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Monumento de Rubén Darío. LA PRENSA/Archivo

Seis Premios Nobel de Literatura “conversan” sobre Rubén Darío y su libro Azul…

Un diálogo imaginario a propósito de los 130 años de la publicación de Azul en Valparaíso, Chile. Este libro escrito por Rubén Darío fue la puerta de entrada del Modernismo

Imaginemos que una noche, en el Café París de Buenos Aires frecuentado por Darío, coinciden seis Premios Nobel latinoamericanos: Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. En torno a una mesa, sostienen una animada tertulia literaria. Oigamos el interesante diálogo.

Gabriela Mistral, que preside el grupo, les recuerda que el 30 de julio de este año se cumplirán 130 años de la publicación, en Valparaíso, de Azul…, el libro “primigenio” de Darío, puerta de entrada del Modernismo y que, en palabras del propio Rubén, “iniciara el movimiento mental que había de tener después tantas triunfantes consecuencias”.

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Gabriela le confiesa a sus contertulios que su admiración por la poesía de Darío había sido para ella decisiva para su vocación literaria y que cuando Rubén hizo, en 1912, su famoso viaje por América del Sur para promover la revista Mundial, lamentó mucho que, a última hora, se cancelara su visita a Chile.

Entonces, le escribió una emotiva carta a Rubén diciéndole que ella era “una que se quedó esperándolo al pie de Los Andes pero usted no vino”.

Miguel Ángel Asturias, que ha permanecido en silencio, acentuando así su perfil maya, rompe su mutismo para asegurar que el color azul le recuerda a Darío “el azul natural de las aguas y cielo de su Nicaragua natal y significó un retorno inconsciente a su infancia”. Que por eso tituló Azul…, su célebre libro.

Pablo Neruda tiene los ojos cerrados. Pareciera que se ha quedado dormido por lo avanzado de la noche. Pero, cuando oye que la conversación gira en torno a Darío, se despabila y sostiene, con su característica voz gutural, que Azul…, en su esencia, renueva la prosa y la poesía en español y que con Rubén: “Surgió del idioma volando una ráfaga de alas de oro”.

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Es más, agrega, en mi homenaje a Darío, sostuve que “por vez primera la estatua yacente de Jorge Manrique despierta: sus labios de mármol sonríen, y alzando una mano enguantada dirige una rosa olorosa a Rubén Darío que llega a Castilla e inaugura la lengua española”.

Octavio Paz interviene y reconoce que él perteneció a una generación que se inició combatiendo a Darío para, finalmente, reconocer su deuda con el bardo nicaragüense.

Les recuerda a sus amigos que pronto enmendó su error y reconoció que “su poesía es como el corazón que alimenta a todos los poetas que le suceden”. Más tarde, agregó, en el ensayo El Caracol y la Sirena afirmé que ahora se trata de: “Ser o no ser como él.

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De ambas maneras Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador”. Además, dice Paz, otro colega nuestro, Juan Ramón Jiménez, consideraba el Modernismo, cuyo jefe indiscutible fue Darío, como “un nuevo Renacimiento humanista”.

Gabriel García Márquez ha sido el más locuaz esa noche contando innumerables anécdotas. Toma la palabra y afirma categóricamente que Darío es el autor del mejor poema escrito en idioma español: Lo fatal.

Les informa que desde sus años adolescentes leyó con insistencia a Rubén, comenzando por Azul…, cuya prosa lo deslumbró, pero que en esa época le interesó particularmente su poesía.

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Asegura a sus colegas que su novela, El otoño del patriarca, es un homenaje a Darío y que en ella aparecen en el texto versos enteros de Darío y de guiños a los conocedores de su obra.

Incluso, afirma Gabo, Darío es un personaje de mi novela, que trabajé como “un poema en prosa”. Por eso, mi libro comienza y termina con versos de Darío.

La novela, sigue diciendo García Márquez, concluye con el decrépito dictador al borde de la muerte, desmemoriado y de edad indefinida, buscando recuerdos en los papelitos que ocultaba en los huecos de las paredes de su caótico palacio, donde su soledad la compartía solo con las vacas extraviadas, los cerdos y las gallinas.

Buscaba el papelito escrito en ocasión de un aniversario del poeta Rubén Darío, “a quien Dios tenga en la silla más alta de su santo reino, volvió a enrollar el papelito y lo dejó en su sitio mientras rezaba de memoria la oración certera de padre y maestro mágico liróforo celeste”…

Mario Vargas Llosa, que ha estado callado escuchando a Gabo, irrumpe en la conversación recordando a los asistentes que Azul…, fue su lectura favorita en sus años de estudiante y que su tesis de grado para la licenciatura en Letras en la Universidad de San Marcos de Lima, la centró en la construcción y desarrollo de Darío como artista. Por eso lleva el siguiente título: Bases para una interpretación de Rubén Darío (1958).

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Con entusiasmo, Vargas Llosa agrega: No olvidemos que: “A su inspiración y destreza debe la lengua castellana una de las revoluciones seminales de su historia. Porque con Rubén Darío —punto de partida de todas las futuras vanguardias— la poesía en España y América Latina empezó a ser moderna”.

La madrugada sorprende a los contertulios y, para despedirse, Pablo Neruda propone un brindis en honor a Darío. Todos se ponen en pie y al unísono dicen: “Nosotros, Premios Nobel de Literatura, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, chileno, guatemalteco, mexicano, colombiano y peruano, Rubén Darío. Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso”.

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