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Dr. Alejandro Serrano Caldera, jurista, filósofo y escritor nicaragüense. Jader Flores/ LA PRENSA

Dr. Alejandro Serrano Caldera, jurista, filósofo y escritor nicaragüense. Jader Flores/ LA PRENSA

Humanización tecnológica

Convendría reafirmar que la tecnología no es un fin en sí misma, sino un medio extraordinario que debe estar al servicio de los más altos valores del ser humano y la sociedad

Un tema que concentra la atención del país desde hace varios días se refiere a la decisión anunciada por el Gobierno, de establecer medidas legales para regular el uso de la tecnología en su aplicación en las redes sociales.

Se ha dicho que es necesario establecer esa regulación para proteger a las personas, particularmente a las niñas, niños y adolescentes y a la familia en general, del uso indebido de estos instrumentos tecnológicos en perjuicio de la integridad y dignidad de la persona, pues la práctica enseña que el uso se ha transformado en abuso, por lo que resulta imprescindible establecer esas medidas de protección.

La reacción de la población ha puesto de manifiesto, por una parte, la preocupación por el abuso con las redes sociales, y por la otra, el temor de que en el fondo lo que se busca es controlar legalmente el uso de las redes y prácticamente eliminar la libertad de expresión y de comunicación.

Lo anterior, sobre todo si se toma en cuenta que ya existen disposiciones legales que sancionan injurias, calumnias y cualquier forma de afectación a la dignidad de la persona. Por lo tanto, quien usando los medios tecnológicos incurriera en una actitud delictiva, estaría sujeto a las sanciones que la ley establece.

La situación planteada, no obstante, deja cierta duda en cuanto a la necesidad de establecer el “ciberdelito”, adecuando las disposiciones legales a la nueva realidad establecida por la revolución tecnológica.

Sin perjuicio de la atención prioritaria que esta situación merece, y sobre todo sin perjuicio de la reafirmación indubitable de la defensa clara y decidida de la libertad de expresión, estimo conveniente presentar algunas breves consideraciones personales sobre lo que significa el dominio de la tecnología y de la cultura digital.

La aplicación de la tecnología más avanzada al logro del desarrollo humano sostenible, formula una ética cuyos aspectos más relevantes se encuentran contenidos en los tratados internacionales sobre derechos humanos, los que de esa forma se constituyen en la filosofía moral de nuestro tiempo.

Una serie de valores dan contenido específico a esa ética de la sociedad de la información. El primero de ellos es el de garantizar el carácter inclusivo que permita la participación de todos, pues de lo contrario la tecnología, en lugar de ser el medio integrador, se convertiría en un instrumento de acentuación de la brecha digital y, en consecuencia, de profundización de la brecha económica, social, educativa y cultural entre los pueblos, e inclusive entre los ciudadanos de un mismo país.

La información y el conocimiento constituyen un bien público y son esenciales a la educación, la cultura y la democracia, a tal extremo de que no será posible una democracia real sin una democracia digital. De ahí que la Tecnología de la Información y Comunicación (TIC), entendida como estrategia y como conjunto de medios y herramientas para el intercambio de la información que produce el conocimiento, se vuelve un instrumento imprescindible para realizar la ética del desarrollo humano sostenible y los valores que lo conforman.

Entre estos valores cabría mencionar, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto a la naturaleza, la responsabilidad común, el respeto a la diferencia y el reconocimiento del otro, todos los cuales nos llevan a reafirmar que el sujeto esencial del desarrollo es el ser humano en su dignidad integral, en su libertad y en sus derechos reafirmados en la justicia y el imperio de la ley.

La nueva ética, o mejor la ética para la nueva sociedad, debe ser la ética de la unidad en la diversidad en la que todos los seres humanos, en virtud de la dignidad esencial que les corresponde, tienen el derecho pleno de participar en el disfrute de los bienes materiales, culturales y morales de la sociedad de nuestro tiempo.

Lo anterior es tanto más necesario, en la medida en la que la tecnología ha devenido una condición imprescindible en la estructura del poder mundial, y ha acentuado profundas transformaciones en las relaciones entre los centros hegemónicos del poder y el mundo periférico al sistema dominante.

La primera consecuencia es la acentuación de la brecha tecnológica en lo que se refiere a los procesos científicos y técnicos de producción, además del incremento de la transferencia de tecnología mediante una aplicación mecánica y acrítica de la misma, como resultado de ser, en el mejor de los casos, consumidores dependientes de tecnología, pero no partícipes en el proceso científico y cultural que la genera.

Junto a esa fractura entre el mundo desarrollado y el mundo dependiente, se produce también la situación en virtud de la cual se genera la superestructura tecnológica y cultural, que tiende a globalizar y a sobreponerse a las realidades sociales de los países individualmente considerados.

Es la segunda consecuencia. Si la primera es la ruptura y la ampliación de la distancia entre grupos de países, la segunda es la homogenización que produce la tecnología a despecho de la situación real existente en la base económica, social y cultural.

De acuerdo con lo expresado, convendría reafirmar que la tecnología no es un fin en sí misma, sino un medio extraordinario que debe estar al servicio de los más altos valores del ser humano y la sociedad. La humanización de la tecnología exige recobrar la unidad fracturada entre vida y razón y colocar por encima de la utilidad, la eficacia y el beneficio, los valores de solidaridad y fraternidad.

Es este un momento oportuno para promover la necesaria síntesis entre vida, razón y ética, para restaurar la unidad fracturada y devolver al hombre y a la mujer su plenitud como seres integrales y por lo mismo, a la vez, racionales e intuitivos.

Es fundamental, en consecuencia, la reafirmación del derecho a la comunicación y a la participación de las personas en las redes sociales, la defensa de la libertad de información, de expresión y de pensamiento, ejercidas a plenitud en un sistema que a la vez que respete esos derechos, debe garantizar los valores y principios de dignidad, libertad e integridad de la persona.

Junto a ello se requiere, además, una reflexión y un debate sobre el sentido histórico de la tecnología, el necesario análisis racional y la valoración adecuada de una ética y una filosofía del desarrollo tecnológico, en la que, junto al reconocimiento y utilización de sus extraordinarios avances, se establezca su valor moral, adecuado a la realización de los más altos principios y fines del ser humano, sujeto y destinatario de todo proceso histórico, tecnológico y científico.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

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