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Testigos de la alegría

Muchas veces lo que nos paraliza ante la vida es el miedo. Los apóstoles, ante la muerte de Jesús se encerraron en sí mismos por miedo a los judíos. (Jn. 20, 19). El miedo los anuló.

El miedo es hoy el ambiente en que nos movemos y el aire que respiramos. Tenemos miedo de la gente, no confiamos en nadie y es más, cuando el miedo cambia de personal a social, ese miedo social destruye las economías, las familias y la convivencia ciudadana creando, a su vez, inseguridad en todos los campos en los que nos movemos. El miedo social nos encarcela, nos hace vivir prisioneros en nuestra propia casa y nos lleva a vivir enrejados, aparentemente libres, pero realmente presos.

Cuando Jesús se aparece a sus discípulos, una vez resucitado, a ellos les entra miedo y se alarman porque creen que ha entrado un “fantasma” (Lc .24, 37); pero Jesús les dice: “¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo en persona” (Lc. 24, 38-39).

Jesús y el miedo nunca fueron buenos amigos. Allí donde aparece el miedo, allí está Jesús luchando contra él para que no se convierta en cadena que oprima ni rompa la esperanza: Ante la tempestad que sufren los apóstoles, llenos de miedo, Jesús les dice: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?” (Mt. 8, 26).

Ante la misión que Jesús da a los suyos, les advierte: “No tengan miedo… Lo que yo les digo en la oscuridad, díganlo ustedes a la luz… No teman a los que matan el cuerpo” (Mt. 10, 26-28). Cuando a Jairo le avisan que su hija ha muerto, Jesús le dice: “No temas; solamente ten fe” (Mc. 5, 35-36).

Cuando los discípulos que estaban navegando en su barca ven a lo lejos del mar que alguien se les acerca andando por las aguas, ellos se llenan de miedo porque creen que es un fantasma; pero Jesús les da una voz y les dice: “¡Ánimo!, soy yo; no teman!” (Mt. 14, 22-27).

Cuando Jesús se aparece a los doce, una vez resucitado, ellos creen que Jesús es un fantasma y se llenan de miedo; por eso, Jesús les dice: “¿Por qué estáis turbados?” (Lc. 24, 38). Como decía el papa Francisco: “El Espíritu de Cristo Resucitado expulsa el miedo del corazón de los apóstoles y los impulsa a salir del Cenáculo para llevar el Evangelio”.
El Dios de Jesús no es creador de miedos ni de temores. Por eso, dice San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre…? En todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó…” (Rom. 8, 35. 39).

Solo cuando el miedo desaparezca y rompamos sus cadenas, podremos sentir la paz que da la fe en Jesús resucitado y todo posible miedo se convertirá en profunda alegría, como pasó con los apóstoles al ver a Jesús resucitado (Lc. 24, 41. 45). Cuando damos el paso de la confianza, viene la alegría, cuando compartimos lo que somos y tenemos viene la alegría. La alegría es la primera y la última palabra del Evangelio.

Los cristianos estamos llamados a romper toda clase de cadenas y, por tanto, también las cadenas del miedo, porque somos “testigos de la vida, del resucitado” (Lc. 24, 48). Ya lo decía el papa Francisco: “¡Tengamos también nosotros más coraje para testimoniar la fe en Cristo Resucitado! ¡No debemos tener miedo de ser cristianos y de vivir como cristianos!”
La alegría de ver cómo el crucificado ha resucitado no se puede esconder, es contagiosa. Es más, cuando una alegría entra en mi corazón la expreso, la comparto y deseo que todos la vivan.

El autor es sacerdote.

Opinión Apóstoles Jesús La Biblia archivo
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