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La lucha cívica en peligro

En toda tarea difícil, o extraordinariamente peligrosa, es natural que se busque una solución menos compleja, de menor costo. En este caso, a pesar de la repugnancia por el crimen de Ortega, la gente desea salir de la dictadura de forma negociada, y ve en el diálogo una oportunidad, aunque poco creíble, para cumplir con el objetivo libertario ahorrándose más sacrificios.

Sin embargo, el diálogo de hoy 16 de mayo es también un terreno donde la lucha continúa con otros medios. En sí mismo, un diálogo, luego de una lucha con grandes pérdidas humanas, pero, sin una fuerza capaz aún de doblegar a Ortega, parte de la ilusión que el régimen podría cambiar su naturaleza absolutista y mesiánica por argumentos racionales, y que Ortega cedería ante la demanda nacional, para salir del poder por la expresión pacífica de la voluntad popular, antes de verse obligado por la movilización cívica cada vez más numerosa, decidida y organizada.

El diálogo ofrece mayores o menores perspectivas, en función del momento en que se realiza respecto al desarrollo de la confrontación entre la nación y Ortega. De modo, que el contenido y la operatividad del mismo varía desde la óptica, en esta primera etapa, de cada parte confrontada.

Para Ortega el diálogo es una forma de voltear la página, y de que la lucha de masas pase a segundo plano. Convoca a un diálogo, no únicamente con los luchadores en una situación prerrevolucionaria, sino con representantes gremiales, como si la situación política fuese previa a la crisis. No para discutir su salida del poder, sino para escuchar problemas que requieran alguna reforma.

El diálogo es un escenario escabroso de lucha que, para la nación, se inscribe en un panorama estratégico más amplio. Para la nación, el diálogo debe servir para cerrar la ilusión de una salida humanitaria consensuada. Es una forma de encontrar, en esta oportunidad desperdiciada por Ortega, más argumentos para avanzar conscientemente a nuevas etapas de lucha. Se trata de fortalecer la conciencia combativa, no de perderla.

Ortega intenta empantanar el proceso, con el diálogo. Pretende imponer que cualquier vía de solución propuesta pase obligadamente por el escáner legal del orden jurídico constituido, totalmente bajo su control absolutista.

En otros términos, va a exigir que los participantes metan la cabeza en las fauces de su burocracia, para que sus propuestas de democratización sean rumiadas como zacate viejo por el estatus quo, aparentemente legal.

Con el diálogo, Ortega logra de inmediato neutralizar y, posiblemente, revertir, su aislamiento, porque la supremacía democrática de la nación en rebeldía, la movilización mayoritaria de la población no se refleja en el número de participantes, igual por ambas partes en la mesa de diálogo. A pesar que el orteguismo ha quedado reducido a una ínfima minoría de personas en el panorama político.

Igualmente, confía en la anarquía mental y política de los participantes que Ortega ha aprobado como contraparte. La inmensa mayoría de participantes opuestos a Ortega no tiene la menor idea de cómo continuaría la lucha luego del diálogo, o de cuál sería la salida por medio del diálogo.

Ortega cuenta con sus propios participantes, para enredar y trabar las demandas opositoras, torpedeándolas verbalmente desde las barricadas propias de la burocracia. Pero, Ortega puede, si le apetece, enlazar sus manos detrás de la cabeza, subir los pies en la mesa, y reclinar la silla para echar una siesta, mientras los participantes de los distintos sectores que, en lugar de apoyar simplemente a los estudiantes, les rodean abusivamente para debatir entre ellos en total anarquía, al margen de la lucha de masas.

Unos participantes dicen que las condiciones están dadas para el diálogo, otros que no, porque la represión continúa. Unos creen que el tema central son las elecciones democráticas, otros piensan que el tema central son los derechos humanos. Y otros, consideran que el tema es la salida de Ortega. Unos piensan que Ortega no debería impugnar al rector Medina, otros dicen que no importa, porque él los apoya desde fuera del diálogo. Algunos creen que la solución debe darse en 2022, otros a mediano plazo, y otros a corto plazo. Hay quien habla de aterrizaje suave, sin convulsiones sociales, sin lucha, mediante un diálogo permanente con Ortega, que mande a la población a sus casas. Incluso, algunos piensan que los cambios debe hacerlos el parlamento orteguista, como salida constitucional bajo una ficción legalista.

Ortega, pese a su torpeza, parece astuto simplemente porque ha llamado a que suban al estrado sus opositores de siempre, para retomar control de la situación, como siempre.

Con el diálogo, al estilo orteguista, se habría abrumado a los luchadores estudiantiles que vanguardizan la lucha de la población. Han salido a la palestra, sin representar a nadie, ni democrática ni combativamente, voceros que también corporativamente, es decir, a espaldas de la voluntad del pueblo, deciden el rumbo de la rebelión de la población. No comprenden, siquiera, que su presencia en el diálogo no es democrática ni es combativa, y que su intervención política, abrumando el instinto combativo de los estudiantes con frases huecas, defrauda a la población, reduciéndola nuevamente a la pasividad. Lo que urgentemente busca Ortega en estos momentos.

Los opositores participantes al diálogo, escogidos a dedo como representantes gremiales, posiblemente sean más efectivos que los paramilitares para desmoralizar a una población en rebelión heroica contra la dictadura, porque nada es más desastroso estratégicamente que una dirección advenediza escogida por el adversario.

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión Daniel Ortega diálogo nacional protestas archivo
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