“Si mi pueblo al que es llamado con mi Nombre, se humilla y suplica, si busca mi rostro y se convierte de sus malos caminos, yo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y haré que su país se restablezca”, fueron las palabras de nuestro Padre Celestial, citadas en el libro II de Crónicas, capítulo 7:14. No hay poder más grande que el de la oración. Aquel que se despoja de todo, cae de rodillas y reconoce el poder sobrenatural del Señor, será visto con buenos ojos ante el Rey de Reyes, y su súplica tendrá respuesta.
En todo tiempo mantengamos la confianza puesta en nuestro Padre Celestial, quien nos ha dado a su hijo Jesucristo, para que todo aquel que en Él crea no se pierda, más tenga vida eterna; por tanto, que no desmaye nuestra confianza ante nuestro Dios, quien nos asegura: “Yo escucharé desde el cielo”, “perdonaré sus pecados” y “haré que su país se restablezca”, estas son promesas elementales que nos ha dado Dios; ¿por qué dudar? Pues en Él se amparan sus hijos, y jamás quedarán defraudados.
“A partir de ahora, yo he elegido y consagrado esta casa, a fin de que mi nombre resida en ella para siempre: mis ojos y mi corazón estarán allí todos los días”, nos promete el Señor en el libro II Crónicas 7:15.
Porque cuando el pueblo de Dios se humilla, reconociendo la grandeza del Padre y nuestra necesidad de Él, su amor, su misericordia y su poder descansarán sobre nuestra casa y sobre nuestra nación.
No hay poder más grande que un corazón dispuesto a reconocer quién es Dios, confiado en las promesas de paz y bien que nos ha dado nuestro Padre. Animémonos en unión fraterna, como hermanos e hijos de un gran Dios, a despojarnos de todo lo que nos aleja de su presencia y roguemos con fe, gozo y gratitud, presentando confiadamente nuestras peticiones; sabiendo que Él sabrá escuchar y responder con su amor eterno.
Sabiamente el apóstol Pablo eternizó sus palabras, cuando escribió: “Oren sin cesar” porque una oración sincera, sin condiciones y entregada al Señor, siempre será escuchada. Una súplica genuina es un acto de fe que está al alcance de cada uno de los hijos de Dios y no importa la hora, el lugar o la persona, Dios siempre se dispone a escuchar.
El apóstol Pablo nos dice: “Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”. Humanamente es complicado entender, por qué debo dar gracias a Dios en toda ocasión.
Sin embargo, cuando conocemos el amor infinito que Dios nos ha entregado desde el inicio de los tiempos, comprendemos que cuando estamos dispuestos a refugiarnos en el hueco de su mano, todo en nuestra vida se efectúa para un bien mayor, por tanto, nuestra actitud permanente y en toda circunstancia es permanecer agradecidos por su amor y misericordia, aun cuando en el momento no entendamos los acontecimientos, al final sabemos en quién hemos confiado y sus promesas siempre se cumplirán en nuestra vida.
Hoy mi invitación es, no temas, no dudes, más bien, reconoce la grandeza del Señor y de rodillas en oración acepta a Jesús como el primogénito del Padre, quien vino a traernos una nueva vida, una nueva esperanza, y hoy nuestro corazón debe reconocerlo como el Rey y Señor de nuestra vida.
El autor es presidente de la Asociación Cristiana Jesús está Vivo.