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Romper el ciclo de la violencia para construir la paz

La violencia, así como la practica el ser humano a diferencia del resto del reino animal, es un acto que lleva una intencionalidad, un propósito. En nuestra especie humana, no es innata. Es un proceso de aprendizaje interiorizado que se transmite a través de las generaciones. Por esto, la violencia es cultural/simbólica (formas de interpretar el mundo y el propio entorno a través de las ideas, lenguaje, normas, valores, tradiciones, transmitidas por las propias culturas y por la educación) permitiendo la violencia estructural (desigualdades de la conformación social regidas por los sistemas políticos que las avalan) y física (agresión directa). La característica principal de todas ellas, es la condición de desigualdad que otorga el sentido del poder en sus distintas modalidades, donde uno es el agresor/opresor, el otro, el agredido/oprimido. Permitimos o nos oponemos a la violencia, a partir desde donde nos posicionamos en estas distintas formas de caracterizarlas aún si están interconectadas.

El ser humano es complejo y va comprendido en su propia historia y contexto. Ser conflictivos en nuestra especie, es una característica inherente a nuestra capacidad de estar en contacto con nuestras emociones y nuestras formas de interpretarlas y reaccionar frente a ellas, según los diversos procesos de cómo fueron interiorizados los modelos culturales en cada historia personal y colectiva.

En nuestra historia colectiva, hemos heredado transgeneracionalmente, una cultura de violencia que ha dejado muchas secuelas y traumas que la juventud de hoy, los lleva consigo, así como las generaciones precedentes, sea en su inconsciente personal que colectivo. Una de las formas para romper el ciclo de la violencia, es procesar los traumas personales y sociales vividos.

La importancia de los momentos históricos que hoy vivimos es que una parte importante de la juventud, reconoce y da nombre a estas secuelas y reacciona frente a la violencia de manera pacífica, más resiliente, con mayor responsabilidad, y con un pensamiento crítico que apela a la libertad de expresión y de manifestación. Esta juventud, de hecho, pide ayuda para comprender y procesar los traumas tanto heredados cuanto vividos, para poder seguir adelante con una cultura de la no violencia, que no es posible si no se enfrentan los demás tipos de violencia: estructural y física, apoyadas en el permisivismo de la cultura de la violencia del opresor sobre el oprimido que pasa también a través de una cultura de género de violencia del hombre hacia la mujer o hacia las niñas, niños y adolescentes. Pasa siempre a través del sentido del poder identificado en quien lo detiene.

¿Cómo se podrá llegar a un cambio en esta nueva estructura social que se está creando a través de la juventud? Esta crisis se puede convertir en una oportunidad para que las generaciones precedentes, aún en vida, puedan también confrontarse con los traumas vividos y no procesados.

Gracias a la juventud, tenemos la oportunidad de sanar heridas que siguen aún abiertas para que se llegue a un proceso de integración de identidades fragmentadas, porque estamos reviviendo momentos históricos que se creían superados.

Evidentemente, no lo eran. Ahora son otras historias, porque la juventud actual es diferente, no la podemos pensar de la misma manera como si fuera la juventud del pasado. Lo peligroso es actuar con los mismos mecanismos de los tiempos anteriores, sin tener presente que el mundo ha cambiado y que la juventud de hoy tiene ideales y modos de organizarse que pasan a través de otras formas de organización.

No es fácil entrar en nuevas lógicas de pensamiento de cómo hacer política de una manera diversa, precisamente porque el ser humano, por un mismo sentido de sobrevivencia emocional, aún si con una identidad fragmentada, prefiere repetir lo que conoce que no ir a la búsqueda de formas alternativas de convivencia que se desconocen, más aún si todo pasa a través del sentido del poder.

Estamos de luto. Necesitamos reconocer los errores cometidos, asumirnos las responsabilidades correspondientes, más allá de pedir perdón por las personas asesinadas, en su mayoría jóvenes estudiantes.

La juventud es el nuevo actor social que propone una forma de concebir un país que finalmente pueda alcanzar la paz de una manera diferente a como la hemos concebido en tiempos pasados.

La autora es doctora en Psicología.

Opinión paz violencia archivo
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