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Nosotros también disparamos en la masacre de abril

Pedir perdón tarde y mal es como volver a herir. Pero ante los cuerpos de las decenas de muchachos caídos en esta masacre de abril, la única forma de secarse el sudor de la culpa se viene a las palabras en forma de perdón.

Las masacres suelen ser la seña de identidad de cualquier régimen autoritario. El de Ortega-Murillo ya lo tiene en su historial. No ha sido solamente la de ahora. Se ha venido amontonado de agresiones y asesinatos cometidos impunemente por ejército y policía durante estos años.

Han escupido balas de verdad (hasta cuándo se prohibirá a la policía usar balas de verdad contra manifestaciones civiles u otros operativos para las que no se justifican). Balas que no se han detenido ante niños, a los que han dejado lisiados, sin padre o sin vida. En la montaña, en el barrio, en la comunidad, en la frontera contra los migrantes que tenían todo el derecho del mundo a pasar por esta tierra en busca de otras más al norte.

Es fácil señalar a algunos culpables: la policía, el ejército, los delincuentes que se ofrecen o se venden a este régimen, que es responsable primero y último.

Pero ellos no son los únicos. Los dedos que aprietan el gatillo son más largos, nacen también, un poco, en nuestras manos. Nosotros también disparamos, cuando hemos callado porque era mejor no buscarse problemas. Nosotros, los que sabíamos, los que éramos conscientes de que esto iba a ocurrir tarde o temprano, pues estaba escrito en el libro de cualquier régimen autoritario.

Nosotros, los que bromeábamos con los árboles de lata, con las ocurrencias de Rosario Murillo, con los silencios de Daniel Ortega. Nosotros que consentíamos, disculpando a un presidente que no respondía a una sola entrevista ni daba conferencias de prensa, ni era recibido por casi ningún país del mundo. Nosotros, cuando fuimos con cinismo e hipocresía a sus rotondas, con el mismo sarcasmo con el que hablaba Roberto Rivas en aquella grabación infame con la que enseñó lo bien que se estaba al lado del régimen Ortega-Murillo. Nosotros, que hemos dejado que jueguen con nuestras urnas y alimentamos con ellas a tipos como Byron Jerez. Nosotros que no tuvimos el valor de tumbar antes ni un solo árbol de muerte plantado por la paranoia y la obsesión de este régimen.

Nosotros, cuando caíamos en la trampa de decir “el comandante no es malo, la compañera es muy inteligente; son la gente que está debajo la que engaña y no hace su trabajo”. Nosotros, cuando estando fuera de Nicaragua no hemos sabido encender la alarma sobre un régimen nefasto.

Nosotros también les disparamos, cada vez que silenciamos ante la corrupción generalizada que es la moneda de cambio. Nosotros, cuando dejamos que se adueñaran de todos los servicios y poderes del Estado.

Nosotros, cuando permitimos que se manipulara y abusara de la pobreza de un pueblo. Ese pueblo al que por una lámina de zinc, o un título de propiedad, se le paseaba frente a cámaras de televisiones compradas con dinero oscuro, agradeciéndole “a Dios y al comandante”, “a Dios y a la compañera” tanto bien que nos ha dado.

Nosotros, cuando no hicimos nada ante la manipulación del sistema educativo, ese que los muchachos caídos defendieron piedra a piedra en las universidades. Nosotros, cuando no reclamamos el derecho al ejercicio de un periodismo libre e independiente.

Nosotros, cuando no hablamos tan alto y claro como los jóvenes frente al representante del Cosep en esa gasolinera. Nosotros, que hemos consentido a la empresa privada hacerse cómplice de un gobierno que estaba escribiendo su guion de terror.

Nosotros, que no hemos tenido ni siquiera la valentía de asumir, cada uno la parte de culpa y de vergüenza por aquello que no hicimos, ni siquiera de pedir perdón en singular. No es justo, muchachos, que hayan tenido que dar sus vidas para que un país se tome en serio a sí mismo y aprenda a defender su democracia (frágil, frustrante a veces, aburrida, otras, pero su arma más fuerte para no dejarse aplastar por quienes desprecian la vida). Les pido perdón, muchachos. No sirve de nada, pero es la palabra del dolor que me sale de la boca. Dios quiera que no les volvamos a fallar; que no me olvide de ni uno solo de sus nombres.

El autor es periodista.

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