“Mezquinos”, “mediocres”, “parecen vampiros”, “minúsculos grupos alentadores de odio”, “esta plaga”, todos son descalificativos que ha utilizado la vicepresidenta designada, Rosario Murillo, para referirse a las protestas que ahora exigen la salida del presidente designado, Daniel Ortega.
El lenguaje oficial del Gobierno, a través de la voz de Murillo, no concede ninguna credibilidad, legitimidad, y validez a la rebelión ciudadana que empezó en abril, según el experto en comunicación, Alfonso Malespín. Desde la perspectiva del Gobierno no se han realizado protestas cívicas, sino que corresponde a una conspiración para derrocar, señaló el experto.
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“No hay ningún reconocimiento a la exclusión, a la persecución, a la criminalización que ha ocurrido todos estos años-once años del Gobierno de Ortega-, no reconocen que han violado las leyes, no reconocen que han desmantelado la institucionalidad democrática que se había podido construir en años anteriores, no reconocen que el beneficio económico del crecimiento económico queda en muy pocas manos y que la mayoría no tiene nada (…)”.
Los descalificativos propinados por Murillo han sido utilizados en las protestas autoconvocadas en diversas zonas del país, donde los manifestantes los han satirizado. Una de las que más gritan los manifestantes llenos de júbilo y orgullo es “aquí están tus minúsculos”, haciendo referencia a la multitud que bajo la bandera de Nicaragua expresa su repudio al Gobierno de Daniel Ortega.
El viernes pasado, Murillo, comparó la rebelión ciudadana con una plaga, haciendo referencia a las siete plagas de Egipto. Sus declaraciones, en vez de causar descontento en la población, en las redes sociales, las personas le recordaron que esas plagas fueron necesarias para liberar al pueblo Israel del Faraón, según el Libro del Éxodo en la Biblia en comparación con lo que se demanda en el país.
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No es la primera vez que Murillo recurre a pasajes bíblicos. Según el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Comerciales, Adrián Uriarte, por mucho tiempo el discurso oficial se apropió del lenguaje religioso en búsqueda de un acercamiento con la población creyente.
“Lo que denota es la ausencia de argumentos. Cuando en el debate de las ideas el argumento es ausente, lo que prevalece es la ofensa, es el epíteto, la discriminación, la descalificación, y a eso estamos asistiendo en los últimos días (…)”, sostuvo Uriarte.