A Bárbara, Mercedes y Elizabeth las une una misma historia: son madres que se atrincheraron en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli) para luchar junto a sus hijos contra el Gobierno de Daniel Ortega. No saben utilizar armas. Ni tampoco tienen miedo a usar sus cuerpos como escudos para proteger a sus hijos de las balas. “Yo prefiero poner mi cuerpo y que las balas me maten a mí, antes que a mi hija”, dice Bárbara, de 45 años, mientras mueve con un cucharon el arroz que cocina para los jóvenes que permanecen en esta especie de ciudadela que se ha formado en la universidad.
Como ellas, hay al menos otras 30 madres, que sin temor decidieron atrincherarse para apoyar en el área médica, o cocinando. Bárbara, incluso, dejó su trabajo para acompañar a su hija de 24 años. “He criado a mi hija con valores morales y sociales. Entonces, desde el momento en que ella sintió que se estaban violentando muchos derechos, se vio en la obligación de levantar su voz junto a sus compañeros…y protestar”, cuenta.
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La hija de Bárbara, a quien llamaremos Diana por su seguridad, fue una de las cuatro jóvenes que el pasado viernes la Policía Nacional mantuvo secuestradas al menos 12 horas en las celdas de la Estación VII, en Villa Venezuela, Managua. Aunque Diana no fue víctima de golpes o abusos, su madre se imaginó lo peor. “Me desesperé, porque no sabía nada de ella. La incomunicaron. Me dio miedo de que le hicieran algo malo”, confiesa mientras atiza el fuego.
Hasta este miércoles, en Nicaragua se registran más de 30 personas muertas por las protestas contra el régimen de Ortega, quien según analistas, enfrenta una de las peores crisis políticas desde que llegó al poder en 2007. Las manifestaciones han puesto al descubierto un descontento popular con el Gobierno.
Elizabeth, de 40 años, se detiene un momento. Deja de acomodar las cajas de medicina en unos estantes improvisados y cuenta que apoya a su hijo, Julio, en esta lucha, porque quiere que él sepa que puede contar siempre con ella, hasta en los momentos más difíciles. “Prefiero estar con él, a no saber dónde está o a que no pueda localizarlo”, dice, mientras toma un poco de agua. El calor en Managua en esta época del año sobrepasa los 30 grados centígrados.
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Elizabeth dice que hay una razón fundamental por la cual dejó que Julio se atrincherara en la Upoli: La convicción que tiene el joven por alcanzar un país libre y democrático. “Aquí, dentro de la universidad en todo momento estoy dándole las mejores vibras. Pero más que darle palabras de aliento, él me las da a mí, porque se está manifestando, convencido de lo que cree. Me siento orgullosa”, comenta mientras su voz se quebranta.
En Nicaragua las protestas contra el Gobierno comenzaron el pasado 19 de abril y, para controlar los disturbios, Daniel Ortega reprimió con la fuerza policial y turbas paramilitares a los universitarios. Los agentes dispararon contra los jóvenes con balas de goma y bombas lacrimógenas, pero también usaron balas de plomo. La jornada de protestas también han dejado decenas de desaparecidos y centenares de heridos.
Protestas justas
Es fácil percatarse de la presencia de las madres entre los estudiantes. Ofrecen agua, fresco de cacao, pollo asado, carne asada… Quieren mantener a sus hijos bien comidos. Al fondo del recinto, donde hasta hace dos semanas funcionaba el área de mantenimiento, se ubicó la cocina. Hay queso, crema, carne, pollo, arroz, frijoles, enlatados. No falta comida para nadie. “Más tarde pensamos hacer una sopa de res. Estos chavalos están contentos que nosotras les apoyemos”, dice una de ellas.
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Mercedes, de 45 años, quien tiene a sus dos hijos estudiando en la Upoli, se unió a la lucha al ver “cómo la guardia orteguista estaba asesinando a los muchachos”. No pudo tolerarlo. “A ninguna madre le gusta que le maten a sus hijos. Entonces, ese dolor yo lo siento en carne propia, cuando miro cómo las madres lloran la muerte de sus hijos. Muchachos que les truncaron la vida por completo”, dice.
“¿Cómo es posible que un muchacho de 15 años muera asesinado por la Policía? Yo creo que todas las madres de Nicaragua están conmovidas por eso. La que es madre siente ese dolor. No es justo que este Gobierno haya mandado a su guardia con odio y sin asco a matar”, dice Mercedes. Está junto a dos madres más echando fresco de cacao en bolsas para entregarle a los universitarios.
Tanto Mercedes, como Elizabeth y Bárbara coinciden en que las protestas contra el Gobierno han sido justas. “Y ahora son más justas, porque los chavalos quieren que se haga justicia a sus compañeros caídos”, comenta Bárbara, quien asegura que como madres estarán ahí hasta el final. A cada universitario, dicen, los ven como a sus propios hijos.
“A mí me dolió en el alma cómo los mandaron a matar. Me pongo en el lugar de esas madres que los mandaron a estudiar y que te digan que tu hijo está muerto por pelear por una causa justa. Es duro. Estos jóvenes cambiaron sus cuadernos y lápices por defenderse con una tiradora o una piedra, mientras eran atacados con armas de fuego”, cuenta Bárbara. Hace una pausa, toma agua y calma las ganas de llorar.