14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Acto final

Hasta hoy, el tirano Daniel Ortega tuvo por única fe su aserción de que todo hombre es cobarde. Por su parte, el ciudadano valiente conoce el riesgo de encontrarse con las heridas, la cárcel y la muerte inferida por el dictador.

Sin embargo, las manifestaciones de protesta iniciadas el pasado 18 de abril, a través de gran parte del territorio nicaragüense, han puesto fin a la fuerza del silencio y sumisión. Esto se debe a la efectividad con que se han conducido dichas marchas.

Estas han logrado plantar una verdadera marca en la sociedad. No solo han alcanzado ventilar frustraciones reales, sino que han juntado a ciudadanos afines con el propósito de emprender una acción con seguimiento. Estas han sido visibles gracias a la efectiva utilización de las redes sociales. Se han hecho sentir ante Ortega, lo avergonzaron, lo presionaron a retractarse. Y es que los manifestantes han logrado presentar con efectividad sus demandas.

Estas demostraciones se han caracterizado por un gran número de participantes, por su relativa larga duración y por lograr motivar a los ciudadanos para que se unan a ellas con determinante entusiasmo.

A pesar de que en Nicaragua las organizaciones de “oposición” están virtualmente extintas, que gran parte de los empresarios están enteramente asociados con Ortega en sus esquemas de “diálogo y consenso” por sobre la ruptura del orden constitucional, que muchos líderes están desencajados por sus antiguas alianzas con el dictador o desautorizados por sus participaciones en actos de corrupción, las técnicas efectivas para defender pacíficamente nuestros derechos han emergido señalando cursos alternativos claros y prácticos, gracias a la voluntad y sacrifico de miles de jóvenes nicaragüenses. Ellos han demostrado que el descontento es real, razonable y ampliamente sentido a través de todos los sectores y puntos geográficos del país. El espacio y el tiempo están a favor del pueblo de Nicaragua.

Ortega, igual que todo tirano, teme únicamente a la fuerza pública reflejada como actitud ciudadana o como poder monolítico unido en la aceptación de valores libertarios. Esos valores que hacen a cada ciudadano amar, sentir y respetar la libertad como una condición fundamental de la existencia misma. Es por eso que encontramos al reticente Ortega en el interminable vaivén de apagar pequeños fuegos y encender devastadoras hogueras; intentando bloquear con la transitoria fuerza bruta todo intento de manifestación pública, hasta llegar al inevitable trágico final.

Lo que resta es la capacidad de mantener los objetivos que se persiguen más allá de los días de protestas; invocar el espíritu de Gandhi o de Mandela, como ayuda en la germinación de un renovado liderazgo nacional e ineludiblemente organizar un grupo de destacadas personalidades del medio intelectual, religioso, profesional, universitario, campesino y de la iniciativa privada (a manera de “Los Doce”). Un grupo capaz de captar el reconocimiento internacional, con la misión de denunciar la barbarie; los crímenes de lesa humanidad perpetuados por Daniel Ortega en Nicaragua.

Como he dicho anteriormente, la caída de todo “hombre fuerte” comienza el día que este asciende al poder. La realidad dicta que cuando no caen físicamente, se derrumban —póstumamente— ante los ojos de la Historia. Yo me suscribo a la idea que hay un momento decisivo en el que un número de factores convergen para determinar el comienzo del fin de los gobiernos de carácter dictatorial.

Hoy Ortega está percibiendo la convergencia de tales factores y aunque lo atormenten, él seguirá guareciendo sus responsabilidades con acciones adversas y omisiones. Y aún al llegar a su inevitable final político no será capaz de descifrar el verdadero sentido de lo que fue su misión y sus obligaciones.

Rápido pasará frente a sus ojos esta auténtica y revolucionaria transformación: las masivas protestas y oposición política nacional, las emergentes condenas y sanciones económicas internacionales de parte de países e instituciones, las nacientes amonestaciones de la Iglesia católica, las subyacentes dificultades con el sector empresarial y con las comisiones especiales protectoras de los derechos humanos.

Vale decir que la aceptación de un diálogo con Ortega es complicidad. Eso únicamente fortalecería y restauraría credibilidad al dictador; elevándolo a la altura de los mártires, alterando su suerte y prolongando el monólogo de su insufrible acto final.
El autor es economista y escritor.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí