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Hacia un diálogo exitoso

Nicaragua se encuentra, pareciera, en la antesala de un diálogo nacional para brindarle una respuesta política a las condiciones que provocaron una insurrección popular que estalló el 18 de abril y que continúa hasta ahora.

La magnitud y sostenibilidad de la sublevación nos sorprendió a todos, incluyendo a los medios independientes que han escrito los primeros borradores de la historia de “los cinco días de abril” que marcaron un punto de inflexión para nuestro país no visto en treinta años.

El detonante de este estallido fue la respuesta equivocada del gobierno a la crisis aguda de iliquidez que enfrenta el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS). Pero esta no fue la única causa del momento que estamos viviendo. El malestar nacional remonta al desmantelamiento a cámara lenta de nuestra democracia representativa que el comandante Ortega inició la misma noche de su toma de posesión en enero de 2007. Se sumaron a estas otras arbitrariedades del gobierno como, por ejemplo, la aprobación de la Ley 840 que entregó nuestra soberanía a cambio de la construcción de un gran canal fantasioso; precios de derivados de petróleo muy por encima de lo justificable; y el mal manejo del incendio en Indio Maíz.
En cuanto al diálogo nacional, comparto las siguientes reflexiones.

Primero, para que funcione y sea creíble, los participantes tienen que actuar de buena fe. Además, se tiene que armar de una manera seria y coherente. Hasta la fecha esto no pareciera que está ocurriendo. Más bien, se está notando cierta confusión e improvisación, y esto está creando inquietud entre la población. Esto era de esperarse porque Nicaragua sigue en la fase de acción y furia ante la respuesta exagerada oficialista al rechazo popular que ocurrió. Pero ya llegó el momento de ponerle carne al diálogo estableciendo con más especificidad los invitados a él al igual que sus tiempos, agenda y objetivos. En esto hay que actuar con serenidad y pragmatismo.

Segundo, para que el diálogo tenga alguna posibilidad de éxito, hay que ser disciplinado en cuanto a participantes. Sé que una de los mantras del momento es que el diálogo debe de ser incluyente. Y en el afán de serlo, he escuchado a algunos sugerir una multiplicidad de invitados. ¡Ojo con esto! Hay que evitar que el diálogo se convierta en una torre de babel. Esta es una manera de hundirlo. Para evitar caer en el caos, que sólo beneficia al gobierno, el número de actores debe de ser limitados a representantes de las fuerzas vivas del país incluyendo, por supuesto, a los jóvenes que fueron los protagonistas de la insurrección.

Tercero, también hay que limitar los temas a tocar. No “todo debe de estar en la mesa”. Hay que priorizar temas y los dos más importantes son cómo democratizar de nuevo a Nicaragua y evitar su colapso socioeconómico.

Y, cuarto, hay que establecer los tiempos de este ejercicio. Se tiene que preparar bien el diálogo y fijar fechas realistas para su apertura y cierre. En este sentido, aplaudo el anuncio que hizo el cardenal Brenes de que la Iglesia estará dándole seguimiento a la seriedad del diálogo y que a un mes de su inicio se pronunciará sobre esto. Por cierto, tienen que haber muestras inmediatas de progreso. No podemos permitir que el diálogo se convierta en un ejercicio estéril de tres años como el que el Gobierno “acordó” con la OEA de cara a las municipales y que fue diseñado para fracasar.

El autor fue canciller y embajador en Washington.

Opinión Daniel Ortega FSLN represión archivo
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