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Cartas al director
/ Adrián Meza Soza

Hacia un nuevo modelo de poder

Las dramáticas circunstancias que vive la nación han abierto la posibilidad de una reflexión profunda en torno al país que debemos construir y heredar a las generaciones del futuro. Tanto los que simpatizan con los gobernantes actuales, como los que somos gobernados por estos, tenemos la obligación de detenernos en este punto, porque simplemente la nación nos lo demanda a todos, a la vista del sacrificio de nuestra juventud.

Los gobernados deseamos un país en el que ningún partido político aun cuando resulte vencedor en una contienda electoral transparente, pueda imponerle al resto de la sociedad su visión del mundo y mucho menos cuando acceda al poder en medio de un juego de dados cargados y resultados cuestionables.

Los gobernados deseamos un país, en el que la separación de poderes, a pesar de sus imperfecciones opere como un mecanismo de equilibrio y contrapeso para que los gobernantes no actúen como los dueños de nuestra vida, sino únicamente como los administradores responsables de la cosa pública.

Los gobernados deseamos un país, en el que los jueces puedan dictar sentencias, de conformidad con la ley, y con su conciencia, y en el que los secretarios políticos del partido que sea, no puedan limpiarse los zapatos con la inteligencia, la integridad, y la capacidad de funcionarios judiciales a los que les dictan desde sus despachos las sentencias que satisfacen sus intereses y sus negocios.

Los gobernados deseamos un país en el que la justicia no sea moneda de cambio de grandes magistrados, utilizada como prebenda política o como llave segura para el enriquecimiento personal a la sombra de los poderes de turno.

Los gobernados deseamos que en la Asamblea Nacional los diputados no tengan que dejar hipotecado el cerebro, la ética y la voluntad crítica en el ejercicio de su cargo, como precio innegociable para figurar en el listado electoral del partido político con el que se identifican.

Los gobernados deseamos un país, en el que los periodistas no paguen con su vida el ejercicio de su profesión y en el que el ejercicio del periodismo se realice sin restricciones al derecho que tenemos los ciudadanos de ser informados con la verdad para que podamos formarnos nuestro propio juicio sobre los hechos que interesan al país y a la sociedad.

Los gobernados deseamos un país en el que las universidades no sean ni coto de caza de un partido político que usurpa la autonomía en su propio interés ni negocio lucrativo de quienes ven en la educación superior, una excelente oportunidad para enriquecerse personal y familiarmente.

Los gobernados deseamos un país en el que la educación en general, contribuya a formar la conciencia crítica de los ciudadanos y no la obediencia sumisa e incondicional a los credos del poder y a la vanidad de quienes lo ejercen en el nombre de todos.
Los gobernados queremos un país en el que las mujeres, las minorías étnicas y todos los estamentos que reclaman para ellos el ejercicio pleno de sus derechos sociales y constitucionales, no sean tratados como ciudadanos de segunda clase que no alcanzaron en la “restitución” selectiva de garantías legales y derechos.

Los gobernados deseamos una república en la que los hombres de uniforme aprendan de una vez por todas que si disparan contra el pueblo, serán juzgados por ese crimen y no habrá gobernante alguno que les garantice la impunidad frente a la sangre de los asesinados.

Y finalmente, los gobernados deseamos un país en el que ninguna familia, independientemente de su apellido, se conceda a sí misma el derecho a la perpetuidad en el poder, como que si el Gobierno se tratara de un negocio particular testamentable y no de un servicio público al que se accede por la voluntad popular.

Para tener un país como ese, necesitamos un modelo de poder que asuma el concepto sencillo de gobernar para todos. Después de abril, la nación no acepta otro pacto de gobernabilidad que no tenga ese espíritu y esas condiciones. Si los que están gobernando hoy nos siguen demostrando que no lo entienden, entonces simplemente tienen que irse, porque su rol en la historia está sepultado.
El autor es profesor universitario.

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