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/ Josefina H. Argüello

El conde Drácula

Arrodilladas con los brazos extendidos, frente a la Policía Nacional, las madres nicaragüenses imploraron el cese del fuego contra sus hijos. Sus ruegos no fueron escuchados.

Ellas con mucho dolor en sus corazones lamentan en este mes, Día de las Madres, la injusta pérdida de sus hijos.

Estos crímenes perpetrados contra indefensos estudiantes, hoy héroes del 19 de abril, me hacen recordar la legendaria novela de Drácula, del irlandés Bram Stoker, publicada en 1897.

Jonathan Haker, visita el castillo de Drácula en Transilvania y descubre que Drácula tiene en su poder a tres bellas doncellas quienes tratan de seducirlo para chuparle la sangre.

La escena es interrumpida con el arribo del conde cuando llega a tirarles a las vampíricas damas un saco conteniendo a un recién nacido.

El niño había sido hurtado una noche tenebrosa en los alrededores del castillo. La madre desesperada había llegado, clamándole a Drácula su desaparición. A lo que el conde procede —acallándole sus lamentos— a echarle sus fieros lobos para que la devoren.

Según las supersticiones, los vampiros tienen algunas características. Además de alimentarse de sus víctimas, salen de noche, pueden hacerse pasar por un animal o niebla, mueven ejércitos repulsivos como las ratas, lobos, zorros, quienes les obedecen. Sienten aversión a los símbolos cristianos y practican la magia negra.

Sin embargo, Drácula tenía sus propias debilidades. No podía recibir luz solar, por lo tanto, durante el día, tenía que dormir dentro de una caja con tierra de su patria.

Era susceptible a las ristras de ajo y a los signos sagrados.

Un grupo de científicos, encabezado por un doctor que conocía de exorcismo, y otras ciencias ocultas se tomaron el trabajo de eliminarlo.

Liberan a Lucy una de sus víctimas. Luego purifican sus refugios destruyendo las cajas con tierra, colocadas por Drácula en diferentes lugares para guarecerse de sus enemigos.

Cuando el conde se siente acorralado, huye a su castillo donde guardaba su última caja, acompañado de sus zíngaros leales.

El grupo los intercepta, dándole muerte a Drácula clavándole una estaca en el corazón y liberando su espíritu del embrujo diabólico.

Stoker titula su novela inspirado en Vlad Draculea, personaje famoso por dar muerte por empalamiento a sus enemigos otomanos. Su patronímico viene del latín draco que en lengua Valaquia significa demonio.

Esta mítica historia renace en una Nicaragua gobernada por seres ávidos de la sangre de un pueblo joven, que se inmola ante sus madres que claman justicia en El Carmen, a lo que, el conde procede echándoles sus feroces policías y turbas lobunas.

Ojalá que la pareja no tenga necesidad de huir como Drácula en búsqueda de su última caja.

La autora es máster en literatura española.

Opinión 19 de abril Drácula archivo
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