Según Trump, estos déficits crónicos se debían a la manera ingenua en que sus predecesores —tantos republicanos como demócratas, por cierto— habían tratado temas de comercio internacional. Insistió que al llegar a la Casa Blanca, revertiría la “tinta roja” en el comercio internacional de la Unión Americana y que con políticas proteccionistas, se frenaría también el encogimiento del sector manufacturero estadounidense. Esto, prometió Trump, resultaría en un auge en empleos industriales.

Desgraciadamente, su promesa no comenzó a cumplirse en su primer año como jefe de Estado, 2017. Más bien, el déficit comercial estadounidense siguió creciendo y llegó a los US$800 mil millones en 2017.

Claramente, el presidente veía esta tendencia como algo que contribuía a su bajo sondaje en las encuestas y se vio obligado a tomar acción dramática. Y todo hace pensar que lo está logrando. Hoy la China anunció que está elaborando sus propias sanciones contra importaciones norteamericanas. Eso es dramático. Las negociaciones con México y Canadá andan muy lentamente y están envenenando las relaciones entre las tres grandes naciones de América del Norte. Eso también es dramático. Poderosos intereses norteamericanos —incluyendo exportadores agrícolas y comerciales en estados que Trump ganó en las elecciones— están inundando los medios con anuncios advirtiendo que ellos y los consumidores a nivel nacional serán perjudicados por las represalias extranjeras a la política comercial del presidente Trump. Eso es aún más dramático. Pero lo más problemático es que hoy la bolsa cayó más de 700 puntos, o casi tres por ciento. ¡Esto es súper dramático!

Es un fundamento de ciencias económicas que el comercio internacional beneficia a todos los países que se abren a él. Y como corolario a este artículo de fe, se piensa que guerras comerciales —sobre todo cuando son entre jugadores importantes— son nocivas no solo para los países directamente involucrados en ellas sino para el desempeño de todo el mundo, incluyendo países pequeños y abiertos como el nuestro. A como aprendí cuando estudiaba economía en la universidad, las guerras comerciales no tienen ganadores, solo perdedores. Esto se demostró ampliamente durante la década de los treinta del siglo pasado cuando la subida de aranceles resultó en un colapso del comercio y de la economía global y en la prolongación de la Gran Depresión.

Durante la ceremonia hoy para anunciar la imposición de aranceles en contra de la China, el vicepresidente Pence indicó que esa acción pondría punto final a lo que él llamó la “rendición económica” de EE. UU. y de sus obreros al resto del mundo. Y con la actual administración norteamericana amenazando con construir barreras arancelarias en contra de importaciones de países como la China, Corea del Sur, Japón, Canadá, México y naciones de la Unión Europea, incluyendo Alemania, no se puede descartar el peligro de que el mundo caiga en una guerra proteccionista. Y de los pesos pesados del mundo. Lo increíble es que la mayoría de ellos son países cercanos de EE. UU., ¡sus aliados!

Ojalá Washington recapacite rápidamente y abandone su política mercantilista antes de que comience realmente a castigar la confianza mundial que se ha estado recuperando, finalmente, después de la Gran Recesión de 2007. Pero no hay garantía de esto. Lo que sí se puede garantizar es que hay cada vez más preocupación debido a la retórica económica populista del inquilino actual de la Casa Blanca. También les puedo garantizar que los gurús económicos del Fondo Monetarios —los que están poniéndole los toques finales a la próxima publicación de su Perspectiva de la Economía Mundial que saldrá en tres semanas— están trabajando horas extras para afinar sus proyecciones hacia abajo por la amenaza de una guerra comercial ¡donde nadie gana!

El autor es economista y fue director del Banco Mundial

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