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El fuego que destruye la vida

El fuego implacable que avanza consumiendo la gran reserva Indio Maíz ha causado una explosión social de distintos orígenes y orientaciones, que fácilmente puede convertirse entre los que solo somos espectadores, en cómodas opiniones que favorecen o acusan a los encargados de sofocarlo.

Pero quizá corresponda hacer un análisis más serio y considerar factores que expliquen desde una visión más amplia, lo que está aconteciendo.

Por años, nos hemos equivocado creyéndonos los dueños del planeta, decidiendo sobre sus riquezas, dividiendo y explotándolas a conveniencia. Y así, en busca de un orden, para tener lo que nos parece y adjudicarlo como propio, creamos la jurisprudencia. La religión creó sus referencias y sus culpas y la psiquiatría nos clasificó como normales o anormales según lo dictaran las mayorías estadísticas.

Se creó entre esas instituciones sociales una especie de alianza no hablada pero real, en la que cualquier trasgresor termina en la cárcel si le falla a las leyes, en el infierno si comete pecado o en la locura si se sale de las conductas esperadas.

Eso significó el grave error de dividir a los humanos en buenos y malos, sanos o santos, blancos o negros, ricos o pobres, locos o sabios, separados y extraños, extranjeros y migrantes del planeta tierra, cuando en verdad, de cada una de esas características, todos tenemos un poco.

La impactante teoría de Fritjof Capra, neurocientífico de la universidad de Viena, nos explica que todo lo que está vivo pertenece a una red compleja y enorme, donde los humanos estamos integrados como parte de ese gran todo. Todos estamos compuestos por los mismos elementos químicos que en mayor o menor grado, nos asemejan.

Si algo en esa red se mueve o cambia, todo lo demás se estremece de igual manera. Y en esta conciencia de red de la que parecemos no enterarnos, las energías se expanden, las conductas se copian y las actitudes se vuelven seriales.

La ola de asesinatos de mujeres que asola nuestro país es un fuego desatado e imparable, nacido del irrespeto por esa red de la vida a la que todos estamos ligados. Así como no nos importa derribar un árbol para robar un nido, incendiar un bosque para atrapar un mono o contaminar un río para botar nuestros plásticos, tampoco importa arrebatar la vida de la mujer que se fue con otro, o que simplemente no soporta el maltrato.

Lo que un día observamos en el pasado en la conducta del padre golpeando y menospreciando a la madre, pica y se extiende como un fenómeno de red, pasado de mano en mano, que no debería de extrañarnos. Si el vecino lo hace, si el amigo lo practica y sucede en Guatemala o Caracas, lo que aquí está sucediendo también es parte del mismo fenómeno.

Todo está en la red y todo se pasa como el fuego. Si hoy está ardiendo el bosque algo también se quema en el corazón humano. Están matando a las reproductoras de la especie, para que sus huérfanos un día se debatan en repetir lo terrible y lo temible de las sombras que sus propios padres les pasaron.

Algo tiene que moverse en la red para traer el agua y el amor que sofoquen los incendios. Cada quien es responsable de cuidar su patio y el ajeno porque un día el del vecino te dará sus frutos y al final, es la misma tierra cobijada por el mismo techo del cielo.

Tenemos que repoblar y resembrar sobre la responsabilidad de nuestros propios actos. Aprendamos y enseñemos que el respeto es para todo y no solo por lo mío, pues al final lo de ambos, termina siendo de todos.

La vida en todo lo que se mueve y está inerte, es nuestro patrimonio, lo único y mejor que tenemos; pero estamos insertos en ella como una partícula de un gran todo, donde lo mejor y lo pequeño se mueven con igual derecho y fuerza.

Protestamos por el error de otro, sin corregir el propio. Nos instalamos en la conciencia del otro, mirando su defecto y no el propio. Así es nuestra ceguera y así estamos limitados para el cambio. Tengamos la lucidez de ponernos en el lugar del otro para entenderlo y comprometernos a salvar nuestro bosque interior, que está primero que cualquier otro.

Desarrollemos nuestra conciencia personal y afectiva para ser protagonistas y no jueces, actores y no críticos. Eso nos llevará a desarrollar la conciencia ecológica, humana, social, universal y cósmica pues solo en la visión del conjunto entenderemos como enfrentar los miedos, los fuegos y el futuro que deseamos para nuestros hijos.

La autora es psicóloga.

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