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La piedra de Sísifo

Sísifo es uno de los personajes más representativos de la mitología griega. Acerca de Sísifo dice el mitógrafo español José Antonio Pérez-Rioja, que por sus crímenes Zeus “le condenó a subir un enorme peñasco hasta la cumbre de una montaña, sin lograr escalarlo jamás, ya que, al llegar allí, caía de nuevo por la pendiente abajo”.

El filósofo argelino-francés Albert Camus escribió en su obra El mito de Sísifo, que “es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible en el cual todo el ser se dedica a no rematar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra”.

Sísifo fundó la ciudad de Corinto, a la que originalmente llamó Éfira y fue su primer rey. Poseidón, el mar, y Helios, el sol, se disputaron el auspicio de la nueva ciudad. Convocado a resolver la controversia de los dos dioses, el gigante Briareo sentenció que a Poseidón pertenecería el istmo de Corinto y a Helios la ciudad propiamente dicha.

Cerca de Corinto vivía Autólico, a quien, según relata Robert Graves en Dioses y héroes de la antigua Grecia, Hermes le concedió “el poder mágico de convertir a los toros en vacas y de cambiar el color de blanco a rojo o de negro a moteado”.

Hermes dio ese don a Autólico porque protegió a su madre, Maya, cuando Hera quería matarla al saber que había tenido relaciones sexuales con Zeus e iba a darle un hijo, que sería el mismo Hermes.

Autólico aprovechó el poder que le dio Hermes para robarle reses a Sísifo, sin que este lo pudiese descubrir porque les cambiaba el color a los animales a fin de que no se les pudiera identificar. Sísifo sospechaba de Autólico pero no podía hacer nada, hasta que se le ocurrió marcar las pezuñas de sus reses con las letras SIS, abreviatura de Sísifo. Como las reses seguían desapareciendo Sísifo ordenó a sus soldados que fueran a revisar las pezuñas de las reses y en efecto algunas tenían la marca de su verdadero dueño.

Sísifo, para vengarse de Autólico raptó a su hija llamada Anticlea, la forzó sexualmente y engendró en ella a Odiseo.

Un día llegó a Corinto el dios-río Asopo, quien andaba en busca de su hija, Egina, que había desaparecido sin dejar rastro. Asopo se presentó ante Sísifo y le dijo: —Tú, que tienes fama de raptar las hijas de los demás, ¿has raptado a la mía? —No, le respondió Sísifo, pero sé quien lo hizo y te lo diré solo si haces brotar un manantial a orillas de la ciudad, para abastecer de agua a mi gente. Asopo dio con su bastón un golpe firme en la tierra y al instante comenzó a salir el agua. Ese fue el origen de la fuente Pirene a la que llegaba a beber el caballo alado Pegaso.

Después que Sísifo le reveló que su hija había sido raptada por Zeus, Asopo fue en busca del secuestrador. Pero Zeus, a fin de no ser descubierto por el furioso Asopo se convirtió en una enorme una roca para no enfrentarse con él.

Zeus quedó muy enojado con Sísifo, por su infidencia, de manera que ordenó a Tánatos, la Muerte, que fuera a ocuparse de él. Pero Sísifo tomó prisionero a Tánatos, lo encadenó y tuvo cautivo durante un mes, tiempo durante el cual nadie moría.

Más enojado, Zeus mandó a Ares, el dios de la guerra, para liberara a Tánatos y ajustara cuentas con Sísifo.

Pero Sísifo era demasiado astuto. Cuando supo que Ares llegaría a matarlo le ordenó a Mérope, su esposa, que no sepultara su cuerpo, condición indispensable para poder entrar al mundo de los muertos. Cuando su alma fue conducida por Hermes a la orilla del río Estigia, Sísifo rogó a Hades que le permitiera volver a la vida, temporalmente, solo para persuadir a su mujer que enterrara el cuerpo.

Hades accedió a la petición de Sísifo, pero después que este volvió a la vida no cumplió su compromiso de regresar al mundo de los muertos.

Eso colmó la paciencia de Zeus. Cansado de las fechorías de Sísifo, lo condenó al suplicio de empujar desde la llanura hasta la cima de una montaña, una roca igual a aquella en la cual debió convertirse para ocultarse de Asopo. La roca, al llegar a la cima rodaría hacia abajo para que Sísifo la volviera a empujar hacia arriba, así por toda la eternidad.

Según Camus, el significado de este mito es que “no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.

Opinión mitología griega Sísifo Zeus archivo
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