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El fracaso del modelo orteguista

Los representantes del régimen orteguista —y personalmente el mismo Daniel Ortega y Rosario Murillo— hablan con nostalgia, frustración y enojo del país supuestamente feliz, tranquilo y ejemplar que era Nicaragua y ellos mangoneaban hasta antes de los disturbios económicos y sociales que comenzaron el 18 de abril y siguen adelante.

También dentro del diálogo, que con toda buena voluntad y paciencia está mediando y testificando la Conferencia Episcopal de Nicaragua, los representantes del orteguismo se quejan amargamente de que hasta la insurrección cívica de abril este país era el más seguro, el más confiable y el de mayor crecimiento económico de Centroamérica, inclusive de América Latina, gracias al modelo de diálogo y consenso del régimen de Ortega con el sector empresarial. Pero todo eso se ha venido hacia abajo, según ellos por culpa de minúsculos vándalos, de siniestros agitadores y estudiantes asesinos que desencadenaron una incontrolable violencia callejera y tranques de carreteras que han hecho añicos el paraíso orteguista.

Daniel Ortega, Rosario Murillo y los miembros de su corte de incondicionales no alcanzan a entender que su modelo de gobierno y sistema económico estaba edificado sobre arena, no sobre piedra. El modelo orteguista era insostenible y estaba condenado a hundirse, en cuanto la gente se hartara de tanta corrupción, mentira, simulación e imposición. Era un modelo, el orteguista, que fue construido sobre la arena de la corrupción, el capitalismo de compinches, el clientelismo político, la represión, la perversión de la justicia, el reclutamiento de la delincuencia como base social y política del régimen y la devastación de la institucionalidad democrática, que fue sustituida por una dictadura familiar.

Tal vez en otra parte del mundo pudiera funcionar un sistema económico y político como el que Ortega y Murillo impusieron a partir de 2007, cuando mediante trampas recuperaron el poder. Pero en Nicaragua, aunque las encuestas engañosas dijeran que a la gente solo le interesaban las cosas materiales, la verdad es que los ciudadanos han demostrado que tienen valores espirituales, aman la libertad quieren la democracia y están dispuestos a conquistarla.

Aprovechando los pocos medios de comunicación independientes que dejó en pie la dictadura y los precarios espacios de libertad de expresión que no fueron arrasados, muchas personas advirtieron que ese sistema económico y político autocrático y corrupto no sería perdurable; que una economía sana y robusta solo puede ser sostenible en la democracia y el Estado de derecho. Sin embargo no fueron escuchados, más bien los acusaron de enemigos de la empresa privada y del crecimiento y la prosperidad económica, de “apocalípticos” y personas fracasadas que querían lo peor para Nicaragua.

Pero el paraíso orteguista era falso y no resistió la prueba de la historia. Los estudiantes y el pueblo alzados a la lucha por la recuperación de la dignidad nacional, la libertad y la democracia, lo han hecho estallar en pedazos.

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