En el discurso que pronunció este lunes ante la concentración de empleados públicos obligados y los seguidores leales que le quedan después de la masacre de abril, Daniel Ortega se refirió brevemente al diálogo nacional. Pero eludió el tema de la democratización del país y su renuncia al cargo presidencial, que es la principal demanda de la ciudadanía desde la matanza de estudiantes perpetrada por las fuerzas represivas orteguistas.
En realidad, desde que habló por primera vez de diálogo Ortega no ha dicho que sería para abordar temas políticos. El 21 de abril, cuando compareció en sus canales de televisión flanqueado por las figuras intimidantes del jefe del Ejército, Julio Avilés, y la jefa de la Policía, Aminta Granera, Ortega dijo que sus representantes estaban listos para ir a la mesa de diálogo con el Cosep y que el tema del INSS sería el primero que se abordaría. Ahora, en su discurso del 30 de abril Ortega aseguró que el diálogo es “para tratar temas que tienen que ver con la justicia social, económica y la seguridad de los nicaragüenses…”.
Eso es lo que él quiere. Pero los dirigentes del Cosep, tras la multitudinaria marcha cívica del lunes 23 de abril en Managua declararon que la agenda del diálogo tiene que ser amplia y que se debe incluir a representantes de diversos sectores, entre ellos los estudiantes. Y dejaron en manos del cardenal Leopoldo Brenes la negociación con el Gobierno de las condiciones para instalar el diálogo.
Así las cosas, la Conferencia Episcopal de Nicaragua informó el 24 de abril que los obispos aceptan participar en el diálogo como mediadores y testigos; y al día siguiente, el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, precisó que el diálogo “debe que tener como objetivo la democratización de Nicaragua”.
Esto fue ratificado este martes primero de mayo, después del discurso de Ortega, por monseñor Rolando Álvarez, otro de los obispos que serían mediadores y testigos del diálogo. La democratización, la institucionalidad, la independencia de los poderes del Estado y elecciones justas y transparentes, deben ser temas del diálogo, sostuvo ayer el obispo de Matagalpa.
Obviamente no es esto lo que quiere el dictador Ortega. Lo que pretende es ganar tiempo para salir de la crisis y consolidarse en el poder. Ortega, igual que Anastasio Somoza Debayle, no tiene capacidad para reflexionar con sensatez ni voluntad para aceptar una transición ordenada y pacífica a la democracia, comenzando con su renuncia o el acuerdo de un plazo para entregar el poder.
Ortega solo cede con presiones, no necesariamente violentas como las que él y sus camaradas sandinistas usaron para presionar al dictador Anastasio Somoza Debayle a fin de sacarlo del poder. Para obligar a Ortega a renunciar o aceptar un plan y calendario de reformas políticas que conduzcan a la democratización de Nicaragua, hacen falta más manifestaciones cívicas como las del 23 y el 28 de abril y presiones internas e internacionales más fuertes y efectivas.