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¿Qué es La Ciudad de Dios? (III)

Nuestra Comunidad tiene dos grandes campos de acción dentro de la Pastoral Diocesana: Pretende la conversión de quienes han de ingresar a ella y su progresiva formación integral, tanto en lo humano como en lo cristiano, con miras a una consagración plena al servicio de Jesucristo y al de dentro de nuestra comunidad. Pretende también desarrollar un nuevo estilo de vida y un nuevo patrón de relaciones entre sus miembros.

El segundo pretende colaborar con la Iglesia en el plan pastoral de la Arquidiócesis y con las actividades parroquiales en general, especialmente en la evangelización de los ambientes descristianizados y en la construcción de ambientes comunitarios, así como colaborar con todos los cristianos para defender el Evangelio, contra el secularismo y otras ideologías, y trabajar con ellos en favor de la paz, la justicia y la reconciliación.

Aunque como comunidad, La Ciudad de Dios no pretende tanto el “hacer algo por los demás” cuanto el “ser algo para los demás”. Nada en la Iglesia le es ajeno y trata de servirla en todos sus ámbitos, no como algo ocasional o accesorio, sino como algo que deriva de su propio compromiso con Cristo, y del hecho de que cada uno de sus miembros se sabe ante todo cristiano y miembro de la Iglesia.

Para los que nos ven desde fuera La Ciudad de Dios no es más que un grupo de gente piadosa que se reúne varias veces por semana para alabar a Dios. Sin embargo, a la fecha, hemos impartido cerca de 3,000 retiros principalmente a parroquias, pero también a colegios y organizaciones de iglesia en muchísimos países del mundo. Además, contamos ya con nuestra propia Casa de Retiros, con capacidad para casi 200 internos de ambos sexos, con lo que estamos prestando un mayor servicio a nuestra Iglesia.

De nuestra espiritualidad quisiera explicarles lo siguiente:

Del movimiento de Cursillos heredamos una Espiritualidad Bautismal. Es decir, aquello que suponemos tener todos en común antes de que cualquier espiritualidad concreta nos diferencie. La que brota de nuestro mismo bautismo. Nuestra espiritualidad es, asimismo, laical. Lo que significa que reconocemos, valoramos y asumimos el hecho de que el llamado y modo de ser de nuestra comunidad en su conjunto no es el de una congregación religiosa ni el de un instituto clerical. Aspiramos a que nuestros miembros lleven una vida compatible con su vocación laical viviendo como discípulos de Jesús, siendo fermento en el mundo para la salvación en Cristo. Con su testimonio La Ciudad de Dios demuestra que la fe y el discipulado cristiano son realmente posibles en todos esos campos y en este tiempo.

De la Renovación Carismática heredamos la vida en el Espíritu, experimentando la acción transformadora del Espíritu Santo, la efusión de su amor y de sus dones; y por eso nuestra vida está totalmente abierta a la manifestación de sus carismas, especialísimamente en la proclamación de la Buena Nueva con las señales y prodigios que acompañan la predicación.
Se define a sí misma también como una comunidad de discípulos ya que todos sus miembros están en camino de consagrarse por entero al servicio de Jesucristo, en el momento y en la medida que Él lo exija.

Somos simplemente, un trocito de la Iglesia, realizando —en la medida de nuestra capacidad y en el lugar concreto donde nos ha llamado— la misión común a todos los cristianos. No somos mejores ni distintos de los demás. Únicamente tomamos en serio la parte que nos toca en la extensión del Reino de Dios, abiertos a que Él haga con nosotros lo que le dé la gana, decididos a no minimizar el plan de Dios, y deseosos de amar cada día más, a Dios, sobre todas las cosas, y a los hermanos como Él nos amó.

El autor es miembro del Consejo de Coordinadores de La Ciudad de Dios.
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