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Delitos de lesa medicina

El delito de lesa humanidad agravia y ofende a toda la humanidad. Por analogía simple digo que los delitos que ofenden o agravian a toda la medicina, como ciencia y profesión a nivel universal, merecen ser calificados de esta manera.

La medicina, es la ciencia que tiene como fin la conservación de la vida o el restablecimiento de la salud; para eso estudié yo y los millones de médicos a través de todas las generaciones y que hoy nos sentimos agraviados por la orientación y la práctica de no atender a estudiantes y ciudadanos lesionados en las recientes protestas que comenzaron este 18 de abril, en Nicaragua. La vocación médica pone en el corazón del médico, desde que es estudiante la necesidad imperiosa de atender a quien sufre, necesidad que conlleva el desarrollo de una conciencia de aliviar el dolor, cualquiera sea el individuo que lo padece. Este comportamiento del médico y las instituciones de salud ante el dolor y la preservación de la vida, configura toda una moral médica que garantiza al paciente “estar en las mejores manos”, que se trabajará por curar su lesión y salvar su vida. En consecuencia la decisión individual o colectiva de no atender a un herido, ofende de inicio nuestra moral médica y además se torna en una transgresión a los derechos humanos de quien ha llegado a nosotros como paciente; y al negarle la atención, el médico y el centro hospitalario lo ha transformado en su víctima.

Son muchas las denuncias que han aparecido en los medios de comunicación, además de las versiones de colegas, que relatan la veracidad de esta barbarie y que demuestran no solo la falta de conciencia y de moral del personal de salud, sino que además reviste todas las características de un delito.

Todas las generaciones de médicos desde Hipócrates, por ende mis maestros, alimentaron con sus enseñanzas mi vocación por la vida. Voy a honrar en esta ocasión a dos, cuya formación para mí, como hombre y como médico es invaluable; mi padre doctor Enrique Jiménez Miranda y mi tío doctor José Quezada Zapata; este último, leonés y verdadero apóstol de la medicina, quien en incontables oportunidades le vi sufragar con su dinero una medicina para aliviar el dolor de su paciente. Mi padre, médico militar en tiempos de Somoza, atendía con vocación noble y esmero profesional a los llamados presos políticos de esa época, entre ellos el doctor Pedro Joaquín Chamorro y Rivas Montes de quien recuerdo en mi memoria infantil, era miembro de una famosa organización guerrillera la Legión del Caribe. Rivas Montes padecía una grave enfermedad pulmonar crónica y poco antes de morir obsequió a mi padre un modesto crucifijo de madera, tallado con sus propias manos en la prisión, como un preciado galardón a su honestidad y a su moralidad médica. Este crucifijo se lo coloqué a mi padre en su pecho cuando falleció, como un tributo a su vocación médica.

No es preciso mencionar nombres de hospitales o instituciones que cometieron semejante agravio a nuestra dignidad profesional y delinquieron en contra de los derechos humanos de quienes demandaban sus servicios; andan en la voz del pueblo. Tampoco quisiera escudriñar en la identidad de esos médicos que dieron la espalda a la necesidad urgente de atención de quienes en esos momentos eran sus pacientes. Su propia conciencia los estará demandando, sin perjuicio de ser acusados por su crimen. Ni siquiera la coacción justifica no atender una emergencia. En Nicaragua, la historia nos muestra el ejemplo del doctor Cedeño, capitán y médico militar de Somoza que se negó a obedecer a su jefe que torturaba a David Tejada, quien le ordena no lo atienda y el doctor no solo lo atiende, sino que después testifica en su contra y cuyo testimonio al final le cuesta la vida, mediante una bala en la cabeza disparada por su mismo jefe.

El honor de ser médico ha sido mancillado con estas acciones, las cuales rechazo desde mi posición de médico y maestro a través de toda mi carrera. Animo a las nuevas generaciones a permanecer fieles a su llamado vocacional, que es por sí y ante sí, salvaguardar la vida. Si así lo hiciéramos, Nicaragua sabrá perdonar.
El autor es médico, neurorradiólogo.

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