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Carta a los mártires de abril

Queridos Álvaro, Richard, Orlando y tantos más: decidí escribir estas cuantas líneas porque al igual que a muchos nicaragüenses, me ha resultado imposible no dejarme afectar por los acontecimientos del mes de abril, en los cuales sus vidas les fueron arrebatadas.

Desde este texto me dirijo a ustedes con una mirada de fe, consciente de que ahora están ante “el filósofo y pastor que nos indica qué es y dónde está la vida” (Benedicto XVI). Sin embargo, aunque monseñor Silvio Báez les ha dicho a sus madres que ustedes “ahora están en el corazón de Dios, en donde no se mueren más”, a muchos nos resulta imposible sacar de todos los recovecos de nuestra memoria sus rostros sonrientes, que evocan la vida que empezaba a expresarse en su abanico de oportunidades.

Todas las tardes, en diferentes puntos de la geografía patria muchos grupos se siguen reuniendo para recordarles, mencionar sus nombres, encender velas, elevar pancartas en las que han impreso sus fotografías y repudiar la saña con que fueron asesinados. Y en esos encuentros —creyentes y no creyentes— nos hemos cuestionado sobre el sufrimiento humano; un misterio con el cual hemos aprendido a vivir sin comprender.

Muchas voces escuchamos a diario que reclaman a Dios por sus vidas arrebatadas y hay quienes exclaman: “¡Que se haga la voluntad de Dios!”, como si la injusticia, la violencia, el autoritarismo y la cultura de la muerte formaran parte de una voluntad divina ante la cual hemos de inclinar la cabeza y todo nuestro ser. Y no es así, pues bajo ninguna circunstancia la muerte es voluntad de Dios, pues esta no forma parte de su proyecto de filiación y fraternidad.

Por eso, decir “¡que se haga la voluntad de Dios!” ante la injusticia cometida en contra de ustedes, es intentar dulcificar una matanza que ahora —como estrategia— se pretende asociar a aquello que llamamos voluntad de Dios. De ser así, Pilato se lavará una vez más las manos y la imagen de un dios impositivo que tiene planes secretos para aquellos que se dicen sus hijos, recobrará protagonismo.
¡No podemos soportar a un dios así!

Un dios impositivo que ama el sufrimiento es una falsa imagen del Dios que Jesús nos reveló como Padre/Madre lleno de entrañas de misericordia, que trabaja en el mundo y desea que seamos hijos, hermanos, humanos y felices. No cabe, entonces, interpretar el sufrimiento como algo querido por Dios, pues es una vía que conduce a desviaciones masoquistas y a una aceptación pasiva de la realidad.

De Jesús hemos de aprender a ver la cruz no como algo querido por Dios, sino como consecuencia y expresión de la lucha que los seres humanos batallan en las diferentes épocas.

Ustedes, queridos jóvenes, comprendieron cómo del amor de Dios se deriva la participación en la justicia, que no es más que un sentido de responsabilidad por el otro. Las balas que quisieron silenciar su grito patriótico no lo consiguieron, pues Nicaragua ahora despierta, bosteza y se levanta luego de un letargo indiferente y ensimismado que ha llevado a muchos a relacionarse con un dios providencialista e impositivo, tan promovido por el Gobierno “bendecido, prosperado y en victorias”.

Aquellos que desde la fe nos comprometemos en la promoción de la justicia, les recordaremos siempre y ustedes no olviden “que al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada”, (Benedicto XVI).

El autor es comunicador social.

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