Hay algo que podría ser más impresionante en Jonathan Loáisiga que una recta que se mueve a 98 millas por hora o una curva que se desploma con brusquedad al aproximarse al homeplate y es su empeño.
Hasta antes del 2016, Jonathan no tenía la reputación de permanecer propiamente enfocado en el juego. Había muchas distracciones a su alrededor y a menudo se le cuestionaba su actitud.
Sin embargo, la madurez se llevó todos esos factores que incrementan el riesgo y su ascenso a Doble A este miércoles por la mañana, es la demostración más clara de lo bien que está trabajando con los Yanquis.
La prueba más severa, Loáisiga la vivió probablemente en 2016, cuando se le dañó un tendón que obligó a una cirugía Tommy John. Eso lo sacó de acción un año, pero ha vuelto con mayor vigor.
Tuve el chance de ver parte de su rehabilitación y observé su empeño y determinación, cuando incluso su brazo no flexionaba siquiera. Y cuando comenzó a moverlo, las acciones eran torpes.
Pero jamás tuvo dudas de su regreso. Y sus movimientos fueron alcanzando poco a poco su nivel, tanto así que retornó incluso con más velocidad y un control que en ocasiones es ridículo.
Este año lanzó en la Liga de la Florida, Clase A fuerte, y luego de cuatro salidas, tuvo 3-0 y 1.35, con 26 ponches en 20 innings en las que solo dio un boleto, pero sobre todo se mostró saludable y seguro.
Ahora va a Doble A y tiene la esperanza de continuar su evolución, sin colocarse mucha presión encima, pero sin perder de vista la meta, que son las Grandes Ligas. Antes, tiene que brillar en ese nivel.
De manera que a una recta que alcanza 98 millas, una curva que se mueve a prisa cambiando el plano visual del bateador y un cambio de velocidad que estremece espaldas, el pistolero de la sierra le ha agregado madurez.
Ya veremos qué es capaz de hacer en una categoría en la que los prospectos suelen decir la verdad sobre sus proyecciones. Aún no llega al objetivo, pero no hay dudas que ha dado un paso valioso.
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