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La última lección del rector

La decisión del doctor Carlos Tünnermann Bernheim de donar su biblioteca al Instituto Histórico de la UCA, me conmocionó y me llenó de una profunda tristeza. Tünnermann fue mi rector en mi vida universitaria para obtener la licenciatura, en realidad fue para muchos el rector por excelencia. En su administración la Vieja Casa de León adquirió las cimas más altas. Era respetada como casa de estudio. Como templo del saber, como ágora o plaza donde la cultura, la política y la vida de la república se discutían con sabiduría y respeto.

Habiendo llegado bien joven a la rectoría, desde un comienzo le imprimió a su gestión dinamismo y disciplina, siendo sus dos obras más sobresalientes, el Campus Médico de León (que dejó totalmente aprobado para su construcción al nuevo rector y el Recinto Universitario Rubén Darío, terrenos que recibió del propio presidente de esa época, el general Anastasio Somoza Debayle).

Tünnermann, quien no se concretaría en construir lo físico de nuestra casa de estudio, atrajo catedráticos, académicos, hombres de ciencias, y toda clase de personas que pudiera dar aporte, y que transmitiera a las nuevas generaciones, su acervo cultural. En pocos años se convirtió no solo a nivel latinoamericano, sino con proporciones mundiales, en una referencia, en un punto de cita, en una voz que había de ser escuchada y que cuando hablaba había que callar. Ese era el rector de mi Alma Mater.

Nadie puede dudar del amor entrañable que Tünnermann le tuvo y le sigue teniendo a la Vieja Casona, y por ende a la Vieja Ciudad, de mi León de Nicaragua. Su amor solo tuvo una expresión superior, el amor infinito que siempre ha manifestado y vivido, con su compañera y esposa doña Rosa Carlota y sus hijos. Ya que el rector además de sus clases y conferencias, siempre nos ha dado testimonio de una vida ejemplar y de una alcurnia ciudadana.

Lo lógico, lo predecible, lo deseable, era que ese tesoro cultural que forma su biblioteca, pasara a la Alma Mater que él ayudó a construir con tanto éxito.

Me inclino a pensar que para tomar esa decisión tuvo en cuenta lo ocurrido con donaciones bibliotecarias anteriores. La primera con la biblioteca del profesor, Edelberto Torres Espinoza, y la segunda, con la biblioteca de mi maestro el doctor Rafael Ortega Aguilar, ambas saqueadas a través de los años.

Pero donde estoy seguro, su razonamiento tomó base y lo comprendo, es en el cuadro que hoy presenta la Universidad de León. Antes una de las mejores de Centroamérica, hoy convertida en un centro a la merced de las orientaciones del gobierno actual.
Sus rectores, antes hombres ilustres, intelectuales, verdaderos maestros como Juan de Dios Vanegas, Mariano Fiallos Gil, Mariano Fiallos Oyanguren y el propio Tünnermann, ahora son “inodoros, incoloros e insípidos”, pobres mediocres, que para lo único que sirven es para dar risa, ya que ni siquiera vale la pena llorar, ya que a lo más que llegan es a payasos de pueblo.

La libertad de cátedra, que tanto nos enseñó Mariano Fiallos Gil, y el propio Tünnermann, desapareció, y ahora lo que impera es el cuadernito de la consigna ideológica. El respeto a disentir, como lo enseñara en un momento memorable (el 23 de julio) el doctor Ramiro Granera Padilla, ni existe y el que lo quiere erigir, es execrado con el despido.

La calidad académica ha bajado a niveles de primaria, y la ignorancia y la mediocridad se pavonean por todos los corredores.
El viejo y prestigioso Movimiento Estudiantil, que se enmarcaría en las letras CUUN y que fuera la nodriza de tantos héroes y mártires que dieron la vida por una patria más justa, más humana, más democrática y más igualitaria, ahora es una dependencia del gobierno, con presupuesto propio de enormes cantidades de dinero, con vehículos lujosos, con acceso y disponibilidad de miles de becas. Su papel se ha reducido a una guardia pretoriana, del actual régimen en la universidad. Nada que ver a la honestidad con que vivían presidentes del CUUN como la Brenda Ortega (social cristiana) o Edgar Munguía del FER.

Ante esa situación de miseria académica, de postración absoluta, de corrupción de valores y de ideales, la decisión del doctor Tünnermann es explicable. Duele, sí duele, me duele. Imagino que por mucho tiempo el doctor Tünnermann lo pensó y lo repensó, como buen dariano, lo digirió “en el alambique de su cerebro”.
Donar su tesoro intelectual, sus libros, su conciencia, su vida, a esa anticasa de estudio, a esa no universidad, sería nada razonable.

La universidad que él ayudó a construir, le dio prestigio, y la elevó a la categoría de Casa del Saber, que es una. La actual, dirigida y mangoneada desde las oficinas del Gobierno, es otra. Son dos cosas totalmente distintas, con el mismo nombre, pero con un abismo de diferencias.

Tal vez lo que le faltó al doctor Tünnermann es hacer lo que cuentan hizo Picasso con su famoso cuadro Guernica, que lo donó al Metropolitano de Nueva York, con la condición de que cuando en España volviera la democracia el cuadro debería regresar a su patria, y la condición se cumplió. Recuerdo que cuando llegó de regreso, un famoso diario español decía como titular, “El último exilado retorna”. Y miles de españoles salieron a las calles a recibirle.
Tünnermann hubiera, a mi manera, haber dejado una cláusula similar. “Cuando regrese la cultura y el saber a la Vieja Casona de León. Cuando brille la sabiduría, el respeto y la inteligencia. Cuando el derecho a disentir vuelva de nuevo al ágora, que regresen mis libros”. Que de seguro muchos de ellos fueron leídos en sus años de Rector Magnífico.

El autor es abogado.

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